Por: monseñor Rubén Darío Jaramillo Montoya, obispo de Buenaventura.
Son llamadas ‘Parábolas del Reino’ aquellos ejemplos o comparaciones que Nuestro Señor Jesús les da a sus contemporáneos para explicar el futuro deseado. Constantemente la parábola inicia diciendo: “El Reino de Dios se parece a…”. Normalmente, estos ejemplos tienen que ver con la naturaleza del lugar y casi siempre es con el tema de lo que sucede con las semillas.
“El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”. Este es el centro de la enseñanza. Descubrir que la semilla tiene en ella un germen tan potente que por sí misma va germinando y creciendo. Así es el ‘Reino de Dios’, tiene una fuerza tan grande que crece y a veces no sabemos cómo lo hace. Cuando un padre de familia transmite a su hijo una enseñanza profunda con su ejemplo, es como una semilla que está depositando y más adelante va a producir muchos y valiosos frutos. Sin que él sepa cómo.
Nuestra sociedad está muy diagnosticada y son miles de fórmulas las que los estructuradores de proyectos tienen para justificar las grandes inversiones. Todo parece que, entre más estructura, mejor el resultado. Pero vemos que justamente estamos, al contrario. Donde ha habido sueños, ideales altos, pensamientos sublimes, es donde se materializan los mejores resultados exitosos. El Reino del Señor escapa a nuestro entendimiento, supera la mera dimensión horizontal de la vida, para sumergirnos en una dimensión divina. Y todo se inicia con algo pequeño, con una fe inquebrantable, con una idea que es recurrente y que va avanzando poco a poco como la semilla, para luego dar buenos frutos. No es por el afán como se construyen los grandes proyectos. Nuestro Señor dejó una semilla que ni siquiera Él alcanzó a disfrutar en sus pasos terrenales. Pero esa semilla ha hecho de este mundo una realidad mejor para vivir.
A veces lo pequeño, lo silencioso, lo humilde termina mejor y con resultados asombrosos, en cambio lo ruidoso, lo estrambótico, lo aparente termina en nada. La semilla del Reino va avanzando y no nos damos cuenta. Pero Dios le brinda una fuerza capaz de transformar lo pequeño para que luego de resultados gigantes.