Una niña es detenida en el aeropuerto de Londres mientras intenta volar a Ammán. Tiene 13 años y una convicción sagrada: unirse al Estado Islámico para librar la guerra santa contra la hipocresía de Occidente. Cuando le muestran los testimonios de esclavas sexuales y los horrores cometidos por los héroes que idolatraba, despierta abruptamente. Llevaba meses sumergida en videos de propaganda mística y política, con cánticos celestiales y explosiones inspiradoras. No es un caso aislado: cientos de jóvenes buscan ‘propósito’ en montajes donde el fanatismo se ve épico, casi poético.

El drama motiva a un grupo de lúcidos programadores jóvenes a crear un sistema de inteligencia artificial capaz de sabotear los algoritmos que repiten lo mismo hasta el delirio. Lograron que, junto a los falsos videos gloriosos, aparecieran los testimonios de quienes han escapado y sobrevivieron a la pesadilla, con lo que se ha logrado reducir la migración al espejismo.

El fenómeno es universal. Aquí hemos logrado nuestra versión criolla de alienación con realidad aumentada. Jóvenes –niños, diría Petro– escriben su propio guion heroico, grabado en 4K, para proclamarse ‘guerreros de la justicia social’. La ‘Resistencia Popular Bogotá 9.0′ se organiza desde cafés de autor, entre laptops relucientes, lino artesanal y pausas para el flat white. Son los hijos de la tierra, dicen, mientras coordinan con indígenas pagados y manipulados y celebran como triunfo haber atravesado el brazo de un policía con flechas ancestrales.

La marcha es pacífica, pero llevan “Capucha, vinagre, papas bomba, molotovs y actitud beligerante, no olviden grabar TODO. Sin video, no hay opresión”.

El guion es conocido: provocar, filmar y editar para que parezca defensa propia. Pero el alcalde Galán es un tibio que les destruye su épica.

“Compañeros, esto no prende. ¿Dónde está la represión? ¡Queremos gas, no abrazos institucionales!”, “Subí clip con niños llorando”.

Como no los golpean, diseminan creativos conceptos: ‘violencia simbólica por omisión’. Pero eso no es problema: en postproducción se añaden humo y gritos reciclados, “nos están matando”, mientras, al fondo, un vendedor ambulante ofrece arepas.

¿Habrá aquí quien programe una IA para conectar a estos hijos de papi y mami, revolucionarios de Telegram con la realidad?