Un gran suceso fue la charla de tantos autores caleños en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, que concluye mañana. En especial, el lleno total del conversatorio de los psiquiatras Carlos Climent y Sonia Bersh, en la presentación de su libro ‘Depresión, la enfermedad sin voz’.
Uno de los aspectos más importantes de la charla, y que merece ser dejado como registro para aquellos que no pudieron asistir o seguir la charla por redes, es que hay tres filtros o murallas que impiden a la persona deprimida buscar ayuda.
Primero, la persona misma no quiere reconocer su enfermedad, y se refugia en frases como “esto es pasajero”, “no es para tanto”, “yo mismo puedo con mis propios recursos mentales sortear esta dificultad sin ir a terapia”, “uno no debe depender de psiquiatras ni medicarse porque debe resolverlo con mente positiva y actitud”.
Un segundo obstáculo para el paciente depresivo es la familia. Una familia acepta más fácilmente el cáncer de su ser querido que el diagnóstico de depresión del mismo, pues teme al estigma social de las enfermedades mentales y no quiere, ninguno, tener que enfrentar.
A la familia le resulta mejor negar la depresión o minimizarla, e incluso agobiar al paciente deprimido con frases como “ponga de su parte”, “usted lo tiene todo, de qué se queja si hay tanta gente necesitada”, “póngale ánimo, no se complique tanto”. Esto, en lugar de ayudar, solo aplaza el momento de ir a consulta con el especialista, y sume al paciente en la sensación terrible de ser una carga o nube negra para todos los que empiezan a alejarse de su lado por su “mala actitud”.
El tercer filtro para la mejoría de la persona deprimida son los mismos médicos, pues tratan la dolencia puntual que aqueja al paciente sin sentarse a sospechar que, de base, puede haber una depresión.
Así el paciente deprimido pasa meses o años de médico en médico, de especialidad en especialidad. Busca al gastroenterólogo, al cardiólogo, al neurólogo; se queja de insomnio, de falta de energía, de problemas intestinales, de dolores musculares, de forma aislada e inconexa, cuando en realidad la base de sus muchos desajustes y síntomas es, por supuesto, una depresión no identificada, no tratada, no medicada.
Pero hay una cuarta barrera muy común, y es el temor a la medicación. “No voy al psiquiatra porque no quiero que me mediquen, no quiero volverme adicto y dependiente de las drogas psiquiátricas”, dicen muchos. Pocos con un cáncer, por ejemplo, rechazarían la medicación que puede contribuir a su proceso de mejoría, pero cuando se trata de las enfermedades mentales deciden, sin más, negarse a sí mismos el alivio potencial.
Un libro de consulta obligada, que debe empezar a rotar entre las familias.