Guadalajara de Buga cuyos habitantes son conocidos —en todo el mundo—, sencillamente como bugueños, cuenta entre sus aportes a la cultura universal con dos formas de expresión local (el cuento y la dirección bugueña) que, siendo completamente imprácticas para la vida cotidiana, han resultado un recurso extraordinario para los escritores y artistas nacidos en esta ciudad.

La morfología del cuento bugueño —un fenómeno lingüístico y autóctono que habría cautivado al mismísimo Vladimir Propp, consiste en la capacidad que tienen ciertas comunidades para narrar anécdotas, exagerándolas con gran riqueza de acontecimientos y personajes —que eventualmente son reales—, hasta convertir todo aquello en una historia fantástica, equiparable a las de Scheherezade o el Barón de Münchhausen. Por ello, cuando se califica una historia —casi siempre acabada de contar por alguien que llegó tarde a un compromiso— de cuento bugueño, más que aludir a esta ciudad vallecaucana, pretende afirmar que el relato es divertido, aunque de ninguna forma sirva de excusa. No obstante, cuando la historia tiene el suficiente poder de seducción, al terminar de contarla, todos alrededor olvidan el motivo que buscaba explicar su narrador. De ahí la expresión: “Si va tarde, invéntese un cuento bugueño para que no se meta en problemas”. Mientras que la dirección bugueña (o mandado bugueño), es una expresión que se refiere a la facilidad para guiar —o perder— a un forastero de visita en cualquier ciudad o pueblo, quien en su búsqueda de un lugar preciso pide ayuda a un habitante local, salvo que el guía resulta tan intrincado en sus indicaciones, llenas de detalles absurdos como “voltear hacia la otra derecha cuando aparezca una casa azul con un perro manchado que no ladra, más allá hay una casa amarilla donde fulano, pregúntele a él, que él sabe”. De esta forma, a muchos podría resultarle más fácil llegar a la Basílica de San Pedro en el Vaticano, que a la Basílica del Señor de los Milagros en el centro de Buga, pero esta indicaciones ya no tienen las mismas consecuencias desde la invención del GPS y Google Maps.

Para algunos escritores estas expresiones de la idiosincrasia de Buga resultaron definitivas en su formación literaria, entre los más representativos se encuentra Harold Alvarado Tenorio, conocido recientemente como Mr. HATE, y quien en uno de los más famosos cuentos bugueños de la literatura colombiana, logró hacer su cómplice a Borges, genio universal del cuento bugueño —que en Argentina tendrá otro nombre—. También está el poeta y novelista Fernando Cruz Kronfly. Pero el verdadero maestro del cuento bugueño, o lo que es lo mismo: del relato de ficción, es el escritor Harold Kremer, quien ha dedicado la mayor parte de su vida a leer, escribir y enseñar el arte del cuento, la narrativa breve y la microficción.

El más reciente libro de Harold Kremer, ‘Doce mujeres, doce pequeñas muertes’ (Panamericana Editorial, 2021), es una prueba del dominio absoluto que tiene sobre este género. Cada una de las historias están narradas desde la perspectiva de una mujer distinta, con edades, condiciones, oficios, y deseos únicos. Mujeres que experimentan una sociedad cerrada, que constantemente las frustra e ignora, obligándolas a morir metafóricamente, cuando sus proyectos y necesidades particulares se estrellan con una realidad que aún intenta reprimirlas. Allí están Mónica, con su pequeño hijo y un amante indeciso… Kathy, una mujer independiente que cambió su libertad por un hogar tradicional, pero la trágica muerte de su hija pondrá todo en su sitio. Daniela, por su parte, no soporta a los hombres que se creen inteligentes, los que pretenden ejercer poder suponiendo la ignorancia de las mujeres, se equivocan. Luisa trabaja en un hospital psiquiátrico con la Leona, una médica quizá más inestable que sus pacientes, y en el duermevuela de sus calmantes cuenta la suya y otras historias, de sus padres, sus jefes y amigos, porque cada una de estas 12 narradoras es una encarnación de la narradora mayor de la literatura: Sherezada.

A veces, como en el cuento ‘¿Quién va a pagar?’, la narradora, solo es el vehículo de la historia de otra mujer, en este caso de Juanita, una lesbiana a la que su esposo descubrió después de años con otra en la cama. Rebeca, quien cuenta la historia, es más que amiga de Juanita, pero Camilo —que no lo sabe— se confiesa, herido, ridículamente herido y maldice, porque la mujer con la que estaba su mujer era una prostituta. Abandonado finalmente por Juanita, tuvo que asumir la cuenta. Este cuento es una vuelta de tuerca magistral a las consabidas historias de hombres infieles. Pero, en ‘Doce mujeres…’, Harold Kremer, como orgulloso heredero de la tradición del cuento bugueño, va más allá, y profundiza en la psicología de mujeres más jóvenes que siguen libremente su sexualidad, como en ‘El mago’, donde Rocío cuenta la historia de su hermana Teresita. También está la narradora de ‘El Gato Negro’, una campesina adolescente que descubre su verdadera inclinación sexual a través de las escapadas al pueblo con su abuelo. En ‘Doméstica’ son protagonistas un par de jóvenes sirvientas, al mejor estilo de ‘Manual para mujeres de la limpieza’ de Lucia Berlin, con ellas, el narrador bugueño arma un rompecabezas íntimo entre patronas, empleadas, brujas y amantes encarcelados.

A sus 66 años, Harold Kremer es uno de los mayores especialistas en narrativa breve de Colombia, miembro fundador de ‘Ekuóreo’, la primera revista latinoamericana de minicuentos que difundió este género en el país durante los años 80 y 90. Con 8 libros y más de 100 cuentos y microcuentos publicados, así como una novela: ‘El color de la cera en su rostro’, nadie mejor que él para discutir sobre las posibilidades y el futuro de un género considerado perfecto: el cuento.

—¿Cómo nació su amor por el cuento?

Desde muy niño una hermana nos contaba cuentos infantiles. A mí me encantaba e imaginaba destinos diferentes a los personajes. Luego, cuando aprendí a leer, los cuentos que aparecían en las cartillas escolares los devoraba con mucha emoción.

—¿Cómo y cuándo escribió su primer cuento?

Lo escribí a los 15 o 16 años, después de llevar un diario sobre mi mundo en Buga. Ese cuento, ‘La noche más larga’, viene de esos cuadernos. Con él me di cuenta que podía hacer ficción, inventar personajes y situaciones a partir de la realidad.

—¿Qué lo motivó a inclinarse más por la escritura de cuentos?

Inicialmente, fue quizá el que no tenía, en aquella época, el aliento para escribir novelas.

—Con frecuencia se habla de poetas, novelistas, incluso ensayistas, pero el cuentista auténtico es un ave más rara y difícil de reconocer... ¿Cuándo se sintió como cuentista propiamente dicho?

Bueno, entre los cuentistas auténticos tenemos a Chejov, a Carver, Flannery O´Connor, Hemingway, Thomas Wolfe, Cheever, Capote, Denis Jhonson, a Richard Ford, Alice Munro, Rulfo, Borges, Onetti, algo de Cortázar. Un cuentista auténtico, para mí es aquel que maneja un solo asunto en el cuento porque en él no cabe nada más. Y sí, me considero, después de escribir muchos cuentos, un cuentista.

—¿Cuál es su método para escribir un cuento, como surge la idea inicial y cómo la trabaja hasta el punto final?

No existen métodos o fórmulas para escribir un cuento. Cada vez que se escribe un cuento hay que inventar el género del cuento. Las ideas para escribir un cuento vienen de variadas fuentes, a veces una conversación, una lectura, una idea, hasta un sueño.

—¿Qué importancia tiene la técnica en su formación como cuentista?

A nivel de técnica narrativa intento comprometer al lector en el levantamiento de la historia, que logre asociar escenas, darles una temporalidad, que involucre sus sentimientos, sus evocaciones, sus recuerdos y su historia personal. Cuando el lector lo logra puede entender mejor el relato.

—¿Cuál ha sido su cuento más difícil de escribir?

Un cuento titulado ‘La boca del tornavoz’. Tal vez es el cuento que más me gusta, en el que logro, con algo de acierto, intertextualidades con los griegos. Fue muy difícil escribirlo, lo intenté muchas veces y ninguna funcionaba hasta que encontré el tono narrativo en el que la historia es narrada por rumores que afirman, suponen y cuentan una historia trágica como si fuera un cuento bugueño.

—¿Cómo surgieron los cuentos de ‘Doce mujeres, doce pequeñas muertes’? ¿Por qué decidió narrarlos desde la perspectiva de mujeres?

Estos cuentos nacieron sin el propósito de ser una unidad. Se fueron escribiendo uno a uno hasta que al reunirlos descubrí que tenían un elemento común: eran narrados por mujeres en primera persona. Las voces femeninas siempre las he trabajado desde uno de mis primeros cuentos, ‘Sueño de amor’. Las mujeres son grandes narradoras, grandes trabajadoras de la ficción en el lenguaje oral. Tienen la virtud de que todo lo verbalizan y he tenido la fortuna de que muchas me narraran sus vidas como si fueran cuentos.

—¿Tiene alguna preferencia por mujeres cuentistas?

A mí lo que me importa es que un cuento esté bien escrito, independiente de que sea una mujer o un hombre el autor. Entre mis cuentistas preferidas están Carson McCullers y Flannery O’Connor, esta última es para mí la mejor cuentista norteamericana del siglo XX, incluso por encima de Hemingway.

—¿Qué conexión tienen los personajes de este libro con libros suyos anteriores?

La conexión está en el género del cuento y en la mujer, que siempre ha tenido un papel importante en mis historias. Hay algunos personajes en mis cuentos y novelas que desaparecen y aparecen en otros textos. En unos textos son pasajeros y en otros adquieren gran importancia. En el cuento ‘Algo mecánico, algo manual’ de este libro, aparece Yaira, un personaje que había aparecido en el cuento ‘El prisionero de papá’. El cuento inicialmente era sobre ella, pero poco a poco fue desplazada por la otra historia, la de Mónica, que se impuso en el relato.

—¿Cómo se sintió creando estos personajes femeninos, que diferencia tiene con la creación de los narradores masculinos?

Me sentí cómodo. Cada vez que construyo un personaje femenino pienso en una mujer, como en mis hermanas de Buga, e intento narrar como si fueran ellas, con sus detalles y sus ambiciones.

—¿Tuvo algún tipo de limitación social o política al escribir sobre mujeres?

Ninguna, a veces investigo sobre las mujeres de acuerdo a la época. Por ejemplo, cuando no podían heredar el patrimonio de sus padres o de su marido porque la ley lo prohibía y les nombraban un tutor para que administrara sus bienes. Esta fue y es una sociedad patriarcal en la que durante muchos siglos ellas fueron excluidas de decisiones sobre sus propias vidas, privándolas de estudio, de sus deseos y ambiciones. De esos temas escribo en ‘Doce mujeres, doce pequeñas muertes’.

En este sentido creo que debe tenerse en cuenta la historia política de los que fuimos y somos, la historia de las ideas en Colombia, los cambios y luchas por lo individual y lo colectivo. Es muy importante porque todo escrito tiene un escenario de fondo en el que se mueven los personajes y, creo, se debe buscar fidelidad con la época, con las costumbres, con las relaciones filiales, sociales y afectivas.

—¿Cómo se preparó para recrear la psiquis femenina y expresar con autenticidad sus preocupaciones y deseos?

No me preparé, sólo escuché a mujeres con sus anhelos, deseos y fantasías. Escuché y observé, dos buenos principios que debe tener un escritor.

—¿Qué opiniones ha recibido de mujeres que han leído estos cuentos?

A muchas les han gustado y me preguntan cómo hice para meterme en sus calzones. Cuando tenía el libro terminado lo sometí a lecturas de mujeres que me hicieron recomendaciones. Recuerdo en especial a dos lesbianas muy cultas que lo aprobaron en su totalidad. Allí supe que tenía el libro terminado.

—¿Cómo creó a estas mujeres, tienen alguna inspiración real?

Algunos cuentos tienen su origen en historias reales, en fragmentos de conversaciones femeninas, otros parten de lecturas. Por ejemplo, el cuento ‘Una linda mañana para el día del juicio final’, nace de la lectura en la Torah, de la historia de Moisés cuando, después de cuarenta años de caminar con esa tribu salvaje por el desierto, Dios le niega la entrada a la tierra prometida porque, por un momento, perdió la fe. Ada, el personaje de mi cuento pierde la fe al final de sus días y por eso le es negada la posibilidad de conocer el mar. Ese cuento me costó bastante escribirlo y es uno de los que más me conmueve.

—¿Por qué decidió ubicar estos cuentos en Buga?

Buga, sobre todo, es mi pequeño universo. Allí me crie, mi familia es de allí, mi infancia y adolescencia sucedieron allí, mis mayores por parte de mi mamá son bugueños de tradición. Todo mi mapa literario es bugueño.

—¿De qué modo la muerte es un factor común a los cuentos de este libro?

Lo de “pequeñas muertes” fue escogido por mi editor en Panamericana Editorial. Me gustó, y aunque en muchos cuentos no hay muertes físicas si hay muertes, digamos, sicoanalíticas, como la muerte del amor, la muerte de la identidad, la muerte del deseo.

—Lleva toda una vida estudiando el cuento, enseñando sus secretos. Para seguir una vieja costumbre se atrevería a decir en un decálogo propio, ¿qué es indispensable para escribir un buen cuento?

Yo no creo en los decálogos, son inútiles. Hay miles de decálogos por internet, todos malos y llenos de lugares comunes. El primer punto que haría de un decálogo, y que excluiría los nueve puntos restantes, es el siguiente: no crea en los decálogos, siéntese a leer y escribir. Sin embargo, para mí hay dos prioridades: en primer lugar que el cuento tenga un solo asunto o tema. Y otro sería encontrar el tono narrativo, la voz que nos va a relatar la historia.

—¿Puede haber cuento sin trama, uno donde no suceda nada?

No, no puede haber un cuento sin trama. En un relato deben suceder cosas, debe haber movimientos, cambios en las vidas de los personajes, transformaciones físicas o sicológicas. Debe existir un argumento mínimo que origine tensión, que atrape, que le permita al lector fisgonear esos personajes. En la vida de los seres humanos siempre suceden cosas y el cuento es un reflejo de la vida, una sustitución de la realidad real por la realidad ficticia.

—¿Cuál cuento le hubiera gustado escribir?

Me hubiera gustado escribir ‘Un sueño realizado’, de Juan Carlos Onetti, tal vez el que considero uno de los mejores, o el mejor cuento de la literatura universal. Me encanta las decisiones narrativas que tomó Onetti, la intertextualidad con Shakespeare, la forma como recrea la historia de Hamlet, el actor borracho que quiere derrotar a la muerte con sus puños, como si fuera un boxeador, el director que no sabe nada de teatro, la mujer que decide y monta su final. Todo esto y más, logran una unidad que hay que desentrañar y recrear para acercarse a la parte del iceberg que está sumergida.

—Augusto Monterroso cumple 100 años de natalicio, ¿qué opina de su obra y la influencia que ha tenido en la narrativa contemporánea?

Monterroso fue, en su momento, el gran minicuentista, el que creó el género en Latinoamérica. A él le debo mi afición por las microficiones.

—Desde la perspectiva del lector, ¿qué brinda el cuento que no pueden otros géneros?

El cuento se puede leer de una sola sentada y, entre sus virtudes, está que un buen cuento lo vuelves a leer muchas veces y cada vez produces interpretaciones y análisis nuevos y diferentes, o le agregas algo nuevo. El cuento, como dice Cortázar, le gana al lector por nocaut.

—¿Cuándo y por qué decide escribir una novela y no un cuento?

Hace años escribí una novela, ‘El color de la cera en su rostro’, publicada por la editorial de la Universidad de Antioquia. Con ella me di cuenta que podía tener esa constancia, trabajando, corrigiendo, botando, desechando y volviendo a escribir. La novela es un mundo más complejo, lleno de detalles, que exige una planificación especial que, a veces, se construye día a día. Además, hay temas que no caben en un cuento porque el escrito tiene varios asuntos, algo propio de la novela.
—Sobre el cuento se habla mucho de la pureza, exactitud y perfección del género, pero también el cuento puede ser un género híbrido y ambiguo, que rehúya la conclusión o desenlace y busque más sentidos poéticos. ¿Cuáles son sus posturas al respecto?

El cuento no puede ser un género híbrido. Diría que la poesía, el cuento y la novela tienen sus propias formas de apropiarse del mundo. Y aunque en la novela hay poesía y cuento, eso no señala una desnaturalización del género. El cuento, para mí, y como ya lo dije, debe contar un movimiento en la vida de un personaje. Entre los gringos, el cuento se parece mucho a la realidad: cuando se narra un conflicto no todo termina allí, la vida sigue incluso después de la muerte. Por otra parte, la ambigüedad es parte del ser humano y, por tanto, parte de la literatura. El cuento moderno no construye finales cerrados porque involucra al lector en el conflicto planteado y él, el lector, no es concluyente.

—¿Cómo ha evolucionado el cuento en Colombia durante los últimos años?

El creador del cuento en Colombia, tal como lo conocemos, es Tomás Carrasquilla. Pero Carrasquilla venía del cuadro costumbrista, de la forma de narrar en ese género. Muchos de sus cuentos apuntan en esa dirección. Tiene cuentos en los que se excede en situaciones que no son propias del género como describir, por ejemplo, cómo se hace un sancocho, sin que esto le sirva al relato. El creador del cuento moderno en Colombia es don Efe Gómez, con ‘La tragedia del minero’, escrito a principios del siglo XX. Don Efe, también antioqueño, emplea técnicas muy modernas, como la construcción del relato por escenas, un narrador que focaliza diferentes personajes y una totalidad que logra una historia trágica. Todos los cuentistas venimos de don Efe. En el Valle del Cauca todos los cuentistas venimos de ‘Bomba Camará’, de Umberto Valverde, quien logró con gran acierto acercarnos a lo moderno en el cuento. El cuento en Colombia es joven, apenas 150 años, pero logró ponerse al día con técnicas de escritura europeas y norteamericanas. Su futuro es promisorio.