La Constitución de 1886 tardó poco más de un siglo en perder su vigencia. La Carta de Núñez y Caro recibió una reforma de importancia en promedio cada veinte años, pero las realidades indetenibles llevaron a la convocatoria de la Asamblea Constituyente que culminó con la expedición del estatuto constitucional que hoy nos rige.
Sin embargo, los aceleradores sociales de las últimas décadas llevan a pensar que nuestra flamante Constitución de 1991 se está quedando obsoleta. No se trata del prurito que afecta a la clase política, aficionada a proponer de manera incesante cambios en las reglas de juego. Lo que llevo a Ralf Dahrendorf a decir: “Cuando a los políticos se les acaban las ideas, se ponen a hacer o modificar una Constitución”.
Créanlo o no, nuestro actual estatuto constitucional pertenece a la era predigital. La Constitución fue promulgada el 4 de Julio de 1991. Internet aún no existía y las redes sociales eran un sueño. Hoy se considera que fue el 6 de agosto de 1991 cuando se inició la comunicación vía internet, con la transmisión de una página web de prueba.
Todos los motores de búsqueda, los correos electrónicos, las redes sociales, la comunicación instantánea, las conferencias grupales a distancia, la televisión digital, etc, son avances tecnológicos que hoy forman parte insustituible de nuestras vidas. Todos estos desarrollos tecnológicos son posteriores a la Constitución colombiana de 1991.
Que nuestras vidas son hoy muy diferentes a lo que sucedía en 1991 es un protuberante axioma. Bret Stephens, del New York Times, describe así los cambios experimentados: “La nueva unión nos permite seleccionar las comunidades a las que pertenecemos, en su mayoría con personas a las que les gusta lo que nos gusta, odian lo que odiamos y nunca cuestionan nuestras suposiciones”.
El columnista Stephens continúa: “Y la nueva soledad a menudo significa navegar entre interminables distracciones de internet sin enfocarse en nada particular. El resultado es que ahora vivimos en un mundo donde las personas no saben cómo estar juntas ni cómo estar solas”. Mejor descripción de la nueva realidad imposible.
Todos los cambios introducidos a la vida social tienen que reflejarse tarde o temprano en la actividad política, entendida esta última como el conocimiento requerido para gobernar y aglutinar a los países. La primera víctima, como veremos enseguida ha sido la noción de representación.
Nacido en la época de la Revolución Francesa, el principio de la representación se fundamenta en hechos que hoy ya no existen: enormes distancias entre los pequeños poblados y las capitales, imposibilidad física de comunicarse de manera expedita, abismales diferencias en el grado de educación de los gobernantes y los gobernados, etc.
Las afinidades de hoy se obtienen, como dicen Stephens, por búsquedas en internet. Los partidos políticos están quedando desuetos, tal como se ha visto en las últimas elecciones convocadas en Colombia. En últimas, ¿a quién le importa el partido al que pertenece un bribón como el senador Mario Castaño?
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Posdata. Ojalá el nuevo gobierno colombiano cambie las prioridades en materia de obras públicas. No tantas autopistas. El Estado tiene que velar por la buena conservación de los diques y jarillones que protegen a La Mojana, a Puerto Wilches, a Villavicencio, al sur del Atlántico y un largo etc.