Resulta casi imposible de creer que en un municipio como Santiago de Cali se postulen más de 20 candidatos para la elección de Alcalde en octubre. Leo y releo la lista y no salgo de mi asombro pues como viejo conocedor de la política no me alcanzan las entendederas para descubrir qué piensan esos caballeros y esas damas que pretenden competir para ocupar el principal asiento del CAM.

A las urnas caleñas acuden unos 800.000 votantes, más o menos la mitad del censo electoral. El que haya de triunfar requiere algo así como 400.000 sufragios para obtener la credencial. De esos rostros que aparecerán en el nutrido tarjetón, ¿cuántos pueden alcanzar un guarismo que les evite el ridículo, y que les permita llegar al umbral exigido para la reposición en dinero que hace el ente electoral?

Y una campaña, perdedora o triunfante, cuesta suma importante de dinero. Otros eran los tiempos en los que yo salía representante a la Cámara colgando en Tuluá cinco pasacalles e imprimiendo mil volantes con mi vera efigie. Ahora las campañas cuestan millones, pues por una valla de regular tamaño hay que cancelar alto arriendo mensual, y para Cali se requieren por lo menos 20. Agréguese la publicidad en prensa, radio y televisión, y ahí surgen los problemas económicos. Muchos quedan sin el pan y sin el queso, y con enormes deudas.

Me dicen que ese torrente de candidatos es un homenaje a la democracia porque es mejor que el pueblo soberano cuente con amplia nómina, que con una mezquina de pocos aspirantes.

Discrepo de esa tesis porque el asunto no está en la cantidad, sino en la calidad, y en esa numerosa lista hay nombres que no resisten análisis pues no muestran ninguna experiencia para conducir un municipio tan difícil como Cali.

El discurso de todos es idéntico: seguridad, empleo, anticorrupción, pulcritud en el manejo del tesoro público, gerentes honestos para Emcali, reducción del número de homicidios, protección a la mujer y a la infancia, arreglo total de las vías públicas, todo un catálogo de buenas intenciones para el cual es necesario, si se quiere ejecutar, conocimiento a fondo de la gestión oficial, y a casi todos los encuentro faltos.

Hay, desde luego, aspirantes calificados para conducir el municipio en esta época de crisis. Allí aparece Alejandro Eder, cuyo empeño en favor de la paz en el gobierno de Juan Manuel Santos fue destacado. Candidato hace cuatro años, obtuvo alta votación, y ahora tiene mayor reconocimiento popular.

Diana Carolina Rojas es mi candidata preferida. He seguido su trayectoria pública desde que hizo parte del gabinete de Rodrigo Guerrero y luego como concejal. En el cabildo brilló por su recia censura a la administración actual. Siempre con sólidos argumentos, adelantó debates memorables que la hacen merecedora de más alto destino.

Pertenezco a un grupo de amigos que le estamos prestando apoyo a su aspiración por ver que ella sería la funcionaria ideal en estos momentos de confusión y caos. Su juventud, su estampa física, su verbo encendido, su profundo conocimiento de la problemática local, la hacen la mejor opción.
Votemos por Diana en octubre y ahora firmemos para que pueda inscribir su candidatura.