El destino del MÍO Cable ha estado marcado desde el inicio: no sería un medio de transporte para los 70.025 residentes de los once barrios que componen la Comuna 20; sería, acaso, un vehículo para el turismo en Cali. Uno al que le falta un largo trecho para alzar vuelo.

Al menos eso es lo que se percibe entre buena parte de los moradores de la zona, quienes esperaban que en esas sesenta cabinas llegaran a diario personas a comprar souvenirs, comer sancocho o tomarse un champús, mientras observaban la mejor panorámica posible de esta ciudad a la que llaman Sucursal del Cielo. Hoy, luego de dos años de operación y 3.928.791 pasajeros después, esa es una rareza que se limita a los fines de semana en la ladera.

El 17 de septiembre del 2015 fue un día que hizo historia en uno de los sectores más relegados de Cali y que, paradójicamente, ya nadie en la loma parece recordar. Un hito que se volvió paisaje.

David Gómez, líder social del barrio Siloé, explica que el sistema hizo visible un sector que antes era una incógnita para muchos. Que en los últimos dos años las casas han cambiado sus fachadas deterioradas por coloridos murales y en otras la gente ya no se baña al aire libre, para evitar que los voyeuristas los observen desde el cielo. “Esto es una maravilla porque ha generado cambios positivos en el sector. Por ejemplo, la gente a la que le sirve el Cable ya no tiene que demorarse veinte minutos para bajar a Cosmocentro, sino ocho minutos”, asegura.

3,9
millones de pasajeros han utilizado el MÍO Cable durante sus primeros dos años de operación.
$7400
cuesta mover un solo pasajero en el sistema aerosuspendido. El costo del pasaje son $1900, por lo que el Municipio subsidia el resto.
18
horas continuas opera a diario el sistema.

Sin embargo, sería mentira decir que ya todo es diferente. Que las balas no muerden los andenes, que no hay más muertos, que no roban, que no hay vicio, que no hay problemas. Allá, en la montaña, mantener la seguridad sigue siendo una proeza. Por eso David insiste en que el MÍO Cable, en la forma en la que se ejecutó, es excluyente. Dice que por fuera del sistema seguirán los que viven en La Sultana, Pueblo Joven, La Cucharita, Belén o La 30. Que la gente de La Estrella no puede bajar a las estaciones de Tierra Blanca o Lleras Camargo. Entonces, en la montaña, las fronteras invisibles siguen cortando el vuelo de la gente.

Quién sabe, a lo mejor por la falta de cobertura y el miedo, los ‘moto ratones’ y las gualas siguen parqueados en las narices de las estaciones arrebatándole usuarios al MÍO Cable.

Alexánder Guerrero, a quien también le conocen como ‘el enano’, es un socializador del MÍO Cable y líder de la Comuna 20 que asegura que la estación que tiene el entorno más seguro es Brisas de Mayo. No obstante, se cuentan con los dedos de una mano las personas que salen de esa mole a dar una vuelta por el barrio o a comprar una gaseosa en una tienda que queda bajando treinta y dos escalones.

“Aquí la gente no sale de la estación porque tiene que pagar nuevamente $1900 del pasaje y, además, porque sigue pensando que el sector es peligroso. Pero las cosas por acá se han calmado. Hay doce parches jugando fútbol en la misma cancha, algo impensable hace unos años; y la gente también se está capacitando y quiere crecer”, comenta Alexánder, quien indica que para motivar la visita de la comunidad al MÍO Cable se están haciendo bingos, obras de teatro, audiciones de salsa y hasta shows de zanqueros en las estaciones.

Entre tanto, Fanor Marmolejo, un guarda de seguridad bonachón que vive en Tierra Blanca y abrió una heladería junto a la estación de esa zona, dice que “aquí la seguridad la brinda la comunidad, porque la Policía solo hace ronda una o dos veces al día durante cinco minutos. Como la gente no sale de las estaciones porque sigue con miedo, toca llevarles las cosas hasta allá. Ha sido duro pelechar, pero ahí vamos”.

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Sin embargo, Rocío Quintero, residente de Tierra Blanca y quien pensando explotar el potencial turístico del MÍO Cable construyó un quiosco en guadua para venderle cerveza y recuerdos a los visitantes del mirador Yo Amo a Siloé, dice que le tocó rematar las camisetas que prodigaban el cariño por el barrio. Nadie subió. Nadie compró.

“Pensábamos que con la llegada de don Maurice (Armitage) a la Alcaldía esto iba a coger impulso, que iba a mover las cosas para que se explotara el turismo aquí, pero no ha pasado nada. Seguimos esperando que ocurra un milagro”, cuenta Rocío, mientras ve cómo los vagones pasan casi vacíos.


Son las 11:53 de la mañana de un jueves y apenas se cuentan quince pasajeros regados en diez cabinas que van rumbo a la loma. Solo un par se bajan con bolsas de mercado llenas de mazorcas en la estación de Brisas de Mayo. El resto sigue su camino de vuelta hacia la terminal Cañaveralejo sin siquiera hacer el amague de descender de los contenedores azules.

Las horas pico son entre las 5:00 y 8:00 de la mañana y desde las 6:00 hasta las 8:00 de la noche, asegura Yusbany Betancur, una de las facilitadoras que trabajan en el sistema. “Pero los días que más viene gente son los sábados y domingos. Ya no hay tanta fiebre como cuando empezó el Cable y la gente hacía fila para subirse. Eso ya no pasa. De pronto si pusieran una cafetería o un restaurante, la gente se animaría a subir más”, dice.

Otra de las socializadoras sostiene que en el cielo suceden cosas tan insólitas como en la tierra. Como que en dos años de operación del sistema en un sector que es tan marginal, solo ha habido un intento de robo. O que hay parejas que utilizan las cabinas como el cuarto del motel más barato de Cali. A pesar de ello, alberga la esperanza de que, más temprano que tarde, el MÍO Cable y la Comuna 20 cojan vuelo.

Un proyecto de rentabilidad social neta

Según Metrocali, el MÍO Cable está movilizando diariamente 6500 pasajeros en día hábil y 6700 los sábados.

Sin embargo, este resulta un sistema que, financieramente, es inviable: mover un pasajero cuesta $7400, aproximadamente, pero solo se pagan $1900 por un viaje. El Municipio subsidia el resto del pasaje.

La vicepresidenta de operaciones de Metrocali, Juanita Concha, advierte que el MÍO Cable “hay que mirarlo como un sistema de rentabilidad social, no financiera. Este es un proyecto pensado para la comunidad relegada, para que tenga mejor movilidad, integración y ahorro en tiempo y costos, en un sistema de calidad”.

Una de las materias pendientes del sistema es la integración con los camperos para que alimenten el sistema en la ladera. Álvaro Lara, gerente de Transportes La Estrella, dice que aunque se han presentado propuestas para vincular los 75 vehículos de la compañía, el ente gestor del MÍO no ha tratado con ellos este tema.

Al respecto, Concha indicó que la integración está “congelada”.

Pasajeros divididos

En un día, comenta una taquillera del MÍO Cable de la estación Lleras Camargo, se pueden vender 300 pasajes para los habitantes de la Comuna 20.

Silvio García, residente del barrio Chiminangos, resalta que es una proeza el moverse tan rápido de la planicie a la ladera.

Elisabeth Bausset, una visitante francesa que aprovechó su estadía en Cali para conocer el sistema aerosuspendido, dijo que una de las deudas que le dejó el viaje fue no sentirse segura para recorrer las calles y conocer el arte urbano que se riega por algunas zonas de la loma.