Imagina una sociedad donde el bienestar de uno dependa, de verdad, del bienestar de todos. Donde la prosperidad no se mida solo en cifras, sino en vínculos, en equidad y en oportunidades compartidas. Esa es la esencia de una palabra poderosa de la filosofía africana: Ubuntu, que significa ‘soy porque somos’.
Pero nuestro Ubuntu está fracturado. Hemos avanzado, sí, pero la prosperidad que decimos construir sigue dejando a muchos —y sobre todo a muchas— fuera. Mientras celebramos el crecimiento económico, millones de mujeres siguen cargando sobre sus hombros el peso invisible del cuidado, la precariedad y la exclusión.
Hace poco, en el Foro ‘Prosperidad Compartida’ de la Asociación de Fundaciones Empresariales (AFE) realizado en Cali, tuve la oportunidad de reflexionar con más de 500 personas sobre este desafío. Y confirmamos algo: la prosperidad solo será real cuando sea completa.
Vivimos una paradoja. Mientras hablamos de crecimiento, el Banco Mundial nos advierte sobre una posible “década perdida” en la reducción de la pobreza. En América Latina, 172 millones de personas viven en esta condición. En Colombia, la cifra es de casi 1 de cada 3.
Pero esta pobreza no es neutral; tiene rostro y género. Los hogares encabezados por mujeres son los más golpeados: el 37,7 % vive en pobreza monetaria. Por cada 100 hombres en pobreza extrema, hay 117 mujeres en la misma situación. Las proyecciones son claras: si no cambiamos el rumbo, 340 millones de mujeres y niñas seguirán en pobreza extrema para 2030. Nuestro ‘Ubuntu’ les está fallando, especialmente a ellas.
La pregunta es ¿por qué? Si invertimos tanto, ¿qué es lo que no estamos viendo? La respuesta está en una segunda paradoja. Frente a la precariedad, las mujeres innovan por supervivencia. Lideran cerca de 1.8 millones de micronegocios en Colombia, que actúan como verdaderas tablas de salvación para sus familias. Pero si son emprendedoras, ¿por qué no escalan? ¿Por qué siguen atrapadas en la subsistencia, vendiendo un 40 % menos que los hombres?
La respuesta es un muro invisible y estructural: la carga del cuidado no remunerado. Hablamos de este trabajo que no se paga ni se cuenta. Es esta sobrecarga la que explica en gran medida la caída de la natalidad; no es falta de deseo, es falta de condiciones. Es la que explica que 8.5 millones de hogares liderados por mujeres no sean muestra de empoderamiento, sino de abandono y precariedad.
Las cifras son contundentes: el 97 % de las mujeres emprendedoras asume esta carga dedicando casi 8 horas al día al cuidado, 5 horas más que los hombres. Este no es un problema menor; es la raíz de un ‘efecto dominó’ que frena a las mujeres y, con ellas, al país entero. Porque dedican 8 horas al cuidado, enfrentan la barrera del conocimiento y las redes: no tienen tiempo para formarse o ir a mentorías. Porque la sociedad les asigna ese rol exclusivo, se refuerza la barrera psicológica: la baja confianza y el miedo al fracaso. Y porque no pueden salir de casa ni construir un historial, se levanta la barrera económica: acceso limitado al crédito y capital insuficiente.
El resultado evidente es la feminización de la pobreza. Y lo más grave: esta pobreza se hereda, reproduciendo un ciclo que nos atrapa a todos. No se trata solo de un drama humano; es la mayor ineficiencia de nuestro sistema. Según ONU Mujeres, si las mujeres participaran plenamente en la economía, el PIB mundial crecería 28 billones de dólares. Invertir en mujeres no es solo justo; es estratégico.
Si la causa es estructural, la solución también debe serlo. La solución más grande es clara: reconocer el valor económico del cuidado y avanzar hacia un Sistema Nacional de Cuidados. Pero el reto es para todos nosotros.
Mi llamado a la acción es que hagamos una reflexión sobre nuestra propia prosperidad incompleta usando las tres ‘R’ del cuidado. Debemos preguntarnos si nuestros programas estamos Reconociendo esta carga, estamos realizando acciones para Reducirla, y si estamos Redistribuyendo la corresponsabilidad real.
Mientras una sola mujer siga atrapada por el muro invisible del cuidado, nuestro ‘Ubuntu’ estará roto y nuestra prosperidad, incompleta. Es hora de cerrar la brecha y construir una prosperidad real, una prosperidad que esté completa.
*Presidente de la Fundación WWB Colombia