Por Monseñor Alexánder Matiz Atencio, obispo de Buga.
El pasaje de Mateo 1, 18-24 nos introduce en el misterio de la encarnación desde la perspectiva de José. María, comprometida con él, se encuentra encinta por obra del Espíritu Santo.
Ante esta situación desconcertante, José, hombre justo, decide no denunciarla públicamente, sino dejarla en silencio. Sin embargo, Dios interviene en su discernimiento a través del ángel, revelándole que el niño que espera María es el Salvador, el Emmanuel: Dios con nosotros.
Este relato nos invita a contemplar la fe y la obediencia de José. Su justicia no se limita a cumplir la ley, sino que se abre a la misericordia y a la escucha de Dios. José nos enseña que la verdadera justicia nace del amor y que la fidelidad a Dios exige confianza, incluso en medio de la incertidumbre.
El Evangelio también subraya la iniciativa divina: es Dios quien toma la historia en sus manos y actúa en lo inesperado. María y José se convierten en colaboradores humildes de un plan que los supera. La encarnación no es fruto de cálculos humanos, sino de la gracia que irrumpe en la vida cotidiana.
En nuestra vida, muchas veces enfrentamos situaciones que no comprendemos del todo. Como José, podemos sentir miedo o desconcierto. Sin embargo, este pasaje nos recuerda que Dios está presente, que su proyecto es más grande que nuestras dudas, y que confiar en Él nos permite ser parte de su obra salvadora.
Así, la Navidad que se anuncia en este texto no es solo un recuerdo histórico, sino una invitación actual: abrir el corazón a la presencia de Emmanuel, dejar que Dios habite en nuestras decisiones y permitir que su amor transforme nuestras incertidumbres en esperanza.