Cuando bajen las aguas de la polarización y se serenen los espíritus, podrá establecerse una semblanza histórica justa sobre lo que ha sido el gobierno del presidente Iván Duque. Desde luego que Duque ha cometido errores grandes y pequeños, pero no es de ninguna manera acertado quedarse en la crítica de las equivocaciones y pasar por alto la mención de los aciertos.
Cualquier cosa que diga o haga este gobierno, cualquier dato o afirmación fundamentada, cualquier actuación del gobierno Duque se encontrará con un escuadrón de críticos descalificadores. Por supuesto que la crítica, aún la exagerada o la injusta, es preferible a su inexistencia. Los espíritus democráticos brillan por su ausencia en Cuba, Nicaragua o Venezuela.
Hace unos días el Consejo de Seguridad de la ONU escuchó al presidente Duque rendir un informe sobre el avance del proceso de paz en nuestro país. ¡Oh sorpresa! La interpelación provino de un delegado de la Federación Rusa, con consejos y observaciones a nuestro proceso. Debe recordarse que desde el 24 de febrero de 2022 Rusia desarrolla una salvaje operación bélica en contra de Ucrania.
Iván Duque ripostó de inmediato manifestando que Rusia carecía de “autoridad moral” para hablar de paz en momentos en que adelantaba una guerra de destrucción masiva contra un país vecino y mucho menos poderoso como Ucrania. La intervención de Duque quedará para la historia como una valerosa muestra de protesta contra lo que está sucediendo en el este de Europa.
El concepto de “autoridad moral” debe mantenerse y reforzarse en estas épocas de confusión en las que parecen enloquecer las brújulas. El reciente fallo de la Corte de Justicia de La Haya que parcialmente dio la razón a Colombia lleva explicita la invitación a los contendientes a buscar un consenso limítrofe, mediante la celebración de un tratado.
Pero el Estado colombiano se hace una reflexión válida. ¿Se encuentra la oprobiosa dictadura del dúo Ortega-Murillo en posición de “autoridad moral” para celebrar con Colombia un tratado exento de vicios?
Recordemos que el tratado Esguerra- Bárcenas de 1928 fue desconocido años después por los sandinistas con el pretexto de que el gobierno de Nicaragua en ese entonces había sido producto de un golpe de estado.
Es una vieja costumbre de dictadores y populistas la de faltar a la palabra empeñada. Fidel Castro llego al gobierno de Cuba por el tiempo necesario para afianzar su revolución, pero se quedó en el mando toda su vida. Daniel Ortega encarceló con cualquier argucia a sus rivales para llevar adelante una elección amañada. Y en el caso de Hugo Chávez, no se debe olvidar que en su primer mandato juró cumplir la Constitución.
En el plano local, el populista provocador y pendenciero Gustavo Petro exteriorizó su ‘mala vibra’ contra los militares con un trino descalificador y ofensivo que publicó contra los altos mandos del ejército. El comandante Zapateiro reaccionó desde el dolor de cuerpo por la pérdida de sus soldados, cosa muy entendible en este caso.
En diciembre de 2024 quién ejerza la presidencia de Colombia en ese entonces representará a nuestro país en las magnas celebraciones de la Batalla de Ayacucho que por fin liberó a nuestra América del yugo colonial español. Si para nuestro infortunio resultara elegido Petro, ¿sí tendrá este populista “autoridad moral” para conmemorar lo sucedido en Ayacucho?