A decir verdad, a mí no me pareció tan grave que el presidente Duque dispusiera del avión FAC-001 para que su esposa, sus hijos y una amiguita de éstos se trasladaran de Bogotá a Armenia para tener un día de distracción en el parque Panaca, antes de la pandemia. Y digo que no lo vi mal, porque en este país de violentos los familiares próximos al presidente no pueden viajar como cualquier hijo de vecino, expuestos a altos riesgos.

Pero el viaje que hizo el fiscal general de la Nación, Francisco Barbosa, con la absurda explicación de que fue a San Andrés a dar una rueda de prensa y a traer un mensaje de los isleños a su íntimo amigo el jefe de Estado, si raya en el descaro absoluto. Y ahí también iba metido el contralor general de la República, Carlos Felipe Córdoba, con su carita de sacristán de pueblo, que nadie entiende qué gestión desarrollaría en el arruinado archipiélago.

El doctor Barbosa es abogado de la Universidad Sergio Arboleda, el semillero de la derecha criolla, que se me antoja que no debe ser muy exigente con sus alumnos, si el señor Duque, también egresado de esa institución, se atrevió a decir en vivo y en directo en su perorata diaria que se aplicaría cadena perpetua a los violadores de la niña embera, olvidando que ese acto legislativo está crudo pues le falta la ley reglamentaria que debe expedir el Congreso, la revisión de la Corte Constitucional, y su propia sanción. Si yo necesitara un abogado, no me fiaría de este par de sedicentes juristas.

Barbosa fue a pasear con su familia al departamento insular, y él y el contralor, como amantísimos cónyuges, llevaron a sus esposas, la de Barbosa funcionaria del Contralor, y la de Córdoba funcionaria del Fiscal. Un ménage à quatre perfecto, dirían los franceses.

Si el Fiscal tuviese un asomo de humildad no le habrían caído tantos rayos por cuenta de ese recreo caribeño. Pero en medio de la agria censura, sale a decir que es el segundo funcionario más importante después del presidente de la República, lo que es falso pues en el orden de jerarquía al presidente le siguen el presidente del Congreso y los presidentes de las altas cortes. El fiscal no aparece en ese listado constitucional.

Su exhibición de títulos académicos, el orgullo de su paso por diversas universidades de aquí y de afuera, los reconocimientos por los servicios que le ha prestado a Colombia, no son de buen recibo en este escándalo.
Su engreimiento le pasará cuenta de cobro, y si tuviera un ápice de dignidad debe renunciar pues lo que hizo con el uso del avión oficial, huele mal. Increíble esa conducta en una persona con tantos pergaminos como los que guarda con celo nuestro máximo investigador, que hasta ahora poco ha investigado y que con frecuencia pasa de agache, como lo vemos en lo de la ‘ñeñepolítica’. Por perseguir a Claudia López y a Gustavo Petro por asuntos menores, olvida que hay que buscar los peces gordos, y recordar lo que dijo su condiscípulo en la campaña: ‘El que la hace la paga’.

Irse de paseo a San Andrés en plena pandemia y en puente para servir de mensajero del reclamo isleño al Presidente, no tiene presentación. Ese cuento chino, señor Fiscal, no se lo traga nadie. Lo que hicieron este par de confianzudos serviría de guion para una nueva película de Dago García, que bien podría titularse Un paseo descontrolado. Tendría taquilla alegre.