El paquete de propuestas que presentó el presidente Joe Biden a los estadounidenses durante su carrera hacia la Casa Blanca consistía básicamente en guiar la Nación por un rumbo distinto al que la embarcó su adversario y antecesor Donald Trump.

En efecto, en solo dos semanas el Mandatario demócrata ha dejado sin validez más de 400 decretos y prohibiciones firmadas por el republicano en materia migratoria, de cambio climático y de relacionamiento con entes internacionales y otros países.

De hecho, la última la anunció este miércoles, cuando decidió prolongar por cinco años el tratado de desarme nuclear con Rusia.
 
¿Pero hasta dónde podrá llegar Biden revertiendo las políticas de Trump? ¿Encontrará apoyo suficiente para dar vía libre a sus demás promesas de campaña? ¿Qué tanta resistencia tendrá entre los republicanos?

Lo primero a tener en cuenta, de acuerdo con el analista internacional Jorge Luis Yarce, de la Universidad Central, es que la configuración del nuevo Gobierno de Estados Unidos quedó mayoritariamente en cabeza de los demócratas, con mayoría absoluta en la Cámara, y con un 50-50 en el Senado, pero con un voto decisivo en manos de la vicepresidenta Kalama Harris, que también funge como presidenta del Congreso.

“Significa esto que Biden tiene las mayorías absolutas y eso le da cierta tranquilidad en la gestión de proyectos y programas que deban pasar por el Legislativo, y hay una voluntad de trabajo entre los dos partidos, como se vio de manera simbólica durante la posesión, porque el Partido Republicano quiere desmarcarse de la figura de Donald Trump y lo que ha significado en el periodo de transición”, explica Yarce.

Inicio tranquilo

Lo realmente extraordinario de estas primeras semanas de la Presidencia de Biden es que todo transcurre con normalidad.

“Ha sido una semana ocupada”, dijo el jueves el Mandatario en la Oficina Oval, refiriéndose a la cascada de órdenes ejecutivas que ha firmado desde que asumió el poder el 20 de enero, anulando reglas promulgadas por su predecesor en diversos temas.

Pero para muchos el logro más significativo de Biden en estos días de mandato ha sido recordarles a los estadounidenses que es posible que no ocurra nada inesperado en la Casa Blanca. Además, no bombardear a los ciudadanos con mensajes por Twitter y no tildar a los periodistas de enemigos del pueblo, como lo hacía el magnate.

Lo suyo han sido sesiones informativas diarias, detalladas e incluso aburridas y acompañadas por expertos en Covid-19, economía y otros temas.

El de ahora es un presidente que apela a la unidad y aparece a menudo en público, pero por poco tiempo, y que, sobre todo, como lo ironizó el presentador de televisión Stephen Colbert aludiendo a la primera diferencia entre Biden y Trump respecto a la pandemia: “Ahora hay un plan”.

Lo cierto es hoy todo se reduce en los Estados Unidos al tema del covid, que está próximo a sumar medio millón de ciudadanos muertos.
Los datos hasta el pasado jueves mostraban que el país está viviendo la crisis económica más aguda desde 1946, con un PIB que se contrajo 3,5% en 2020, lo que se traduce en restaurantes cerrados, aviones vacíos y trabajadores sin empleo.

Así, la Presidencia de Biden dependerá de lo que pase con la pandemia. Si logra inmunizar a la población y reactivar la economía, podría convertir el desastre actual en triunfo. “El éxito de todo lo demás dependerá realmente de eso”, dice Mark Carl Rom, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Georgetown.

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¿Y la unidad?

Pero el otro gran desafío del demócrata es restaurar la unidad en un país que Trump dividió por la mitad. Biden ha hablado casi a diario de esa misión y ha tomado medidas para bajar la temperatura tras una campaña que terminó con partidarios del republicano irrumpiendo en el Capitolio.
Cuando se les pide que opinen sobre el próximo juicio político a Trump, el nuevo Jefe de Estado y su portavoz, Jen Psaki, se niegan a morder el anzuelo, diciendo que el asunto deben decidirlo los legisladores en el Capitolio.

El Mandatario también se evitó involucrarse en una pelea que tuvo lugar en el Senado cuando algunos demócratas intentaron eliminar una regla que obliga a los legisladores de ambos partidos a trabajar juntos para aprobar proyectos de ley. La regla se mantuvo.

Al final, Biden no nombró a ningún republicano de alto perfil en su gabinete, como algunos habían predicho. Y está siendo criticado por la cantidad de órdenes ejecutivas que está promulgando, pasando por encima del Congreso. Incluso, el editorial del New York Times lo reprendió el jueves, diciendo que “esta no es la forma adecuada de hacer leyes”.

Su próxima prueba importante será obtener el apoyo bipartidista en el Senado para su gigantesco paquete de asistencia económica de 1,9 billones de dólares destinado a enfrentar la pandemia. Hasta ahora las señales no son buenas, pero la Casa Blanca insiste en que Biden, que durante muchos años fue senador, tiene la experiencia necesaria para lograr que los dos partidos se sienten a conversar.

“Unificar el país es abordar los problemas que enfrenta el pueblo estadounidense y trabajar para que demócratas y republicanos hagan exactamente eso”, dijo Jen Psaki el jueves.

De momento, el entrante Presidente de los Estados Unidos tiene el viento en popa. Una encuesta de la Universidad de Monmouth publicada el pasado miércoles ubica su nivel de aprobación en el 50 %. Podría no parecer mucho, pero lo es si se tiene en cuenta que Trump, al dejar el cargo, contaba, según Gallup, con el respaldo de apenas el 34 % de los ciudadanos.

Falta saber si ese teflón le alcanza para sacar adelante otras de sus promesas de campaña, como lo fue recuperar los puestos de trabajo que se perdieron por la pandemia y subir el salario mínimo en el país.

De igual forma, Biden espera rescatar el ObamaCare, el plan de salud universal que impuso su mentor durante su Presidencia hace ocho años. Sin embargo, todo indica que los republicanos seguirán oponiéndose a ello, así como al programa DACA, que brinda protección a hijos de migrantes que llegaron de pequeños al país.

Y está por verse si el demócrata logra que los fabricantes de armas asuman responsabilidad civil por el uso ilegal de sus productos y mantener tales artefactos fuera de manos peligrosas, a través del sistema federal de verificación de antecedentes, como lo prometió durante la campaña electoral.

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