A la una de la madrugada, sentados en un andén del barrio El Peñón, Diego el Cigala y Yuri Buenaventura gestaron una fusión indisoluble: la del flamenco y la salsa. Un círculo, como prefiere llamarlo el cantante español, que desde ya parece indisoluble. 48 horas al lado de un grande.
La historia de este encuentro empezó el miércoles anterior al concierto, cuando Diego Pombo nos anunció que su amigo el Cigala estaba interesado, o mejor, comprometido, en hacer un disco de música del Caribe y de salsa. Sin pensarlo dos veces nos comunicamos con el empresario Felipe Sánchez y acordamos un almuerzo para el día siguiente.
La cita era en Toni Romas, en los bajos del Hotel Dann. Allí llegamos con José Aguirre, sin Yuri Buenventura, quien ese día no se encontraba bien de salud. Allá llegó la inmensa figura del flamenco, Diego el Cigala, un tipo jovial, sencillo, pertido.
Como suele suceder en las primeras citas, la timidez de Diego y José se interpuso en un principio. Poco a poco la conversación fue fluyendo y de repente los proyectos del uno y del uno desembocaron en las posibilidades de hacer algo en conjunto.
Cigala, convencido de la increíble conexión entre del flamenco y la música del Caribe, habló de la unión que existe entre esas culturas. Una especie de círculo, concepto difícil de entender en su momento. La conversación fue interrumpida por el júbilo que le produjo el gol del Real Madrid, su equipo del alma. Después, la anotación de un jugador hecho en las inferiores del Real, acabó la sesión de fútbol.
Y volvimos a la música. Subimos al carro y empezamos a escuchar, en CD, el proyecto que hizo el Cigala con cubanos encabezados por el Tosco Cortez, director de NG La Banda. Al son de esas canciones nos despedimos, con el compromiso de asistir a su concierto esa noche.
A las ocho de la noche y durante dos horas, escuchamos un concierto único.
Aunque los asistentes esperaban todas las canciones del Romance de la Luna Tucumana, la verdad es que fueron dos horas donde el gran artista recorrió parte de sus producciones con temas latinoamericanos y flamencos. Ese flamenco que sale de sus pulmones con naturaleza, llenando de tonalidades y lamentos tangos como Perfume de Naranjos y boleros mortales como Vida loca de Pacho Céspedes.
Después de tocarnos todos los rincones del alma con Vete de Mí, el tango que Bola de Nieve convirtió en bolero, el maestro del flamenco hizo lo que nos había anunciado: se metió con el guaguancó y se lo aplicó a Dos Gardenias de Isolina Carrillo. Y listo. La clave cambiada en manos del gitano, acompañada por la guitarra eléctrica de Dan Ben Loir, la percusión de Isidro Suárez, el piano de Jaime Calabuch y el bajo, sabio y joven, de Yelsi Heredia, se convirtió en magia.
Ese guaguancó que fluía en el escenario era apenas el anuncio de lo que sucedería un día después. Los que sabíamos lo que podía ocurrir, incluido Yuri Buenaventura, aplaudimos a rabiar.
Terminado el espectáculo llegamos hasta el camerino. Allí el abrazo de Cigala y Yuri fue de viejos conocidos; conexión instantánea. Cigala, en una muestra más de su timidez, me dijo al oído que le dijera a Yuri si podía cantar algo.
La respuesta fue Las cuarenta: pura fuerza, puro feeling más que fuerza: Aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo, se del beso que se compra, se del beso que se da Cigala, sentado, no le quitó la mirada. Amigos para siempre.
La salida fue más tranquila de lo que temían quienes conocen al español. Se fueron a cenar Pombo, Beatriz, Cigala, Dan, y Yuri, en un restaurante de El Peñón. Cuando lo cerraron empezó lo increíble.
Sentados en el andén en la esquina del hotel Dann, frente a Malecón, a la una de la mañana, los dos cantantes empezaron a cantar. Solos, sin micrófonos, con tres espectadores y mucho sentimiento. Los boleros resonaron y las lágrimas aparecieron, los abrazos no cesaban mientras los pocos autos que pasaban se detenían. Sus ocupantes no creían que semejante espectáculo fuera posible en las calles de Cali.
El compromiso entonces fue ir al otro día al estudio de José Aguirre, donde Yuri graba su próxima producción. Allí apareció Cigala con Dan Ben Loir, su guitarrista. Empezó una Jam Sesión en la que resonó Cóncavo y convexo, convertido en la mezcla del Caribe y del flamenco. Era el círculo perfecto que Cigala nos anunció en el almuerzo, 26 horas atrás.
Y apareció todo el sentimiento posible. Con la ayuda de José, de sus sonidistas, de Víctor González, el pianista con mayor futuro de Cali. Durante ocho horas, el asunto fue algo muy peculiar. Se trató de tomar la balada escrita por Roberto Carlos en los años 80 y convertirla en algo parecido a un bolero. Porque es la clave del guaguancó sumada al flamenco del Cigala, al feeling de Yuri, a la guitarra de Dan, al piano de Víctor. Total, una locura enorme e impresionante.
Capítulo aparte merece Dan Ben Loir. Judío, nacido en Yemen, vivió en las cuevas de Sacromonte para aprender los secretos de la guitarra gitana. Mi palo de cricket, como le dice Cigala por su flacura, es un verdadero genio de la guitarra.
Ocho horas duró el asunto del cual salió una grabación memorable que se la llevó Diego Rodríguez, el Cigala, para Santo Domingo, donde reside. En ello apareció su versatilidad como bongosero y su increíble sentido musical. Y todos pudimos presenciar la calidad de Yuri Buenaventura, así como el aporte de José Aguirre, paciente anfitrión de una locura maravillosa.
Fueron cuarenta y ocho horas alucinantes con los músicos colombianos que en el mundo son reconocidos por su calidad indiscutible como Yuri, José y Víctor. Y, claro, con ese inmenso gitano que nació por y para la música.