En un receso de la Convención Liberal reunida en Bogotá en 1972, Édgar Materón, Libardo Lozano y yo fuimos a ver El Padrino, recientemente estrenada en Colombia, y con grandes elogios de la crítica cinematográfica en el mundo entero. Los tres vallecaucanos quedamos deslumbrados con lo que vimos en la pantalla.
Yo había leído el homónimo libro de Mario Puzo, y me impresionó la fidelidad del guion con el texto, que ya era un best seller. Por esa lectura, sabía lo que ocurriría en cada escena pues el libreto fue escrito por el autor del libro, junto con el director Francis Ford Coppola.
El cine, y particularmente el norteamericano, había hecho con frecuencia películas con el tema de organizaciones criminales que ponían en jaque a la policía en donde ejercían sus perversas acciones. De ‘negro’ -vaya racismo- se ha calificado el cine que trata de esos temas delincuenciales. Fueron excelentes ejemplos, en los años 40 y 50, las películas que llegaban de Hollywood, con bandidos y detectives que jamás se olvidan. Edward G. Robinson y James Cagney interpretaron criminales de alto vuelo. Humphrey Bogart fue el detective por antonomasia.
Los franceses también se la traían con eso de filmar películas de dicho género. Hay una de 1955 -Rififí-, que es una joya, con ese robo a la joyería parisina, con la brillante actuación de Jean Servais, con su permanente tos de fumador empedernido, y dirigida por Jules Dassin, quien también actuaba en ella y su personaje es el causante del fracaso del delito pues resolvió regalarle a la amante un anillo extraído de la joyería, y esa fue la pista de la perdición.
Jean Gabin, a mi juicio el más grande actor galo de todos los tiempos, filmó películas de bandidos y policías, varias de ellas con el juvenil y apuesto Alain Delon.
Volviendo a El Padrino, el director se elevó a la más alta cumbre. Empezando porque logró un grupo actoral increíble, pues si bien Marlon Brando ya con inmensa fama por haber ganado el Óscar por su rol en La ley del silencio, el genial intérprete con sus cachetes inflados con algodones que le distorsionaban la voz, hizo un papel asombroso.
También ganó la estatuilla por encarnar al ‘capo’ siciliano que dominaba vasta zona de Nueva York, y que jamás permitía que la droga fuera parte de su negocio.
Otro acierto fue incluir en el reparto al joven Al Pacino, que hizo un Michael Corleone deslumbrante, que lo catapultó a la fama de la que aún goza a pesar de su avanzada edad. Se lució igualmente James Caan como Sony Corleone, el hijo de don Vito, y su hermano Fredo, interpretado por John Cazale. Robert Duvall hizo de Tom Hagen, el consejero del clan.
Tengo una copia perfecta de la película sobre la que vuelvo una y otra vez, y siempre me causa mayor admiración. Ninguna escena es mejor que la que le antecede o que la que viene enseguida. Es una secuencia de situaciones que captan al espectador durante tres horas. Memorable, la primera acción violenta de Michael Corleone cuando mata en un restaurante al policía corrupto, sindicado del asesinato frustrado de don Vito en un hospital.
Y los secuaces, como Clemenza, Tessio y Luca Brasi, interpretados, en su orden, por Richard Castellano, Abe Vigoda y Leny Montana, estupendos.
Quiero rendir homenaje como fanático del cine a la que constituye para el Séptimo Arte un prodigio de película, ejemplo de lo que es el cine cuando un director como Coppola lo pone en el más alto sitial.