Durante los últimos días de su padre, cuando se acercaba a él para despedirse, este respondía: “No, hombre, ¿por qué te vas? Quédate. No me dejes”. Como un niño consentido que dejan, contra su voluntad, en una guardería. Pero ya no era un niño, tenía más de 80 años y era el escritor en lengua española más reconocido del mundo, se llamaba Gabriel García Márquez y, como contagiado por esa peste del insomnio que padecieron los habitantes de Macondo, para entonces, el autor de ‘Cien años de soledad’ había perdido finalmente la memoria. Y aunque millones de lectores podrían recordar largos fragmentos de su obra universal y citar de memoria la genealogía de los Buendía, él ya no reconocía su propio universo, la vida y la música que habita en su prosa única eran palabras completamente ajenas para quien, muchos años antes, había sido su artífice. “A veces cuando cerraba un libro se sorprendía al encontrar su retrato en la contraportada, de modo que lo volvía a abrir e intentaba volverlo a leer”. Se habría necesitado que acudiera en su ayuda el mismísimo Melquíades —como por obra de un milagro metaliterario—, para devolverle con un brebaje mágico la memoria. Que bajara del cielo la mismísima Remedios la Bella para curar, con un toque de su mano virginal, la demencia senil y el cáncer que acabarían poco después con su padre literario.

Quien recuerda estos episodios íntimos es Rodrigo García Barcha, escritor y cineasta colombiano, el mayor de los dos hijos que tuvieron el escritor colombiano y su esposa, Mercedes Barcha Pardo. En su libro ‘Gabo y Mercedes: una despedida’ (2021), Rodrigo cuenta los pormenores del deterioro mental y físico que sufrió Gabriel García Márquez hacia el final de su vida, al tiempo que describe —con una prosa contenida— la atmósfera de incómoda resignación que vivió la familia, especialmente Mercedes, “tengo que hablar con mi madre y confirmarle sus peores temores: quien ha sido su esposo por más de medio siglo es un enfermo terminal”; y también comparte algunas anécdotas reveladoras del carácter de Gabo y la poderosa conexión que mantuvo con su infancia aun después de perder la memoria, como cuando dijo a su secretaria, “esta no es mi casa. Me quiero ir a la casa. A la de mi papá. Tengo una cama junto a la de él”. Sobre esta reacción, apunta Rodrigo, “sospechamos que no se refiere a su padre sino a su abuelo, el coronel (y que inspiró al coronel Aureliano Buendía), con quien vivió hasta que tuvo ocho años y quien fuera el hombre más influyente en su vida. Mi padre dormía en un colchoncito en el piso junto a su cama”.

Este libro, aunque podría parecer el homenaje obvio —y mandado a escribir— del hijo de un artista consagrado, donde reitera que, en efecto, su padre era un verdadero genio; en este caso, resulta bastante alejado de la fórmula cursi. Para empezar, se trata de un libro escatológico, en el sentido de que enseña cómo la mortalidad desluce y humaniza esa apariencia de dioses que se suele construir alrededor de personajes influyentes y que, tras morir, algunas familias se encargan de mantener como una marca. Este libro demuestra todo lo contrario, aquí aparece un hombre que se olvida de sí mismo y muere como cualquier hombre, y en esa realidad despojada de apariencias, en la intimidad de una familia que sufre la pérdida de un ser amado como todas las familias, el hijo y escritor  expresa un dolor más refinado y auténtico. El libro tal vez sea un homenaje honesto: mostrar el amor de un hijo por su padre en cuanto mortal y no como figura de la cultura, un acercamiento que en vez de restarle importancia, genera mayor empatía. Porque Rodrigo García Barcha permite observar, por primera vez, a ese hombre de carne hueso que millones han idealizado desde la lectura: “la imagen del cuerpo de mi padre entrando al horno crematorio es alucinante y anestésica. Es a la vez grávida y sin sentido. Lo único que puedo sentir con algo de certeza en ese momento es que él no está allí en absoluto”.

Otro aspecto escatológico es la conciencia del silencio que se manifiesta con la muerte, cuando ese hombre jovial, dicharachero y en cuyo genio creativo la lengua española alcanzó un aliento inconfundible que aún nos refresca, partió de este mundo. Porque el hombre cuyas frases improvisadas guardaron como oro todos sus amigos y quienes en la vida cruzaron con él palabra, murió en completo silencio: ya dormía cuando su corazón se detuvo. En otro momento, el libro revela los remordimientos del hijo y narrador, como no haber insistido más en la idea de escribir un guion junto a su padre, “cuando nos sentamos a elaborarlo, su menguante memoria dio lugar a conversaciones frustrantes. Me resultaban dolorosas, y con frecuencia yo las aplazaba o interrumpía (...) es posible que algunas veces pensara que a mí simplemente no me interesaba. Hasta el día de hoy, ese episodio me entristece”.

No obstante, y pese al énfasis en la muerte del escritor, el retrato del libro está enmarcado en la pareja Gabo y Mercedes, por lo que Rodrigo dedica el último capítulo a esa mujer que fue conocida como el Cocodrilo Sagrado, la Madre Santa, la Jefa Máxima, la Meche, la Gaba, y que cuando la llamaban “la viuda”, respondía con total independencia, “yo no soy la viuda. Yo soy yo”. Esto se debió, tal vez, al mismo carácter de la Gaba, quien no se consideraba una figura pública y por lo tanto se esforzaba por mantener la privacidad, hasta donde era posible, sin dejar las buenas maneras. En ese sentido, el mismo Rodrigo escribió por esos días cuando apenas esbozaba lo que sería este libro, “sé que no publicaré estas memorias mientras ella pueda leerlas”. Mercedes Barcha Pardo falleció en agosto de 2020 durante la pandemia, y así describió la pérdida su hijo: “la muerte del segundo progenitor es como mirar a través de un telescopio una noche y ya no encontrar un planeta que siempre estuvo allí”.

De fondo, como un ruido blanco que interfiere con la intimidad del relato familiar, el libro a veces se abre al aspecto más público de la muerte del Nobel colombiano, es cuando se comparten algunas anécdotas todavía desconocidas y que serán comentadas muy pronto, sumándose a la leyenda. Pero entre todas, yo me quedaría con una hermosa correspondencia literaria, ocurrida muy temprano el día que murió Gabriel García Márquez, cuando “aparece un pájaro muerto dentro de la casa. (…) se presume que el ave entró volando, se desorientó, se estrelló contra el vidrio y cayó muerta en el sofá, más precisamente en el sitio donde mi padre suele sentarse”. Al otro día, cuando la noticia de su muerte se supo en todo el mundo, la secretaria personal del escritor recibió un correo donde una amiga establecía la siguiente relación entre la muerte de un personaje y su autor: “quería saber si nos habíamos dado cuenta de que Úrsula Iguarán, uno de sus personajes más famosos, también murió un Jueves Santo. Incluyó el pasaje de la novela en el correo electrónico, y al releerlo la secretaria de mi papá descubre que, después de la muerte de Úrsula, unas aves desorientadas se estrellaron contra las paredes y cayeron muertas en el suelo”.

Ahora me gustaría regresar a esas despedidas entre Rodrigo y el senil escritor, pidiéndole como un niño que no lo abandonara. ¿Cuántas despedidas fueron? ¿Cuántas despedidas son las últimas? ¿O será que la primera despedida ya es la última? Borges escribió en su poema ‘Límites’, que “si para todo hay término y hay tasa / y última vez y nunca más y olvido / ¿quién nos dirá de quién, en esta casa, sin saberlo, nos hemos despedido?”. Desde que a principios de 2014, Rodrigo, Gonzalo, Mercedes y toda su familia recibieron el diagnóstico final de Gabo, comprendieron que empezaba el momento de las despedidas, todas de allí en adelante serían las finales. Por eso, cada vez que su padre le rogaba quedarse, Rodrigo sentía un dolor profundo como “una patada en el estómago”, de modo que finalmente este libro sobre la muerte, tiene en su origen un propósito más enternecedor, el de un hijo que finalmente accede a quedarse con su padre, acompañándolo hasta el final con estas palabras.

El cineasta y escritor colombiano, que por estos días permanece en Buenos Aires rodando la película ‘Santa Evita’, una adaptación cinematográfica de la novela de Tomás Eloy Martínez —periodista y amigo de su padre—, que dirige para la plataforma Disney+, dedicó unos minutos de la mañana para hablar sobre ‘Gabo y Mercedes: una despedida’, libro que curiosamente escribió en inglés y tuvo que ser traducido al español para su primera edición, de paso comenta algunos detalles de las series que Netflix y Amazon adelantan sobre ‘Cien años de soledad’ y ‘Noticia de un secuestro’, y comparte algunas opiniones sobre las protestas en Colombia.

—¿Fue difícil tomar la decisión de publicar un libro tan íntimo?

Todo lo que deseaba decir sobre el libro en sí, lo incluí en el libro. Aunque mi intención inicial solo fue tomar unas notas, lo seguí haciendo con algo de culpabilidad, preocupado por estar explotando una situación y no traicionar la vida privada de mi familia. Pero después de algún tiempo, con el apoyo de mi hermano y algunos amigos cercanos a mis padres, me animé y ahora estoy aquí frente al pelotón de fusilamiento de los medios.

—De alguna forma en este libro se cumple ese anhelo imposible que tenía Gabriel García Márquez por escribir sobre su propia muerte…

Él sí me había expresado esa intención, como cuento en el libro, pero no lo hice en el sentido de escribir por él, porque nadie escribe un libro por otro escritor. Pero me apoyé en esa idea de mi padre, un poco para consolarme a mí mismo, sin ser demasiado indiscreto. Evidentemente no podía escribir sobre su experiencia de la muerte, eso lo debe estar haciendo él ahora mismo en el lugar donde se encuentre.

—En el libro también expresa su remordimiento por no escribir ese guion junto a su padre…

Ese recuerdo fue de lo último que agregué al libro y me ha hecho pensar que a lo mejor retome lo que alcanzamos a hacer juntos, y lo termine. Me gustaría, aunque no sea algo fácil, me gustaría realizar esa película en colaboración con él, así sea en ausencia.

—¿Cómo van las adaptaciones para Amazon y Netflix de los libros ‘Noticia de un secuestro’ y ‘Cien años de soledad’?

Particularmente, ‘Noticia de un secuestro’ va muy avanzada, ya se ha filmado más de la mitad en Bogotá. Creo que Andrés Wood está haciendo un gran trabajo, estuvimos trabajando mucho tiempo en esa adaptación con guionistas colombianos, chilenos y cubanos. Va muy bien, yo siempre pensé que un director no colombiano podría darle una nueva perspectiva a la historia y ser una especie de filtro para ver desde afuera y explicar la siempre complejísima realidad colombiana. Tengo muchas esperanzas en esa serie.

Por otro lado, en ‘Cien años de soledad’ de Netflix, creo que tomaron una gran decisión en concentrarse por ahora en tener los mejores guiones posibles. José Rivera, el guionista puertorriqueño americano, ya ha escrito varias horas de esta adaptación, he leído las primeras tres y creo que va muy bien. Por lo pronto están enfocados en esto, en los guiones, algo que siempre ha preocupado a las personas que desean adaptar este libro al formato audiovisual, pero soy muy optimista con este proyecto porque accedieron a filmar todas las horas que sean necesarias, a que sea en español y en Colombia, con lo que se le dará una gran autenticidad a la serie.

—Volviendo a su libro, ¿cómo definió la estructura final y los recuerdos íntimos que incluiría?

Fue muy intuitivo todo lo que incluí, y también lo que eliminé. Quise contar esos días como en una especie de pasado y presente mezclados, no como algo que recordaba, sino contarlo a medida que sucedía, por eso las tres semanas finales de Gabo son en un presente que se va desenvolviendo. Luego también quería encontrar ese balance entre lo personal, que obviamente toca lo emotivo, pero sin ser demasiado sentimental e indulgente conmigo mismo. Por otra parte, busqué algunas anécdotas y recuerdos de la vida de Gabo que no estuvieran muy contados, porque hay muchas que ya se conocen demasiado. En general traté de buscar un balance entre lo personal y lo emotivo, tomando un poco de distancia, en esto tomé la decisión de no nombrar a nadie, porque no quería excluir amigos cercanos que a lo mejor no tenían un lugar en esta narrativa en particular, quería darle a todos los amigos el mismo valor, entonces de nombre solo menciono a Mercedes, a mi hermano Gonzalo, y a Álvaro Mutis que había muerto un poco antes de mi padre. En este libro lo importante no es saber quién es quién, sino poder enmarcar mi propia experiencia de la muerte de mis padres.

—En el libro hay un momento muy íntimo entre Gabo y Mercedes, que de algún modo sintetiza el amor que los unía y el aprecio que tenían por la literatura, es cuando él sube a contarle a su esposa que acaba de matar al Coronel Aureliano Buendía y ambos se quedan en silencio con profunda tristeza…

Fue un momento notable para mí, además porque mi madre nunca leía los libros mientras se estaban escribiendo, nunca leía primeras versiones, a ella le gustaba leerlos ya cuando estaban terminados, publicados y empastados. Entonces no es que estuviera tan enterada de los detalles de la trama del libro, por lo que no es lo que ella sintiera del coronel, sino lo que ellas sentía que mi padre sentía por el coronel, y eso es justamente lo que hace una pareja, reconocer la importancia que tienen las cosas para la otra persona. En ese sentido, esa es una anécdota que habla de su intimidad, aunque en ese momento llevaban menos de 10 años casados.

—Resulta sorprendente que haya escrito el libro en inglés, tratándose de una experiencia tan privada, uno supondría que la lengua más cercana sería la materna…

Lo escribí en inglés porque realmente como escritor mi experiencia es escribiendo guiones en inglés, no soy una persona que haya escrito artículos o prosa en español, tal vez unas cartas o una editorial, cosas muy pequeñas. Además, el inglés me permite escribir con soltura y mucha velocidad, yo sabía que el libro sería un viaje difícil a nivel emocional y tenía la preocupación de que fuera también un libro bien escrito. Aunque sé que si estuviera mal escrito igual habría tenido algún interés. En resumen, el inglés me permitió escribir a toda velocidad sin tapujos, sin pensar demasiado en lo que estaba contando, y luego de terminarlo pensé yo mismo llevarlo al español, pero emprender el viaje por segunda vez fue demasiado duro, entonces en la editorial me ayudaron con una traductora que hizo un muy buen trabajo, y siendo yo hispanoparlante pude revisar la edición y ajustarlo a mi propia voz, sin quitarle los méritos al gran trabajo de la traductora. Pero creo que todo es una bonita ironía, supongo.

—¿Cómo influyó la cultura caribeña la vida de su padre y la cotidianidad de la familia?

Ya lo he comentado en otras ocasiones, y en el libro lo cuento, cómo me influyó su amor por la conversación, por echar cuentos e historias, algo que creo es muy caribeño, la necesidad de embellecer y exagerar, de que importa más una historia bien contada que la verdad, porque la historia bien contada es la verdad. Ese aspecto del caribe estaba muy presente en nuestra casa, inclusive menciono en el libro cómo al escuchar a una prima de Cartagena que estuvo en el velorio de mi padre, que aunque vive en Estados Unidos, me pareció muy agradable escucharla contar anécdotas con ese humor caribeño que me recordaba mucho al mundo de mi padre.

—¿Por qué escogió solo hablar de los últimos días de sus padres?

El libro se limita a esos episodios porque la idea de escribirlo nació en esos días, yo nunca tuve la intención de hacer un libro de memorias o de lo que fue crecer en nuestra casa o algo por el estilo, realmente lo que he hecho es enfrentar esa etapa final de la vida de Gabo y de mi madre, y hablar de las despedidas y la disolución de lo que llamo el Club de los Cuatro (Gabo, Mercedes, Gonzalo y yo) que son realmente los temas del libro. Entonces no fue como si tomara una decisión de contar una parte de nuestra vida, fueron esas despedidas y la muerte lo que se me impuso como un libro.

—¿Qué opinaría Gabo del estallido social que ocurre hoy en Colombia?

No sé si tengo el tiempo o el suficiente cerebro para imaginar lo que pensaría Gabo, pero es como la tormenta perfecta, donde se sumaron años de injusticia social, años de la gente harta de la guerra y el narcotráfico, y ahora golpeada por la pandemia buscaron recuperarse frente a unos impuestos que los iba a pagar la clase media y la clase trabajadora, y a esto se le agrega el cansancio por el abuso de la policía. Evidentemente son tantos problemas que confluyen ahorita en Colombia, yo creo que a Gabo le daría sobre todo mucha tristeza de que todo se resuelva con tantos muertos de por medio, para él la vida era sagrada, y aunque estaría triste se habría involucrado hasta donde pudiera para tratar de mejorar la situación.

—¿Escribir sobre la muerte de sus padres implicó también entender la idea de la muerte que existe en la obra de García Márquez?

No tuve que pensar demasiado para recordar los pasajes de la obra de Gabo donde habla de la muerte, creo que la obsesión con la muerte y la pérdida es muy común a los escritores, este tema del final de la vida y de cómo enmarca nuestra experiencia es casi como parte del ADN de todos los escritores. Entonces cuando escribía el libro me iba acordando de todas esas muertes de sus personajes principales: José Arcadio Buendía, El general en su laberinto, Úrsula Iguarán, y sentí que me servían para separar el libro en secciones y puesto que él no podía escribir sobre su propia muerte, pero escribió sobre la de sus personajes, pensé que sería la manera indicada de representar su idea de la muerte.

—¿Estuvo su hermano involucrado en la escritura de este libro?

Mi hermano Gonzalo no participó en la escritura del libro, creo que un relato de este tipo es un viaje que debía hacer solo. Pero claro, él y mi esposa y mi cuñada fueron los primeros en leer el libro, necesitaba por lo menos que él me dijera que no era una vulgaridad lo que había escrito. Aunque no participó en la escritura, la aprobación de mi hermano era imprescindible.

—El apoyo y respaldo de Mercedes fue fundamental para que Gabo se dedicara con total libertad a la creación literaria, esto es algo que su libro también destaca…

A cualquier persona, hombre o mujer, que esté casada con un artista, esto le resulta una complicación más del matrimonio. El artista trabaja solo y en una especie de vacío. A propósito estaba leyendo hace poco un artículo sobre las relaciones de Virginia Woolf y su marido, y claro, allí como en el caso de mi padre, ese trabajo solitario necesita del apoyo de alguien, a veces en lo literario y otras en lo personal, o de mantenimiento. Aunque no todos los artistas son fáciles de llevar, Gabo no era muy difícil y eso contribuyó a llevar una buena relación con mi madre.

—¿Qué opina de que en medio de las protestas que hay en Colombia se haya escogido un fragmento de ‘Cien años de soledad’ que habla de la masacre de las bananeras, para explicar lo que está ocurriendo actualmente? ¿Considera que Gabo sigue teniendo un poder premonitorio en la realidad colombiana?

No sé si es premonitorio o es más bien la naturaleza cíclica de la violencia en Colombia. No me extraña que se haga referencia a eso, es una matanza conocida históricamente, pero en la obra de mi padre adquirió una connotación más mítica que ahora hace parte de la idiosincrasia del colombiano, realmente espero que no sea premonitorio, aunque como dicen, todo lo viejo es nuevo.

—Como lector de García Márquez, ¿cuáles son las obras de su padre que más lo han cautivado y qué lecciones literarias aprendió de él para su trabajo como guionista?

Los libros de Gabo los he leído y releído todos, ‘Cien años de soledad’ lo he leído tres o cuatro veces, y leyendo los guiones de la adaptación de Netflix me doy cuenta que recuerdo muy bien el libro. El que leí más recientemente fue ‘El otoño del patriarca’, que también me parece de sus mejores libros, aunque yo creo que todos tienen algo valioso. ‘El amor en los tiempos del cólera’ es un libro muy querido, pero como invención literaria ‘Cien años de soledad’ sigue siendo para mí el libro principal, que no leo hace algunos años, no por falta de interés, sino porque lo recuerdo muy bien, ya es parte de mi metabolismo.

Con respecto a lo del oficio de escribir, aprendí mucho no precisamente de los libros de Gabo, sino de ver cómo trabajaba y sobre todo de escuchar con frecuencia las lecciones que él aprendió de otros escritores, por ejemplo, que para escribir lo mejor es estar bien dormido y bien comido, que así se escribe mejor que sufriendo o alcoholizado. Eso me quitó la idea de que para escribir hay que estar al borde de una crisis, aunque por supuesto hay grandes escritores que lo han hecho, pero no es absolutamente necesario. También aprendí de él la convicción de trabajar con disciplina, de meterle el lomo y sudor al asunto, de desarrollar estómago para seguir escribiendo a pesar de que guste o disguste nuestra obra. Pero fueron más aprendizajes derivados de la cotidianidad de vivir con un escritor que de los libros en sí.