Qué paradoja, pero si alguien ha posicionado a Gustavo Petro en las encuestas ese no es otro que el presidente Iván Duque. En Colombia hemos tenido mandatarios desconectados de la realidad, indolentes frente al clamor ciudadano, de espaldas a las dificultades del pueblo, pero lo de Duque es dramático. Tal vez por eso ha preferido viajar más, acudir a cuanto evento lo invitan, quizás buscando alejarse de tanto problema y de la poca afinidad que encuentra entre los colombianos.
La desconexión de Duque con su pueblo, incluso con aquellos que lo eligieron, es decir el Centro Democrático, es evidente. Ni en su partido lo valoran. He escuchado a representantes de su movimiento rogar para que se acabe su gobierno, para que no haga más daño y no eleve más a Petro porque al final lo deficiente que ha sido su gestión se puede convertir en votos para el candidato de la Colombia Humana, quien cabalga sobre el desprestigio y la mediocridad de Duque.
No había mucho qué esperar, es cierto. Desde las primeras de cambio varios advertimos que Duque tenía muchas limitaciones, poca preparación y una exagerada propensión a hacerse notar no por sus conocimientos sino por su liviandad. Eso sumado a la genuflexión de periodistas que se encargaron de tapar sus limitaciones poniéndolo a cantar, a jugar a la 31, a tocar la guitarra, a adivinar el número de los crocs de Uribe en lugar de confrontarlo por sus medidas económicas, el proceso de paz o la falta de empatía con muchas de las temáticas sociales.
Duque deja un país más fracturado, más empequeñecido y más cerca de lanzarse al precipicio de una alternativa política que no sabemos en qué pueda terminar. De ese Duque aplaudido en las salas de redacción queda poco. Es abucheado donde llega. Tal vez por eso ha optado por viajar fuera. Un día en Brasil, otro en Escocia, luego en Emiratos, más tarde en Israel. De seguro se siente más tranquilo en medio de alfombras rojas que en este berenjenal al que su incapacidad jamás pudo darle la vuelta.
En esos países puede sacar pecho por un proceso de paz que nunca respaldó; hablar de una protección ambiental que no ha realizado; disertar sobre compromisos con líderes sociales a los que siguen matando, y así. Cuatro años en el que el país se agrietó y se prepara para vivir unas elecciones llenas de odio, terror y dolor. El desprestigio de Duque fracturó a su partido que se debate entre correr hacia la extrema derecha que representa la señora Cabal u optar por una política más sensata en cabeza de Óscar Iván Zuluaga, al que hoy consideran un ‘tibio de derecha’ (cómo estará Cauca, diría mi abuelita).
Duque logró lo que no había podido ningún partido de izquierda: dinamitar las bases, generar desconfianza, acrecentar los extremos y acelerar la posibilidad de un cambio radical.
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