Tenía el propósito de no asistir a ninguna reunión social con gente de elevada prosapia pues como toda ella es adoradora de Uribe y enemiga declarada del Acuerdo de paz con las Farc, siempre acaba este servidor soportando en silencio las andanadas que solo amainan cuando el anfitrión llama a manteles, sin que falte alguna que mientras parte el pan con primor, lance una pulla.En estos días tuve que comparecer a uno de esos convites, y, claro, allí saltó la liebre, cuando dos elegantes damas que tenía a mi diestra iniciaron la ofensiva. Yo, callado como una ostra y mi mujer haciendo fuerza para que no respondiera, aguanté la carga de fusilería que salía de sus labios.Cuando agotaron la munición, pregunté tímidamente a la que tenía más próxima: ¿Y usted quiere que esta guerra continúe otros 50 años? La respuesta me hace ver el punto atroz al que ha llegado el pulso de los sectores en que está dividida la sociedad colombiana: “Prefiero la guerra porque al menos así no pierdo mi apartamento”. ¿Y quién se lo va a quitar? “Pues los guerrilleros comunistas que llegarán al poder por las concesiones de Santos”.Ahí vi que toda argumentación es imposible, y que si el 2 de octubre -cualquiera sea el resultado del plebiscito- no cesa este apasionamiento, Colombia entrará en una nueva etapa de degradación de muy difícil pronóstico.Es sombrío el futuro cuando uno oye al expresidente Uribe exclamar -a despecho de la responsabilidad que tiene como líder importante- que si pierde el No, se tomará calles y carreteras del país en busca de obtener el gobierno en 2018. Esa es una salida acalorada pues el Centro Democrático que él lidera, legitimó el plebiscito al participar en esa justa, y la democracia consiste en ganar o perder, y aceptar el resultado.Yo que soy demócrata convencido, juzgo que si el No se impone, habrá que tener a Uribe a las puertas del poder en las elecciones presidenciales, por interpuesta persona o él mismo si consigue cambiar la Constitución. Pero triunfante el Sí, el expresidente debe acatar el resultado y controlar, desde el Senado, que el Acuerdo de La Habana se cumpla sin menoscabar el sistema político que consagra la Carta de 1991. Lo otro sería llevar al país a otra guerra civil no declarada, con una insurgencia sin control, como no lo ha tenido en los últimos 52 años, y una sociedad fracturada por cuenta del odio del que está presa.El Estado gasta 28 billones de pesos anuales en sostener el aparato militar para combatir principalmente a las Farc, que es la guerrilla más grande y mejor armada. Para que se entienda esa cifra ponga usted 28 seguido de doce ceros, como quien dice $77.000 millones diarios. El costo del plebiscito es de $300.000 millones y se calcula que incorporar a las Farc a la sociedad vale $250.000 millones. En plata blanca, plebiscito más incorporación de las Farc a hacer política sin armas equivale a 7 días de guerra. Entonces con estas cifras sería conveniente que los enardecidos opositores piensen en los beneficios que traería dedicar esas gigantescas sumas a solucionar los graves problemas que tiene Colombia.Y en cuanto a la censura a la Justicia transicional, deben pensar que cuando las Farc estaban echando bala en las montañas, no tenían cárcel con barrotes en sus campamentos que les impidiera cometer sus hazañas criminales.Todos debemos acatar el fallo de las urnas el 2 de octubre.