“Año bisiesto, pascua marcial, año fatal”, frase que le escuché a alguien en Tuluá en tiempos de la infancia, y después comprobé que esa sentencia encerraba una trágica verdad, pues 1948 tuvo un día más que los anteriores, que resultó de veras fatal.

El 9 de abril de ese año fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, el caudillo liberal cuya muerte acentuó más el odio que había entre los miembros de los dos partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador, odio que tenía en ese momento 100 años de fermentación, y que de allí en adelante las relaciones políticas cayeron en un foso profundo, del que no hemos podido salir, y que es la génesis de la polarización actual.

Para que los colombianos nos olvidáramos de la dura violencia que azotaba campos y ciudades, a alguien se le ocurrió la buena idea de traer al país la fiebre del fútbol, de tanto arraigo en Argentina, Brasil y Perú. Alfonso Senior, presidente de Millonarios, y Gonzalo Rueda Caro, de Santafé, se dieron a la tarea de organizar el rentado y con 10 equipos inició el campeonato, que ganó el Expreso Rojo.

También en ese mismo año, este servidor cursaba primero de bachillerato en el Gimnasio Moderno, y como todo el alumnado caí rendido a los pies de ese deporte.

Años después, ya ‘grande’, vine con la familia a vivir a Cali, y me hice hincha fanático del América, y con Fernando, mi hijo mayor, frecuentaba el Pascual Guerrero, apoyando a ‘la Mechita’.

Por allá en 1949 llegó a Colombia desde su natal Costa Rica Carlos Arturo Rueda, un narrador de fútbol inolvidable, que yo gozaba oyéndole los domingos en el radio del salón de juegos del internado bogotano, que en una hora paseaba su voz por todos los estadios del país, narrando como si estuviera en esos escenarios, lo que había sucedido en las canchas. Carlos Arturo se apoderó del relato futbolístico y también de la Vuelta a Colombia en bicicleta, desde el transmisor de la emisora a la que servía, informando la dura prueba de los ‘escarabajos’, en aquellas terribles carreteras.

Pasan los años y ya en Cali, empecé a escuchar en mi pequeño radio Sony, sentado en la gradería del Pascual, una voz que yo juzgaba superior en calidad a la del viejo Carlos Arturo: la de Rafael Araújo Gámez, quien formaba equipo con Mario Alfonso Escobar y Vicente ‘Gallego’ Blanco.

Era increíble su versatilidad, pues lo que yo veía en el gramado era idéntico a lo que narraba Araújo. Tiempo después tuve la fortuna de convertirme en su amigo, amistad que perdura hasta hoy.

Araújo es persona de altísimo nivel cultural. Abogado, poeta, crítico literario y cinematográfico, conversar con él es una verdadera delicia.

Con generosa dedicatoria me obsequia su última novela: ‘Bailemos para no morir’, que nos trae la biografía del bailarín de salsa ‘Beny’ Montenegro, que a punta de valor y persistencia se instaló en Nueva York, en donde se convirtió en el más reputado artista de nuestro baile vernáculo. Con noble prosa, Araújo convoca la atención del lector en sus 300 páginas, por la amenidad del texto.

Gracias, querido Rafa, por permitirme ser tu amigo y rendido admirador de tu oficio literario. Y por siempre recordaré cuando se producía un gol contra cualquiera de los dos equipos en juego, y tú decías: “ya no hay tiempo de llorar, el balón adentro”.