De Piedad Córdoba no me gusta casi nada. No me gusta su turbante, tan postizo como su nariz; no me gusta que en cada elección se acuerde de su origen afro, para conquistar los votos de esa minoría y que al mismo tiempo, como cualquier Michael Jackson, se someta a mil operaciones para parecer cada vez más blanca; no me gusta su oportunismo, que la llevó al punto de valerse del drama de los secuestrados, para obtener réditos políticos con sus liberaciones; no me gustan sus amigos nacionales y extranjeros. O más bien sus socios, porque entre gente de ese talante las relaciones se dan más por conveniencia que por afecto.A pesar de lo poco que me simpatiza esta mujer, tengo que admitir que la sanción que le aplicó la Procuraduría --destitución y 18 años de inhabilidad para ejercer cargos públicos-- por supuestamente haber “promocionado y colaborado” con las Farc no me dejó feliz, como a muchos compatriotas.De esa decisión me preocupan muchas cosas. Aunque no conozco el fallo completo, me dio la impresión que en el proceso no queda muy claro que Piedad sea Teodora Bolívar, la persona con quien Raúl Reyes se cruzó nutrida correspondencia. Y aunque muchos podemos tener el pálpito de que sí son la misma, una cosa es la verdad procesal y otra la verdad real. Y si en el proceso no se demuestra suficientemente ese vínculo, la sanción queda chilingueando. Me preocupa, entonces, que Piedad con la sagacidad que se gasta, use este fallo, como de hecho ya lo está haciendo, para convertirse ante los ojos del mundo en una mártir de la paz. Cuando, a mi modo de ver, abrazó esa causa con cálculos politiqueros. Sinceramente yo habría preferido que a Piedad la hubiera sacado del ring de la política la voluntad popular, en lugar de una decisión de un procurador fundamentalista. Y que en las pasadas elecciones, la gente le hubiera cobrado el descarado protagonismo que tuvo, con la entusiasta colaboración de las Farc, en la liberación de varios secuestrados. Pero ocurre que al parecer muchos le comieron cuento, porque en los comicios del 14 de marzo obtuvo la no despreciable suma de 67.438 votos, ni más ni menos, la cuarta votación del Partido Liberal para el Senado. Otra cosa es que la Corte Suprema de Justicia, en un proceso abierto al escrutinio público y donde Piedad tenga todo el derecho a la defensa, demuestre que ella obtuvo esa votación gracias al apoyo de las Farc y la condene por sus nexos con esa guerrilla.Pero, insisto, me preocupa la fragilidad aparente de las pruebas que tuvo el Procurador para aplicarle a la senadora antioqueña la mayor sanción disciplinaria que haya recibido congresista alguno. Y más me preocupa que muchos colombianos consideren que lo que hay que hacer con quienes piensan diferente a uno es enviarlo al ostracismo político, a cualquier costo.En lo personal, con todo lo mal que me cae doña Piedad, yo sí prefiero tener que aguantármela diciendo sandeces en el Congreso, o en cualquier otro escenario público, a darle el papayazo de convertirla en la Juana de Arco de la Paz, para que salga a venderle al mundo la historia de que a ella la condenaron porque en Colombia se “criminalizó su tarea humanitaria”. Mucho me temo que la Procuraduría más que tirarse a Piedad lo que le hizo fue un inmenso favor. Ya lo verán.