Por: Elkin Fernando Marín Marín*
Durante décadas, la filantropía tradicional ha sido una respuesta para abordar grandes problemáticas sociales, basada en la generosidad y la donación. Esto ha permitido atender emergencias, aliviar necesidades urgentes y acompañar a poblaciones históricamente excluidas. Sin embargo, en un mundo donde desafíos como la pobreza, la desigualdad educativa, las brechas de género o el acceso precario a la salud y la educación persisten y se vuelven cada vez más complejos, la lógica de ‘dar dinero’ está demostrando ser insuficiente para generar soluciones verdaderamente sostenibles y escalables.
Estamos ante un cambio de paradigma radical: el tránsito del capital concebido únicamente como caridad hacia la inversión de impacto, donde la rentabilidad financiera y la generación de impacto social medible dejan de ser opuestas y se entienden como dos caras de la misma moneda. Este giro no pretende sustituir la filantropía, sino fortalecerla, incorporando la disciplina, el rigor y la capacidad de escalar que aporta el mundo financiero.
La donación, por su propia naturaleza de ‘fondo perdido’, a menudo limita la capacidad de crecimiento y la innovación de muchas organizaciones sociales. Al no existir un mecanismo de retorno, los recursos se agotan y deben reponerse una y otra vez, lo que mantiene a estas organizaciones en una carrera constante por el próximo subsidio. Aquí es donde entran en juego los conceptos de capital de impacto y capital paciente.
El capital de impacto es aquel que genera un beneficio social o ambiental positivo junto con un retorno financiero, que puede ir desde la preservación del capital hasta tasas de mercado. Por su parte, el capital paciente actúa como el combustible de largo aliento para este ecosistema: es un capital que, a diferencia de la inversión tradicional, está dispuesto a esperar mayores períodos para ver retornos, priorizando la maduración de la solución social y aceptando mayores niveles de riesgo en favor de un cambio sistémico profundo.
Las inversiones de impacto buscan simultáneamente beneficios sociales y financieros. Operar bajo esta lógica permite que las iniciativas con propósito funcionen bajo criterios de sostenibilidad, generen ingresos, reinviertan utilidades y avancen hacia la autosuficiencia, en lugar de depender indefinidamente de donaciones. Además, al tratarse de capital que espera algún tipo de retorno, puede movilizarse en volúmenes mucho mayores que la filantropía tradicional, haciendo posible que las soluciones que funcionan crezcan y se repliquen.
Este giro también está transformando el papel de las fundaciones. De ser únicamente dispensadoras de donaciones, muchas están evolucionando hacia actores estratégicos del ecosistema de impacto. Hoy destinan parte de su capital a inversiones alineadas con su misión, los llamados program-related investments (inversiones relacionadas con programas) integran criterios ambientales, sociales y de gobernanza en la gestión de su patrimonio y, en algunos casos, actúan como verdaderos fondos de capital de riesgo, financiando emprendimientos que buscan resolver de manera escalable desafíos como el acceso a energía limpia o la inclusión financiera digital.
La transición de la filantropía tradicional hacia el capital de impacto supone aceptar una verdad incómoda, pero necesaria: los grandes problemas sociales no se resuelven con acciones aisladas ni temporales, sino con soluciones sostenibles, escalables y capaces de mantenerse en el tiempo.
El ecosistema financiero debe abrazar esta disciplina. Los inversionistas de impacto, ya sean fondos privados, fundaciones visionarias o ciudadanos que participan a través del crowdfunding, están demostrando que es posible obtener retornos financieros, mientras se construye una sociedad más justa y sostenible. Al poner la medición del impacto al mismo nivel que la medición de la rentabilidad, estamos desbloqueando una fuente de capital inmensa, más paciente, rigurosa y escalable que la caridad por sí sola.
El futuro de la inclusión social se financiará con la lógica del mercado, pero con el corazón de la misión.
*Director de Inversiones, Fundación WWB Colombia.