Mucho me ha dolido la temprana muerte de José Guillermo Pardo Borrero quien, pese a sus varias décadas de trajín infatigable, conservó siempre su alma de niño travieso y juguetón.

No de otra manera se puede interpretar su ciclo vital en el que alternó una sabiduría innata como empresario exitosísimo y aquilatado con una desbordada pasión por los motores que lo sumergieron en ese fascinante mundo de los aviones, los barcos, los trenes y los automóviles de todos los tamaños y características.

Ello le llevó en estos últimos diez años largos a continuar la labor emprendida en el Museo del Transporte del que fue alma y nervio, creando el Museo Aéreo Fénix con su señora Stella Lloreda, ya fallecida, convirtiéndolo en un lugar mágico y único y que es visita obligada por los amantes de las ruedas y hasta las velas.

Resumir en este breve espacio lo que ofrece al Museo Fénix es casi imposible. Ubicado detrás del Aeropuerto Bonilla Aragón, alberga en esos cinco mil metros cuadrados desde aviones y avionetas, hasta barcos, locomotoras y todo tipo de vehículos.

Cuenta además con lo que llaman un tren eléctrico -el más grande de Latinoamérica- con unos entornos bellísimos y una colección de aviones, trenes , vehículos y barcos a escala , amén de curiosidades como las cubierterías de los Concord, uniformes de pilotos y azafatas y no sería raro algún recuerdo del Titanic.

Con una minuciosidad sin límite, el Capi fue reuniendo con paciencia jobiana todos estos elementos que hoy constituyen unos activos valiosísimos de un costo incalculable, pero ello no le importó jamás, como tampoco que enterró una considerable fortuna en una inversión con no retorno.

En efecto, esta fundación sin ánimo de libro solo fue posible gracias a un Quijote que se le midió a dejar un legado del cual deberíamos los caleños y los vallecaucanos sentirnos orgullosos.

A pesar de que el Museo tiene abiertas sus puertas a los estudiantes, los turistas y el público en general, debería ser considerado como uno de los 10 lugares imperdibles de nuestra región.

Justo reconocimiento que en otra parte sería más justipreciado, pero como aquí le quemamos voladores a lugares que no se lo merecen, ojalá se haga justicia con este aporte desinteresado de un caleño raizal que dedicó parte de su tiempo y buena parte de su capital a dejarnos un legado del cual debemos sentirnos honrados.

Se que el Capi desde la dimensión en que se encuentra se sentirá feliz viendo su Museo cada vez más lleno de gente que mucho aprenderá y se deleitará con todo lo allí exhibido.

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Apostilla: no vi el desfile del 20 de julio por primera vez en mi vida. No escuché los discursos, ni me los vayan a contar. Celebré a Colombia entre mis amigos, con sancocho. Y puse tangos.