Cáustico, Hernando Agudelo Villa, uno de los políticos más ilustres que yo haya conocido, decía que era imposible que Misael Pastrana Borrero aspirara a ser presidente de la República si no había podido ser concejal de Neiva, su ciudad natal.
El problema que enfrentábamos los liberales era que el período presidencial 1970-1974 sería el último del Frente Nacional, y temíamos que se colara un candidato de la extrema derecha laureanista, y todos, incluido el presidente Lleras Restrepo, resolvimos jugar la carta de Pastrana, que estaba de embajador en Washington, luego de haber ocupado plurales ministerios en las administraciones de los parientes Lleras.
Como representante a la Cámara, yo pertenecía a la Comisión Primera que conocía en primer debate la reforma constitucional presentada por el Gobierno de Lleras. Pastrana era ministro de Gobierno, y allí nació con él cordial relación, al punto de que cuando Rodrigo Lloreda me designó secretario de Gobierno, Pastrana asistió en Tuluá a un banquete que ofrecieron mis amigos.
Estando él de embajador en Estados Unidos, le escribí una carta ofreciéndole mi respaldo a su pretensión presidencial, y conservo la afectuosa respuesta.
No resultó fácil la movida. Los conservadores lo consideraban ‘liberalizante’ y le pusieron todas las trabas, pero Mariano Ospina Pérez, jefe del sector mayoritario godo, manipuló la convención de su partido, y pasándose por la faja a Evaristo Sourdís, que tenía la mayoría de convencionistas, trasladó ese chicharrón a la convención liberal que proclamó a Pastrana.
El ungido enfrentó a Gustavo Rojas Pinilla, a Belisario Betancur y al mismo Sourdís el 19 de abril de 1970. A las 6 de la tarde, luego del cierre de las votaciones, el ganador era el exdictador Rojas. A las 9 de la noche se silenció la Registraduría y Carlos Augusto Noriega, ministro de Gobierno, direccionó el conteo de votos y al amanecer del 20 el derrotado Pastrana se convirtió en presidente electo.
Los seguidores de Rojas montaron en cólera, y Carlos Lleras decretó el Estado de sitio y dispuso toque de queda, y mandó preso a Rojas en un buque de la Armada.
Ese fue uno de los episodios más vergonzosos de nuestra historia, pues si bien se evitó que un bandido como Rojas volviera a la presidencia, se le dio duro golpe a la democracia, del que jamás nos recuperamos.
Misael Pastrana fue buen presidente, respetuoso de mi partido. Álvaro Bejarano decía burlonamente que a Pastrana le cayó un avión encima en la tragedia de Santa Ana (Usaquén) en 1938 y le quedó una sonrisa permanente. Sonrisal le decían porque las cicatrices del rostro le dibujaban una expresión risueña. Querido el tipo.
De aquella trapisonda electoral surgió el M-19 que luego se convirtió en dura guerrilla, en la que actuaron personajes como Antonio Navarro y Gustavo Petro. Fue la que secuestró a Álvaro Gómez, asesinó en cautiverio a José Raquel Mercado, y se tomó la embajada dominicana en Bogotá, episodio que terminó con la negociación que hizo el presidente Turbay Ayala, que con dinero y avión expreso a Cuba pudo liberar los secuestrados. Entre sus crímenes más atroces está el asalto al Palacio de Justicia en donde murió la mayoría de los magistrados de la Corte Suprema. En el gobierno de Virgilio Barco se firmó la paz con ese grupo, y varios de sus miembros alcanzaron importancia política.