En mi niñez, mi madre nos llevaba a misa en la iglesia del pueblo. Eran madrugadas desgastantes que me producían aburrimiento. Veía a unas señoras vestidas de negro, con la cabeza cubierta por una mantilla del mismo color y un rosario de madera colgado en el cuello, de un tamaño considerable, que les llegaba hasta las rodillas.

Cuando estudiaba bachillerato en Cartagena, los domingos nos llevaban a misa a las seis de la mañana, uniformados, en la antigua iglesia de Santa Clara, donde hoy está un hotel de cinco estrellas.

Cuando estaba en Popayán, mi noviecita —que después fue mi esposa— me puso como condición que tenía que acompañarla a misa. Me enseñó a participar y a rezar; sin embargo, no he sido fanático de ir. Muy pocas veces he asistido, solo a funerales de familiares y allegados, bautizos, bodas y alguna que otra celebración familiar. Me tocó la época en que la misa era en latín y nunca entendía un carajo de lo que decía el cura ni lo que contestaban los feligreses.

En una ocasión fuimos a misa con amigos del barrio y nos pusimos a hablar durante la ceremonia. El padre Correa, que hacía honor a su apellido, bajó del púlpito con una correa y a todos nos dio un correazo en la espalda. Eso fue óbice para que yo nunca volviera a pisar la iglesia del pueblo. Solamente regresé cuando se casó mi hermana Beatriz; ya yo estudiaba medicina en Popayán.

La historia de la misa se remonta a la Última Cena, donde Jesús instituyó la Eucaristía. Los primeros cristianos la celebraban imitando este acto, con elementos como las lecturas bíblicas, las homilías y la comunión. Con el tiempo, este rito evolucionó y el nombre de ‘misa’ se popularizó en el siglo IV, derivado de la frase de despedida Ite missa est. A lo largo de los siglos, la liturgia se fue formalizando y estandarizando; en el Concilio de Trento se estableció como un rito uniforme que perduró hasta el Concilio Vaticano II, el cual introdujo importantes reformas para una mayor participación y comprensión. Se adoptó un lenguaje vernáculo para entender mejor la misa, el altar se colocó frente a la gente, el cura miraba al pueblo y la celebración se expresaba en un lenguaje más comprensible, lo que permitió una mayor participación de los fieles.

Los católicos expresan que la Santa Misa es el sacrificio del cuerpo y la sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y vino en memoria del sacrificio de Jesús.

Hay diferentes clases de misas, cada una con su interpretación: misa solemne, cantada, rezada, pontifical, misa de réquiem, misa de gallo, de veneraciones.

Finalmente, quiero terminar con una anécdota de mi amigo, el padre Argemiro García (Q.E.P.D.) capellán del Deportivo Cali y rector del colegio Pio XII, que un día me llamó y me dijo en forma coloquial:

—Joaco, mándame un vino bien fino como los que tú tomas, porque el que dan aquí en la iglesia me está alejando de Dios.

“El Señor esté con ustedes”.

“Y con su espíritu.”