Cali ha sido una de las ciudades más perjudicadas con la elección popular de alcaldes. De la selección de ejecutivos capaces, con experiencia gerencial, vocación pública y sensibilidad social pasamos a una carrera ambiciosa de apetitos individuales, con apostadores profesionales que financian las campañas y de alianzas políticas que realmente tienen un trasfondo de adjudicación de áreas completas de la administración para lograr los contratos que allí se generen. Con este panorama sobra la preparación profesional y lo que es peor, los valores éticos estorban.

Los partidos políticos perdieron en Cali y en otras ciudades de Colombia la posibilidad de ser tanques de pensamiento para construir y defender banderas de transformación. Asumir posturas frente a la movilidad, la seguridad, el futuro de Emcali o la generación real de empleo, dejaron de ser objetivos partidistas. Nuestros políticos perdieron profundidad y creatividad.

Hoy no le apuestan a programas sino a cual es el candidato con más posibilidades de ganar para asegurar puestos y contratos. Por eso la característica más fuerte que debe tener un candidato a la alcaldía entre nosotros es tener ganas. Con estas trabaja, crea electorado y después, con una posición política más sólida atraerá a los demás partidos y grandes electores. Sabe que son cómodos, sin mucha imaginación para los grandes temas, pero inmensas para torcidos; que ningún movimiento está preparando sus figuras para ser estadistas, sino para llegar al poder regional y gobernar sin grandeza.

Este no es Bogotá, donde la campaña tiene como protagonista el metro; ni Medellín donde desde ya están preparando a Federico Gutiérrez para que al terminar la alcaldía estudie en el exterior y regrese como candidato presidencial, ni Barranquilla que desde hace más de una década siguen un plan de desarrollo consistente y votan por esa positiva continuidad.

Entre nosotros no; nos debatimos entre la infinita hartera de elegir en principio entre el exalcalde cuestionado, con un discurso agresivo y excluyente o el empresario de los juegos de azar, sin preparación académica ni trayectoria en gerencia pública que aprenderá a ser gobernante con nuestros recursos. Entre tanto la mayoría de nuestros políticos viendo cómo se montan en el tren de cada uno, sin vergüenza ni respeto. Lamentable.