No hay una ciudad más polarizada que Cali y eso que en el juego ya han entrado otros municipios. Es claro que la dinámica del paro y la cercanía de las elecciones cada vez nos llevan a un escenario tan gris como los muros que volvieron a pintar el fin de semana. Cali por estos días es el ‘ring’ de un combate ideológico. La crispante división, aupada desde algunos sectores radicales de lado y lado, se respira en los comentarios de calle y se profundiza en la cloaca de las redes sociales. Las zonas más exclusivas se resguardan en su concha, convierten sus unidades en fortalezas o se refugian en sus clubes y ven desde sus alturas lo que pasa en una ciudad que ahora desconocen. En zonas populares unos jóvenes sin nada que perder reivindican viejas peticiones, destruyen sin misericordia y agitan su resentimiento en una ciudad que fue pensada para dividir el oriente del resto: ‘De la autopista pa’allá’.

Mientras tanto, una clase política desorientada acusa el golpe de nocaut del estallido que la encontró con la guardia baja, sin posibilidades de reaccionar más allá de pedir represión, sin ‘poder leer’ que también aquí hay un grito de rebeldía, de personas cansadas de su miseria, de la corrupción, de los mismos con las mismas, pero eso no se comprende. En el suelo del tinglado también quedó una prensa malherida, periodistas sin fondo para analizar lo que sucedía, medios de comunicación que olvidaron valores fundamentales para buscar la verdad y se convirtieron en máquinas de propaganda ideológica, dependiendo de su ubicación en el espectro político. Perdidos, temerosos, estigmatizados, con un desgaste en su credibilidad como no se había visto antes. Lo peor es que esto apenas empieza y esos medios se convertirán en puntas de lanza de la batalla electoral que nos espera, el triste papel que hoy desempeñan muchos de ellos.

Lo más terrible es esa sensación que me acompaña de que esto no ha terminado, de que apenas vivimos el comienzo de una telaraña más compleja. Un Presidente con los índices de popularidad más bajos en la historia, al que miembros de su partido le piden que renuncie mientras otros corren para distanciarse, no ofrece posibilidad para buscar consensos. Al otro lado, una oposición radical interesada en ganar las elecciones solo para reemplazar unos nombres por otros y hacer sus propios ‘cobros’ por las décadas de marginación, ofrece más dudas que certezas. Y en el fondo del basurero, las máquinas de la muerte apostando a la anarquía para sus oscuros propósitos. Un narcotráfico envalentonado, unos ‘señores matanza’ empoderados, dueños de la vida y bienes de miles de personas en Cauca, Valle, Nariño, Antioquia o Caquetá. Y si alcanzó a llegar hasta aquí, me disculpo con usted, querido lector (a), pero el optimismo se me quedó en el bolsillo de una camisa que se me perdió.
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