Vivaldi en Aguablanca

Hay dos cuadros en la pared, son los retratos de Antonio Vivaldi y Johann Sebastian Bach, santos patronos que custodian la sala de conciertos (un salón con tarima), ubicado en el primer piso de la Escuela de Música Desepaz, un proyecto cultural liderado por la Asociación para la Promoción de las Artes (Proartes) que acaba de cumplir 20 años de historia.

Son las 2:00 de la tarde del miércoles, hora en que inicia la segunda jornada en la institución y ya se encuentran 22 jóvenes, 12 mujeres y 10 hombres: violinistas, violistas, violonchelistas y contrabajistas en formación, que pertenecen al programa de cuerdas.

El ensayo de hoy es para pulir el Concierto en Do Mayor para cuerdas, de Vivaldi, la nueva obra que están montando bajo la dirección del maestro Martín Buitrago, director asistente de la Orquesta Filarmónica de Cali y docente de esta escuela desde el 2024.

Los diferentes proyectos musicales participan en el Festival Mono Núñez, el Petronio Álvarez y en conciertos junto a la Filarmónica de Cali. | Foto: El País

Los estudiantes de cuerdas siguen las indicaciones de los compases, mientras al fondo se escuchan las voces del coro juvenil. Todo indicaría que estamos en un conservatorio de música clásica, en alguna capital europea, pero no, la Escuela de Música Desepaz se encuentra en el corazón de la Comuna 21, parte del Distrito de Aguablanca, al oriente de Cali.

El silencio, la disciplina y la concentración que reinan en este edificio de tres pisos, donado por la Presidencia de la República en 2013, fueron un triunfo del trabajo y la dedicación a la comunidad del barrio Desepaz, donde al principio, para el año 2005, recibieron el proyecto con extrañeza: “¿Una escuela de música clásica en Aguablanca?”, se preguntaron muchas familias.

El maestro Martín Buitrago, enseña lenguaje musical y dirige el programa de cuerdas en la Escuela de Música Desepaz. | Foto: El País

Como cuenta la maestra Ángela Deán, violista de la Filarmónica y docente de la Escuela desde sus inicios, “hicimos las audiciones en un lote y luego comenzamos con 60 niños, a los que dábamos clases en la parroquia San Felipe Neri, dentro de la iglesia, o a veces afuera, luchando contra el ruido de los carros, y de los negocios que había alrededor”.

“Muchos padres no sabían muy bien en qué estaban metiendo a sus hijos, era música, pero para ellos no tenía mucho sentido que aprendieran violín, viola, violonchelo y contrabajo, y otras personas de la comunidad tenían desconfianza, pero ya hoy nos quieren como parte de su barrio, incluso tenemos un coro de padres y cuidadores”, comenta la maestra.

Pasados 20 años, las cifras demuestran el enorme impacto en vidas: 5000 jóvenes egresados pertenecientes a las comunas 21, 16, 15, 14, 13 y 10, entre los que 159 realizaron el proceso completo, es decir, ingresaron a los 6 años y se graduaron a los 17, la mayoría de ellos dedicándose profesionalmente a la música.

Para Yahaira Mina, directora de la Escuela de Música, “este proyecto le ha permitido a los jóvenes de barrios populares romper los estigmas de la pobreza, alejándolos de las dinámicas violentas y que encuentren otras oportunidades en el arte, como es el caso de muchos de nuestros egresados, que han decidido optar por la música como una carrera profesional”.

"Aquí los chicos son felices, encuentran un lugar donde aprenden a convivir y a resolver sus conflictos de una manera pacífica", Yahaira Mina, directora de la Escuela de Música Desepaz. | Foto: El País

“Ningún otro proceso musical en Colombia tiene tan eficientes indicadores. Somos el semillero de los programas de música en Univalle y Bellas Artes. Nuestro mayor orgullo son los egresados que continuaron sus estudios universitarios y hoy se desempeñan como profesores de la institución, y aquellos que hacen parte de la Filarmónica de Cali”, asegura Mariana Garcés, presidenta de la Junta Directiva de Proartes.

Respecto a la supervivencia de la Escuela de Música Desepaz, Yahaira Mina manifiesta que “el primer desafío que tenemos es la continuidad de este proceso, porque siempre los recursos nos hacen falta, estamos en esa búsqueda permanente para sostener el equipo de docentes, administrativos y el mantenimiento de las instalaciones, y de los instrumentos. Es muy importante para nosotros que estas agrupaciones, que estos programas sigan adelante para poder impactar en la comunidad. Nuestro compromiso es enorme”.

“El reto más importante, es lograr que los empresarios privados nos apoyen financiando becas para estos niños, niñas y jóvenes, pues ya no recibimos apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes”, señala Mariana Garcés.

De alumnos a maestros

Diego Castaño tenía 13 años cuando ingresó a la Escuela de Música Desepaz. Fue parte de los 60 niños y adolescentes que iniciaron clases en la parroquia San Felipe Neri.

Siendo el mayor, fue el primero en graduarse y en tomar la decisión de ser músico. Después continuó en el Instituto Departamental de Bellas Artes, donde obtuvo el título de músico profesional en contrabajo.

El maestro Castaño, primer egresado de la Escuela de Música Desepaz, ahora enseña contrabajo a los nuevos estudiantes. | Foto: El País

Para el 2013, siendo supernumerario de la Orquesta Filarmónica de Cali, volvió a la Escuela de Música, pero esta vez como maestro de guitarra y contrabajo, demostrando el impacto de este proyecto cultual, que no solo descubre talentos musicales: ya alcanzó el nivel de una tradición que cuenta con maestros formados en la misma escuela.

“Cuando hicieron la convocatoria, la edad máxima era de 13 años, y yo logré entrar faltándome dos meses para cumplir los 14. Todo resultó una maravilla, me cambió la vida, fue una puerta que, de no ser por la Escuela de Música Desepaz, quizá no se abriría en esta comunidad”, comenta el maestro Castaño.

Sofía Pasaje tiene 16 años y se graduó el año pasado de la Escuela, donde estuvo formándose en canto lírico desde los 5 años. Ahora, cursa segundo semestre de Música en la Universidad del Valle, y sueña con ser la nueva soprano orgullo de los caleños.

Ella fue integrante por varios años del Coro Juvenil Desepaz, el mismo que viajó a Bogotá en 2017 para brindarle un concierto al Papa Francisco, y que entre sus muchas presentaciones en Festivales como el Petronio Álvarez y Ajazzgo, también cantaron el Réquiem de Mozart junto a la Filarmónica de Cali, y acompañaron a una banda de rock en un tributo a Queen.

Sofía Pasaje realizó el proceso completo en la Escuela de Música Desepaz, ingresó a los 5 años y salió a los 15, ahora estudia música en la Universidad del Valle. | Foto: Cortesía César Augusto González

“Desde que mi mamá me llevaba a la guardería y pasábamos por la Escuela, me sentí atraída por los cantos que salían del edificio, me emocionaba tanto que la convencí de que me llevara, me hicieron la prueba de aptitud y, a pesar de que me faltaba casi un año para tener la edad apropiada, me recibieron”, cuenta Sofía.

“A veces los padres piensan que dejan a sus hijos aquí para pasar el tiempo, pero la Escuela realmente nos brinda otra perspectiva de la vida, y es un respiro de la realidad que vivimos en el barrio, como una música de esperanza entre tanto caos”, dice.

Pedagogía musical

La clave del éxito de la Escuela de Música Desepaz está en su pedagogía musical y humana, que no solo involucra a los estudiantes, también a sus padres y cuidadores. Por ello, el impacto, medido por familias, alcanza a 15.000 personas.

La maestra Cuervo es la encargada de la iniciación musical con los niños. | Foto: El País

“Desarrollamos un método pedagógico diseñado por el maestro Paul Dury, que ha sido complementado por otros maestros y maestras a lo largo de estos 20 años”, afirma Mariana Garcés, presidenta de Proartes.

La maestra Carolina Cuervo, violinista de la Filarmónica, encargada de guiar a los estudiantes en este instrumento, desde los más pequeños a los mayores, dice: “Asumimos el reto de reducir la violencia, fomentando la paz y la integración social mediante la educación musical gratuita”.

En este sentido, la Escuela de Música “es un espacio seguro y transformador para los niños, niñas y jóvenes y además fortalecemos la cooperación de la familia y la comunidad”.

Sobre el efecto que tiene la formación musical en las vidas de muchos niños, que llegan con problemas de comportamiento, la maestra asegura que “vienen de una sociedad una golpeada por la violencia, ellos incluso nos narran lo que pasa en el barrio, y a través de la música iniciamos rutinas con mucha paciencia, dedicación y confianza en ellos. A medida que encuentran ese amor por la música y el instrumento, van encontrando esa fuerza y calma para sobrellevar su realidad”.

Uno de sus mayores orgullos es Sebastián Trujillo, joven violinista y estudiante de Música en la Universidad del Valle, quien ya es supernumerario de la Filarmónica de Cali y ha tenido la oportunidad de interpretar obras musicales en el mismo escenario junto a su maestra.

El maestro Guillermo Quiceno, director del Coro Juvenil de la Escuela de Música Desepaz. | Foto: El País

Por último, el maestro Martín Buitrago, expresa que “venimos con la convicción de que la música transforma vidas, aquí los jóvenes pueden aprender muchos otros valores que la música tiene intrínsecos y que son valores para la vida. Con la disciplina necesaria para música también están desarrollando la escucha, el trabajo en equipo y con la comunidad, esas son las habilidades necesitamos todos para la convivencia en una sociedad”.

Buitrago aclara que “nosotros no esperamos que ellos finalmente estudien música, aunque es el de muchos, si finalmente ellos no deciden dedicarse a esto, igualmente han abierto su panorama, su perspectiva de la vida y salen al mundo mucho más preparados como seres humanos”.