Cuando alguien manifiesta un detalle de indiferencia, desinterés, falta de afecto o egoísmo que nos sorprende porque es un contraste frente a su comportamiento habitual, con absoluta certeza ese personaje es lo que ese pequeño fragmento revela. Ante esa evidencia es necesario tomar atenta nota y ponerse a la defensiva. No se puede pasar por alto porque con seguridad tal conducta se repetirá.
Esas manifestaciones pueden maquillarse o disimularse por un tiempo, pero invariablemente saldrán a la luz en algún momento. Lo que suele pasar es que esa persona es muy hábil para mantener oculta su verdadera naturaleza.
Otros personajes, parecidos al anterior, son el adulador, el seductor de oficio, el mago de lo social, el servil o el zalamero, todos ellos plagados de rasgos antisociales disimulados gracias a los cuáles navegan con gran facilidad en las aguas superficiales de la farsa social. Lo que verdaderamente sorprende, es la frecuencia con la cual, la gente bien intencionada tolera estas conductas a pesar de intuirlas como poco genuinas.
Pensar con el deseo, o sea ignorar la verdadera naturaleza y significado de esas conductas es una forma de negación de la realidad.
Las razones pueden ser la comodidad o el temor. Pero también el que al aceptarlas como ciertas se las disfruta secretamente a cambio de la ilusión de ser aceptados, amados o admirados.
Pero la obligación de aquellos que viven responsablemente es estar con los ojos abiertos frente a esos detalles. Es indispensable tener en cuenta que si alguien obró con falsedad en una oportunidad puede hacerlo de nuevo.
Se le podría dar una segunda oportunidad si lo ocurrido fue, en verdad, un error y si hay una admisión franca del mismo. En esos casos hay que someter a esa persona a una cuidadosa observación, teniendo presente que la naturaleza humana es consistente en estos asuntos.
En general, quien fue capaz de una deslealtad, por pequeña que sea, puede ser capaz de muchas más. Si se confirma que el “amabilísimo” empleado de confianza robó “una primera y única vez”, hay que entender que quien roba una vez, muy probablemente seguirá robando.
Lo único es que lo hará con más disimulo. Lo mismo aplica al amor fingido, a las actitudes hipócritas y a la falta de sensibilidad. El/la compañero/a que una vez mostró un comportamiento desleal o deshonesto, debe ser confrontado/a y advertirle que ese tipo de conductas no son admisibles.
De repetirse, se habrá llegado a una conclusión, y corresponde actuar en consecuencia. El considerar estos aspectos como la punta del iceberg es no solo una medida saludable sino un acto de responsabilidad.
Todos esos detalles, aparentemente menores, advierten que lo visible es sólo una muestra, pero que en lo profundo siempre hay mucho más de lo mismo. Simplemente hay que observar con cuidado y no tragar entero. Sobre todo, no pensar con el deseo, ni ver solamente lo que se quiere ver con el fin de mantener la tranquilidad y la complacencia.