Tania Victoria Marín ha aprendido a leer los silencios. A encontrar, entre tanto movimiento, esos espacios que no se anuncian, pero que sostienen todo lo demás: las comidas sin apuro, las charlas sin reloj, la risa compartida en pijama, una tarde cualquiera en casa.

Aunque su vida ha estado inevitablemente ligada al béisbol —esposa del exjugador de Grandes Ligas Gerardo Parra y madre de dos niñas— su manera de acompañar la carrera de su esposo ha sido desde otro lugar: el de la presencia, la constancia, la familia.

“La primera mitad de esta temporada ha sido, como siempre, una mezcla de emociones. Orgullo, cansancio, aprendizajes… Pero sobre todo, gratitud. Lo más importante es haber compartido este viaje juntos, las veces que se ha podido”, dice con calma.

Desde Washington D. C., donde pasan los días de descanso, Tania habla con un tono sereno. No hay discursos preparados. Lo suyo es el relato cotidiano, el que muchas veces no se ve, pero que da sentido a todo lo demás.

“Es una bendición que este deporte nos incluya como familia. Nos sentimos parte del equipo, desde otro ángulo”, dice.

Durante las pausas de temporada, la prioridad es simple: bajar el ritmo. Volver al centro. La familia se enfoca en lo esencial: comidas hechas en casa, juegos con las niñas, paseos tranquilos, planes espontáneos sin mayor logística.

“Cosas que parecen pequeñas, pero que nos llenan el alma”, explica. También aprovechan para ponerse al día con otras tareas, ajustar temas pendientes del trabajo, pero siempre con la intención de desconectarse un poco del mundo deportivo y reconectarse entre ellos.

La rutina de descanso también tiene una tradición que repiten cada año: en noviembre, al terminar la temporada, hacen un viaje familiar para cerrar el ciclo. Un destino nuevo, idealmente fuera de Estados Unidos, donde puedan conocer otra cultura y salir del entorno habitual.

Este año, por su embarazo, han decidido elegir un lugar más cercano dentro del continente, pero no cambiarán el espíritu del viaje. “También hacemos una cena especial donde recordamos lo vivido, celebramos logros —grandes o pequeños— y escribimos nuestras metas para el nuevo año. Es nuestra forma de cerrar una etapa y empezar otra con intención”, cuenta.

Ya con la vista puesta en el regreso a Florida, Tania y su esposo organizan con calma el inicio del ciclo escolar de sus hijas. Desde las compras de útiles hasta el reajuste de horarios y rutinas en casa, todo se hace con planificación, pero también con mucha atención al aspecto emocional.

“Hablamos mucho con ellas sobre cómo se sienten, qué esperan del nuevo año. Les damos ese espacio para adaptarse a su propio ritmo, sin forzarlas. Acompañamos el proceso más allá de lo logístico”, relata.

Lo que más valora Tania de estos tiempos tranquilos es algo que no tiene precio ni lugar específico: la conexión.

“Poder mirar a los ojos sin prisa, conversar sin interrupciones, ver a las niñas reír sin preocupaciones… Esos momentos nos recargan. El béisbol es una parte importante de nuestras vidas, pero estos espacios nos recuerdan por qué todo vale la pena”, dice.

La forma en que vive y transmite esa filosofía no es teórica. Tania es ingeniera de formación y desde hace años ha adoptado un estilo de vida activo y saludable que comparte con naturalidad. Camina, juega tenis, mantiene hábitos físicos constantes.

Las niñas practican ballet, hacen paseos en bicicleta, comparten juegos en familia. Todo forma parte de una rutina que no busca perfección, sino equilibrio. Para ella, el bienestar comienza en casa, con decisiones simples: alimentación equilibrada, menos pantallas, más tiempo presente.

En redes sociales, comparte fragmentos de ese día a día. Nada impostado, nada exagerado. Momentos reales: desayunos en familia, celebraciones, ideas que fortalecen el vínculo familiar. No desde el rol de influencer ni buscando protagonismo, sino desde el deseo de documentar una vida en la que lo cotidiano tiene valor propio.

En medio de una industria que tiende a mostrar solo los resultados visibles, Tania representa otra narrativa: la de quienes sostienen desde adentro.

Su papel no está en las estadísticas ni en los titulares, pero sí en las estructuras que permiten que todo funcione. Y esa presencia, silenciosa y firme, tiene una fuerza distinta: la de quien entiende que el éxito no se mide solo en medallas, sino en la capacidad de cuidar lo que realmente importa cuando nadie está mirando.