Están allí, desbordadas, expresándose de todas las formas posibles. Por momentos parecieran incontrolables, agarradas a cualquier excusa para manifestarse. Se salieron del lugar oscuro y vergonzoso donde la cultura de la razón y la inteligencia las escondió. Las emociones eran para controlarlas, nunca para expresarlas. Las emociones significaban fragilidad, sensiblería, femenino, blandito. Las emociones nunca fueron ‘educadas’ porque la mejor manera de manejarlas, era esconderlas.

¿Todavía es de los que espera que ‘siempre’ le hagan ‘buena cara’ o reclama porque ‘le abrieron los ojos’ o le hicieron un gesto despectivo? Pues si usted reclama por esas manifestaciones emocionales, posiblemente pertenece al grupo que considera que las emociones deben esconderse, nunca expresarse. El estoicismo es la corriente filosófica que considera ejemplar el dominio de las pasiones valiéndose de la virtud y la razón porque las emociones perturban la vida. Se salen del espectro de la razón. Entonces, sentir es peligroso…

Todo parece indicar que el estoicismo, donde se esconde lo que se siente, ha llegado a su fin. Los países no solo viven situaciones materiales y económicas. Poco se habla sobre las emociones de esa multitud anónima de seres que manifiestan un gran descontento. La calle es ilimitada, abierta, amplia. En la calle se expone la emoción fruto del descontento, de la desigualdad, de las expectativas no cumplidas. La calle pasó a ser el escenario donde una multitud de personas le están gritando al mundo su desesperanza, su frustración. Por eso es tan complejo encontrar una solución a esa oleada de inconformidad. Pero lo que si es básico para comenzar a buscar una salida, es escuchar, oír.

Los mayores no sabemos escuchar. Parte de la cultura se construyó sobre la imposición y el sometimiento. La cultura patriarcal es una cultura atropelladora no solo para la mujer sino para todo aquel que intente salirse del libreto. Y el libreto mandaba a obedecer, a acatar la norma y a no expresar emociones ‘disonantes’ con las buenas maneras. Estas generaciones quieren otra forma de vida. Su rabia es innegable. Rabia brotada de la frustración. Y como ya lo dije en alguna otra columna, la mayor falla que hemos tenido los mayores radica en la forma de educación que les hemos brindado. Un total y solemne fiasco. La educación ‘intelectual’ y racional, donde se pretende explicarlo todo como si todo tuviera explicación.

La vida muestra que en terrenos emocionales dos más dos puede ser cinco. Que existen necesidades más profundas que lo económico y material. Mirar tan solo el bienestar material es una de las grandes frustraciones humanas. Así como dicen los ‘entendidos’, si la humanidad está pasando a la cuarta dimensión, es claro que allí se requieren elementos más trascendentes que lo tangible. Las generaciones jóvenes quieren un cambio. Su mundo emocional fluyó y requieren algo más que la racionalidad extrema de sus ancestros.

Oír tiene que ver con emociones. ¿Sintonizamos con ellas? No significa hacer todo lo que se pida, pero requiere apertura de corazón. El mundo emocional muestra que sentir humaniza, libera del racionalismo puro y nos acerca al sentido de la vida. Seres en transición, seres de paso haciendo una pasantía para llegar al verdadero hogar. ¿Cuál?

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