En la cédula de la hermana Alba Stella Barreto se lee un nombre distinto al nombre con el que todos en Cali la conocemos. Según el documento, la hermana se llama Olga. Aquello se ha prestado para confusiones en la clínica donde ella permanece desde hace unos días.

Muchos llegan preguntando por “la habitación de la hermana Alba Stella”, y el recepcionista jura que allí no hay nadie con ese nombre. Lo más seguro es que desconozca una vieja costumbre. Tanto los hombres como las mujeres que tomaban la decisión de dedicarse a la vida religiosa, cambiaban su nombre de pila como símbolo de la nueva vida que iban a comenzar.

Olga Barreto, entonces, estudió en el colegio de la Santísima Trinidad de las hermanas Franciscanas en Bucaramanga, su ciudad natal. Cuando cumplió 16, y aunque las hermanas del colegio no le creían, y su papá le preguntaba “por qué le daba por eso”, decidió hacerse monja. Ingresó a la Provincia San Pablo Apóstol de los Franciscanos. Fue así como dejó de llamarse Olga.

Hace 30 años la hermana Alba Stella llegó a Cali para trabajar por los desplazados por el conflicto armado, por las menores embarazadas que no tenían un hogar dónde llegar, por las mujeres víctima de la violencia, por los muchachos que estaban en riesgo de ingresar a las pandillas, todo en el Distrito de Aguablanca. Allí la llaman “la maestra Alba”. Incluso hay quien se refiere a ella como “una santa”.

– Una santa moderna – aclara.

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Hace un par de meses la hermana Alba Stella escribió una carta en la que renunciaba, debido a quebrantos de salud, a la representación legal y a la dirección de la Fundación Paz y Bien que creó hace tres décadas en el barrio Marroquín. Eso obligó a un cambio de estatutos, primero, y a un cambio en la dirección. La Fundación tiene como nueva directora a Elodia Nieves, quien se venía desempeñando como segunda al mando.

Elodia, sentada en la sala de reuniones de Paz y Bien, sonríe. La hermana Alba, explica, continúa trabajando desde su habitación en la clínica, que se ha convertido en una especie de oficina. Cuando la visita, dice Elodia, se asegura de llevar un cuaderno para darle cuenta de las gestiones realizadas y registrar lo que, señala la hermana Alba, debe hacerse en Paz y Bien.

Es como si, literalmente, aún debieran seguirle el paso, y eso es algo que siempre ha implicado un esfuerzo superior.

Quien sonríe ahora es Nelly Núñez Viveros, la coordinadora del programa Francisco Esperanza de la Fundación. A la hermana, cuenta Nelly y suelta un suspiro, le gusta caminar.

Cada 8 días acostumbraba a recorrer a pie las comunas 14, 15, 21, visitando las casas donde se encontraban los núcleos de la red de mujeres consejeras del Distrito de Aguablanca que ella había formado. La red la integraban 720 mujeres, y cada núcleo lo conformaban 25, lo que quiere decir que en su recorrido la hermana visitaba unas 28 casas.
A veces, solo a veces, hacía el trayecto en alguna carretilla, pero por lo general prefería caminar mientras, rezagados, la seguían los demás integrantes de la Fundación y los niños que salían a su paso.

– Ha sido una mujer muy trabajadora. Madruga muchísimo. Si una reunión está programada para las 7:00 a.m., ella está lista desde las 6:00 a.m. En la Fundación llegaban las 6:00 de la tarde y ella seguía trabajando. Tampoco hace siesta al mediodía. Lo ha entregado todo por el Distrito. Yo la considero como mi maestra. La conocí hace 25 años en el barrio Compartir, cuando la hermana llegó allí (seguramente a pie) para presentar su programa Consejería de Familia. Consistía en capacitar a la mujer para que reconociera sus derechos, se empoderara, y yo soy una de ellas– dice Nelly.

Es cierto que a la hermana Alba Stella ni siquiera un problema de salud la detiene para realizar su trabajo. Desde la clínica no solo continúa atendiendo a su Fundación, sino que concedió una breve entrevista a propósito del aniversario número 30 de su labor en Cali. En los audios que compartió por WhatsApp narró un trozo de su historia y de lo que considera, es su legado para la ciudad.

Años después de ingresar a la comunidad franciscana, la hermana Alba Stella fue directora de un colegio en Bogotá. Allí alguien le preguntó si acaso pensaba quedarse para siempre enseñando entre cuatro paredes, y eso la hizo pensar. Quería otra cosa.

Unos meses después su comunidad religiosa la envió a Cali. Si las cuentas no fallan, a la ciudad llegó un 25 de enero, cuando se conmemora el aniversario de la conversión de San Pablo.

– Nosotros, los Franciscanos, vinimos para hacer un trabajo por las clases sociales más marginadas. El arzobispo de Cali en ese momento, monseñor Pedro Rubiano, nos pidió que nos hiciéramos cargo de la parroquia que se iba a crear en el barrio Marroquín. La parroquia se llamó Cristo Señor de la Vida, y fue donde comenzó mi trabajo– dice la hermana en los audios.

En el Distrito le llamó la atención la acogida que le dieron las mujeres. Eran ellas, cabezas de familia, víctimas de la guerra, las que habían construido a Aguablanca. También fueron las que le enseñaron a vivir allí. Primero en cambuches levantados en el barro, y después en una casa de fachada verde ubicada justo al lado de la Fundación Paz y Bien.

– El Distrito es mi casa.

Algunas de esas mujeres eran maltratadas por sus esposos. Como no tenían ingresos, no les quedaba otra alternativa que continuar viviendo bajo un mismo techo con su victimario, humilladas, y eso la hermana no lo podía tolerar.

Metida en ese entonces “en la onda feminista y en la teología de la liberación”, diseñó un modelo de reparación para ellas. Todo comenzó con el programa Consejería de Familia, en el que cada semana las capacitaba en la Ley 294 de 1996 que sanciona la violencia intrafamiliar en Colombia.

Sin embargo, para reclamar sus derechos, la hermana lo sabía bien, la mujer debía estar empoderada y eso no era posible si no garantizaba algunos recursos. Fue cuando recordó la historia de un banquero que había leído por ahí en algún libro: Muhammad Yunus.

Yunus creó en su país, Bangladés, el Banco Grameen, mundialmente famoso por otorgar créditos a las personas que no tienen altos ingresos sin pedir una garantía a cambio. “Microcréditos basados en el concepto de que las personas pobres tienen habilidades que se encuentran poco utilizadas por lo que, con un pequeño incentivo, estas pueden generar dinero a través de microempresas”, se lee en Internet.

A la hermana se le metió en la cabeza que Yunus debía venir a Cali. Se lo comentó a María Eugenia Garcés, la directora de la Fundación Alvaralice, una entidad que desde que surgió en 2003 ha apoyado los proyectos de Paz y Bien, y María Eugenia en el acto buscó dónde sería la próxima conferencia de Yunus: un pueblo de Francia.

Con la hermana tomaron un avión hasta allá como si fuera de lo más normal y, una vez terminó la conferencia, se acercaron a Muhammad para proponerle que viniera a Colombia. En octubre de 2006 estaba recorriendo el Distrito de Aguablanca. Unos días después lo llamaron para anunciarle que había ganado el Nobel de Paz.

La hermana, por su parte, después de escucharlo y visitar su país, creó con el apoyo de varios donantes la Cooperativa Semilla de Mostaza, que ofrecía préstamos en pequeñas cantidades para impulsar emprendimientos en el Distrito.

También, con otros aliados, abrió la Casita de la Vida, un lugar donde podían ir las menores de 18 años que estaban embarazadas, creó guarderías para sus hijos, decretó que los jueves eran de paz. Ese día las personas del Distrito se acercan a la Fundación Paz y Bien para capacitarse en economía social, manejo del dinero y otros asuntos.

– Sin embargo, el trabajo que me hace sentir que es mi legado a Cali es el programa Francisco Esperanza, con los muchachos víctimas del conflicto armado que llamaban pandilleros. Son 5000 muchachos que han pasado por el proyecto y esa es una suma significativa – dice la hermana.

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El exalcalde Rodrigo Guerrero, amigo de Alba Stella desde su primera Alcaldía, recuerda la escena: cada que iba al Distrito, veía muchachos barriendo una calle o podando un parque.

–Estamos restaurando – le decían, como para que no los interrumpieran.
Los muchachos formaban parte del programa Francisco Esperanza, “que, gracias a la inteligencia y la creatividad de la hermana, se convirtió en un ejemplo latinoamericano para recuperar muchachos de la calle”, dice el exalcalde.

Todo comenzó después de que un grupo de jóvenes le hiciera a la hermana una encerrona. Cómo era posible, le dijeron, que ella trabajaba con la mujer y las menores embarazadas, con los desplazados, con los niños, pero con ellos, los muchachos de Aguablanca, nada.

A la hermana se le ocurrió aplicar el modelo de Justicia Restaurativa que había conocido en Irlanda del Norte. Se trata de una justicia para delitos menores – quebrar una ventana, robarse una gorra - y el objetivo es recomponer el tejido social; restaurar las relaciones en una comunidad después de un encuentro entre el infractor y la víctima, hacer acuerdos para reparar el delito (barrer las calles por ejemplo) y reintegrar al agresor a su entorno sin que la comunidad lo siga mirando como una amenaza.

Para crear el programa, la hermana contó con el apoyo de la familia Garcés y su Fundación Alvaralice. Alejandro Eder Garcés, hace unos años director de la Agencia Colombiana para la Reintegración, le ofreció financiar la iniciativa como un homenaje a su primo Francisco Hope, fallecido en el accidente de American Airlines del 20 de diciembre de 1995. De ahí el nombre del programa. Hope significa esperanza.

Los muchachos que han pasado por allí dicen que no consiguieron plata, pero sí lo más importante: eligieron un camino distinto a la violencia para ganarse la vida.

John Murillo está seguro de que su historia sería otra si no hubiera integrado el programa. Hace 18 años le dispararon por robarle unos tenis. Quedó en silla de ruedas. La hermana Alba Stella le recordó los principios de la Justicia Restaurativa, le habló sobre el perdón, el manejo de la rabia. Hace un par de años John se encontró con uno de los jóvenes que estaba en el grupo que lo agredió. Hablaron de lo sucedido. John no sintió rencor; siguió adelante.

Es técnico en sistemas, trabaja en atención al público en la Alcaldía, dirige una fundación en Marroquín: Son de mi Gente. Es una manera de devolver lo que la hermana Alba le ha enseñado, dice.

– Ella dejó a su familia, su casa, sus comodidades, su ciudad, por venir al Distrito. Eso no lo hace nadie. En cada una de sus acciones nos enseña algo. Nos enseñó a ser solidarios. Es una mujer de mucho carácter, de mucho temperamento, incluso con sus amigos, pero también muy amorosa con su gente.

La templanza y el amor parecen definir a la hermana. Nelly Núñez, la coordinadora de Francisco Esperanza, no olvida el día en que Alba Stella corrió “como una gacela” para detener a un hombre que, armado con un cuchillo, pretendía apuñalar a otro. La hermana lo agarró por los brazos y el joven soltó el arma.

El exalcalde Rodrigo Guerrero agrega que él fue víctima de los regaños de la hermana durante su primera Alcaldía. Ella le decía, muy seria, en qué se estaba equivocando; como una alcaldesa a la sombra, aunque a la hermana jamás le interesó ejercer la política.

Hace unos días, Guerrero, siempre travieso, volvió a probar el carácter de Alba Stella. Fue a la clínica, y cuando la enfermera le pidió su nombre para anunciarlo, le dijo el de un político que a la hermana no le cae nada bien.

– ¡Ese señor no entra aquí! – se escuchó desde su habitación, y Guerrero no paraba de reírse.

En la Fundación Paz y Bien, en cambio, el amor que profesa la hermana pareciera reflejarse en los jóvenes del programa Francisco Esperanza, que el martes pasado se reunieron. Mirando hacia una cámara, le enviaron al unísono un mensaje: ¡Te queremos mucho hermana Alba Stella, vuelve pronto!

Todos llevaban un maletín rojo que decía: Save the Children. La metáfora precisa del legado de Alba Stella Barreto en el Distrito de Aguablanca.