Dicen los psiquiatras que todos tenemos el minuto loco de la vida, en el que hacemos algo de lo que nos arrepentimos el resto de los días que quedan en este mundo.Cuando el criminal acciona el gatillo para matar a alguien para quitarle el celular. Cuando el marido celoso le da a la mujer en la cabeza con un bate de béisbol. Cuando el honrado cajero saca un dinero de una cuenta. Cuando un elector vota por un candidato perverso. En fin, sería interminable la lista de actos cometidos en ese minuto loco de la vida.Hace pocos días el país contempló atónito el minuto loco de Ingrid Betancourt, quien en acto primo presentó, a través de abogado, ante la Procuraduría General de la Nación, una solicitud de conciliación para que el Estado colombiano le pagase algo así como $15.000 mil millones como resarcimiento por los perjuicios que ella y su familia sufrieron con ocasión del secuestro cometido por las Farc en febrero de 2002.Ingrid Betancourt no ha sido santa de mi devoción y me parecieron siempre unos solemnes pendejos los franceses que llegaron a compararla con Juana de Arco pues dista mucho esta señora medio chalada de la doncella de Orléans.Habría que ver los espectáculos mediáticos que cometía la señora Betancourt cuando estaba en el Congreso: huelgas de hambre con cambuche en el Capitolio, distribución de preservativos en los semáforos, gritos histéricos en el salón de sesiones de la Cámara, en fin, toda una serie de actitudes que daban a entender que a la hija de Yolanda Pulecio le faltaba un tornillo.Desde luego, sentí mucha pena por los sufrimientos que padeció en su largo cautiverio pues en la pruebas de supervivencia aparecía al borde de la muerte por la degradación física y espiritual a la que la sometieron esos bandidos, y todos los colombianos ansiábamos su liberación.Ella, por ser persona de alguna figuración en la vida pública, y, sobre todo, por tener ciudadanía francesa, movió el sentimiento del mundo entero y en la fachada de la Alcaldía de París estuvo colgada inmensa foto suya, pues la lucha por la libertad de Ingrid se volvió asunto de Estado, al punto de que el presidente Sarkozy se puso a la cabeza de ese empeño, a tal punto de que convenció a un duro como Uribe que soltara a Granda, canciller de las Farc, para ver si así se ablandaban y largaban a su compatriota. Nada se logró, salvo una sonrisa irónica de los jefes guerrilleros.Pero vino la prodigiosa ‘Operación Jaque’ y la humanidad entera vio salir de la manigua a Ingrid, a los tres contratistas gringos y a varios miembros de las Fuerzas Armadas. Ingrid, feliz de regresar a la civilización no dejaba de loar al Gobierno y a su Ejército por esa hazaña cinematográfica.Pasan dos años, Ingrid regresa a Colombia desde su Francia amada y se deja venir con la exigencia al Estado de una inmensa suma indemnizatoria. Quedó como un tiesto, o peor, porque el tiesto sirve a veces de matera. Tenía, pienso yo, la Embajada de Colombia en Francia en sus manos pues es bien posible que Santos la hubiera nombrado en ese envidiable cargo. Ya no califica ni para inspectora de Policía.Por desleal, por ingrata, y por mentirosa pues todo lo que dijo para justificar su petición es una sarta de inexactitudes. Por fortuna, creo que salimos de Ingrid definitivamente pues me parece aburridor tenerla de ‘prima donna’ de la política criolla. En la Asamblea Nacional francesa queda regia. Y puede hacer buena llave con la señora Bruni.