El pasado 9 de noviembre se casó Gianni Zografos Barberi mi nieto mayor, hijo de Andrea y hermano de Sofía. Un joven de 28 años que ha sido, desde su llegada al mundo, una fuente de afecto, orgullo y aprendizaje. Se unió a Telesia una muchacha que conoció en el bachillerato, compañera de caminos, de sueños y de risas. Los juntó el respeto, la complicidad y esa capacidad de disfrutar la vida sin dejar de construir un futuro juntos.

Desde niño fue tímido, pero amoroso y sensible. Tenía una mirada limpia, curiosa, de esas que parecen descubrir el alma de las cosas. Siempre responsable, estudioso y generoso. En cada etapa -colegio, universidad Ucla graduado en Ciencias Políticas y Gobierno y ahora en su vida profesional- ha puesto lo mejor de sí. Hoy ejerce como abogado graduado de la Universidad de Berkeley, California, con una vocación profundamente humana: ayudar a quienes no tienen voz ni recursos, a los que sufren la injusticia y la pobreza. Lo mueve el deseo sincero de aliviar el dolor ajeno.

Cada vez que lo visitaba, salíamos al parque que tanto le gustaba. Caminábamos junto al lago lleno de patos y gansos, observábamos los peces que brillaban bajo el sol, las ardillas que se escabullían entre los árboles, las flores que cambiaban de color según la estación. En esos paseos aprendimos juntos a contemplar el mundo. Veía cómo se detenía a observar un pétalo caído o un pájaro que cantaba desde la rama más alta. Supe entonces que la naturaleza sería su maestra silenciosa. Siempre he creído que el contacto con ella fortalece el cuerpo y el alma, despierta la creatividad, reduce la ansiedad y enseña a mirar la vida con asombro y gratitud.

A medida que fue creciendo, nuestras conversaciones se hicieron más profundas. Hablábamos de arte, de historia, de filosofía, de cómo los museos, los conciertos y la literatura nos ayudan a entender el alma humana. Su curiosidad por el mundo no ha hecho más que crecer. Colecciona antigüedades y miniaturas, lee sin descanso, compara religiones, estudia culturas, analiza la política.

Recuerdo que una tarde en la biblioteca de mi casa le pregunté qué libro lo había marcado en su adolescencia y me habló, con brillo en los ojos, de Harry Potter. Me dijo que lo había cautivado el mensaje de no temer ser diferente. “Harry era distinto -me explicó-, tenía una marca y un destino que no eligió, pero lo enfrentó con valor y terminó ganándose el respeto de todos”. Entendí entonces cuánto valor daba a la diversidad, al respeto por los otros, a la autenticidad.

También atesoramos los recuerdos de nuestros viajes: escuchar a Mozart en Salzburgo, recorrer los canales y los luminosos museos de Ámsterdam, caminar bajo las antiguas puertas de los templos de Japón, contemplar los monumentos eternos de Londres y respirar el aire sagrado de Machu Picchu. Cada viaje nos abrió el corazón a la belleza del mundo y a la bondad que nos une a todos. Aquellos viajes fueron lecciones de asombro: descubrimientos compartidos que dieron forma a la persona reflexiva y de gran corazón en que se ha convertido.

Una mañana en un parque, cuando observábamos a una joven caer y levantarse una y otra vez sobre su patineta. Dijo: “Tiene tanta confianza… cualquiera otra se habría rendido”. Y yo respondí: “Así es como debemos vivir -sin permitir que el miedo impida al alma seguir adelante”. Ese momento reveló quién era en verdad: resiliente, sereno y lleno de esperanza.

Desde entonces lo he visto cumplir cada sueño con disciplina, convicción y una serenidad que admiro. Su fortaleza no está en la ausencia de miedo, sino en su capacidad de enfrentarlo con humildad y coraje. Ha aprendido a caminar sin perder la ternura, a pensar sin olvidar el corazón.

Hoy, al verlo emprender esta nueva etapa con la mujer que ama, me lleno de alegría y de nostalgia. Alegría por verlo pleno, tan dueño de su destino; nostalgia porque en su sonrisa aún descubro al niño que me tomaba de la mano para contarme sus sueños junto al lago.

La vida -le diría hoy si me dejara hablarle al corazón- no es un camino recto, sino una danza entre la esperanza y la experiencia. Y en esa danza, él ha sabido mantener el ritmo con nobleza, empatía y bondad. Que su nueva vida sea un reflejo de todo lo que ya es: un ser humano íntegro, sensible y lúcido.