De hoy en 360 días, el país vivirá el comienzo de un nuevo gobierno para el periodo constitucional de 2026-2030. Pero el camino hacia ese proceso electoral enfrentará, o enfrenta desde ya, serios desafíos que exigen que todos los ojos estén puestos sobre las garantías democráticas y la preservación de las instituciones ante una narrativa cada vez más destructiva.

Porque si estos tres años han sido de enorme desgaste y división para el país, el año final del mandato de Petro requerirá especialmente de fortaleza y aguante de parte de sus críticos.

El presidente ha demostrado, con figuras que van desde disputas limítrofes hasta propuestas como una asamblea constituyente, que está dispuesto a conseguir, como sea, reducir el país político a dos lados: los que están con él y los que no. En varias décadas, nadie había dividido a nuestra nación de una manera tan premeditada y egoísta como lo hace Petro.

Los motivos de choques políticos que pueden ocupar el debate público son cada vez más críticos, como si el gobierno hubiera decidido guardar su lado más polémico –esto incluye también sus más recientes nombramientos, desde luego– para la recta final de su mandato. Mientras el país se embarca en controversias cotidianas, un asunto cargado de sospechas y riesgos del mayor peso imaginable toma forma desde el fondo.

Se trata de la inexplicable alianza, con figura de proyecto, entre dos socios y amigos, que el presidente Petro ha construido con el régimen de Maduro. No cabe duda de que con un país que cumple un rol tan estratégico para Colombia debe primar la diplomacia y las buenas relaciones, pero la distancia entre eso y convertir a un tirano en socio y tomador de decisiones conjuntas en delicados asuntos de materia militar y económica es enorme.

La lista de la discordia continúa con discusiones como la de convocar una asamblea para reescribir al acomodo del presidente la Constitución del 91, la desconfianza con que ha buscado debilitar la credibilidad de las elecciones y los mensajes que ha enviado sobre el futuro del sector privado. Todo indica que será un largo año, de tensiones y fragmentación.

A pesar de lo que repiten algunas voces delirantes y minoritarias, este gobierno no puede quedarse en el poder ni un día más, ni un día menos. Ningún efecto deben tener agendas como las del jefe de despacho, quien desde el poder presidencial propone que Petro pueda reelegirse, ni palabras como las del excanciller Leyva, quien propuso una peligrosa ruptura del orden constitucional que afortunadamente no encontró eco.

Debemos tener certeza de que el gobierno Petro buscará empujar, así sea en forma de causas perdidas, muchas de sus más inconvenientes propuestas en el último año para poder repetir por décadas que intentó cambiar el país, pero sus opositores no lo permitieron.

Los demócratas podemos decir que hemos superado los primeros tres años de esta inmensa prueba sin caer en el lenguaje de rivalidades, lucha de clases, ataques a los contrapesos y ofensas a la prensa que ha definido a la presidencia Petro. Así debe continuar siendo, incluso cuando los gritos desde el poder suenan cada vez más intimidantes y divisivos.

Con toda la esperanza confío en que en 360 días empezará una mejor época para Colombia, de decencia política, responsabilidad en la toma de decisiones y el nombramiento de personas idóneas para los cargos.

Pero, sobre todo, deseo que llegue al poder una voz que proponga reconciliar a la nación en vez de profundizar las heridas.