La conversación era muy importante. Un consultor gringo quería conocerme para una alianza pensando que la pospandemia va a traer oportunidades. La cita por Zoom era a las 11:00 a.m. Nada podía salir mal. Recordé que en las últimas conversaciones la empleada de la casa me regañó porque el almuerzo se va a enfriar, mi señora oye la misa del Papa y mi hijo grita los goles de Duván. Opté por la serenidad del balcón.
Desde ese grato segundo piso solo oía trinos y el paso de algún carro.
Muy puntual Mike Colt se presentó en la pantalla. Debía tener 67 años y se veía de mucho carácter, cortés en el trato pero dominante.
Acordamos quitar el video para mejorar la señal. Inicié la presentación de mi firma y cuando menos me imaginé, unos mariachis comenzaron a tocar ‘Pero sigo siendo el rey’. Mike, preguntó si yo usaba la ranchera para darle más peso a mi presentación. Le dije que no, que eran unos músicos en aprietos que pasaban por el andén.
Mike hizo la exposición de su firma. Él quería destacar preeminencia por sus relaciones internacionales y en eso los mariachis cantaron ‘Rata de dos patas’ de Paquita la del Barrio: “Rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, maldita sabandija...”, fue terrible. Mike levantó la voz y dijo que jamás alguien lo había ofendido durante su presentación. Traté de explicarle el drama de los mariachis quienes se fueron y nosotros pasamos a la parte económica.
Cuando él hizo el planteamiento de cuánto me correspondería, un venezolano en mi andén gritó: “Oye Chamo, ¡chupáte este bombom!”.
Mike alterado me dijo, “¿Que te chupe qué? Si no te parece esta propuesta, dímelo de otra manera pero ¡no me ofendas!”. Le conté del éxodo venezolano. Pienso que Mike no me creyó. Pasé a explicarle mis expectativas del negocio y en eso aparecieron los diablitos, con sus tambores y demás. Qué ridiculez, dijo Mike. “¿Necesitas una banda para una miserable sustentación?”. Traté de explicarle que todos los diciembres esos grupos salían. Él me dijo que apenas estábamos terminando octubre y desconfiaba de la manera que yo hacía las cosas.
En esas pasó un tipo con varias ollas de presión y herramientas y mirando hacia el balcón me dijo: “Oiga, ¡le arreglo la de presión!”. Mike, visiblemente exaltado, gritó: “Eso lo explica todo. Usted es un enfermo mental que lo busca el psiquiatra para arreglarle hasta la depresión.” Le expliqué cómo son las calles de Cali. Me dijo, “si es así, ustedes viven en una feria. ¡Adiós!”. A lo que solo pude responder “Y eso que a usted le tocó ¡la feria barata! Chao”.