El principio de todo tuvo lugar entre los años 1995 y 1997: entonces, el padre José González estudiaba teología en Roma y en un par de ocasiones había visto a esa mujer frágil y de apariencia angustiante cuidar de decenas de polacos migrantes y empobrecidos a las afueras del Vaticano.
-Yo recuerdo que me sentía muy sorprendido de ver a esa mujer, que físicamente era tan endeble, abrazar a esos polacos, besarlos, llevarlos a lugares de curación... Eso para mí fue como una revelación. Claro, no eran tantos como los que yo había visto en Cali, pero era muy sorprendente ver a la Madre Teresa de Calcuta en esa misión. Ahí se me ocurrió que podía hacer lo mismo en Cali.
En 1997 regresó a la ciudad, fue nombrado profesor del Seminario y decidió ejecutar la idea que lo venía inquietando desde Roma: concibió la Fundación Samaritanos de la Calle, en la Parroquia del Divino Niño, del barrio Primero de Mayo.
La idea era relativamente simple: salir a las calles del centro de Cali para ofrecerles a quienes no tenían otro hogar que las basuras y el sol feroz, el polvo y las desesperaciones de la droga, un poco de humanidad: un plato de comida, un corte de cabello, un abrazo también, un par de palabras que les recordaran que ellos también eran humanos.
-Y esa era mi intención. Yo les dije a las personas de la parroquia que lo único que íbamos a hacer era salir a las calles a ofrecerles eso a las personas que lo necesitaban. Pero la Fundación le tocó el corazón al Alcalde de entonces y decidió entregarnos la casa en comodato.
- Cuál casa, padre.
- La que está ubicada en la Carrera 11 con Calle 13, que convertimos inmediatamente en la casa de baños. Eso es una cosa muy bella, la de ofrecer a las personas que viven en situación de calle la posibilidad de un baño, de que se corten el cabello, de que estén limpios. Eso es devolverles la dignidad...
- Durante estos 23 años trabajando con ellos, ¿qué es lo más importante que ha aprendido?
- Una cosa muy importante y bella, es la gratitud que todos ellos sienten por nosotros, por el trabajo que hacemos con ellos. La gratitud que siente una persona que está enferma y siente que es tratada como tal. Pero hay otra cosa muy importante que aprendí cuando nos dieron la casa de baños en comodato, y es que si tú los atiendes en la calle, ellos ponen las reglas, pero si los atiendes en una casa, las reglas las pones tú...
Hace 23 años que el padre José González se dedica a poner las reglas y a recibir la gratitud de centenares de hombres, mujeres, niños y ancianos que no tienen hogar, que viven en las sucias márgenes de la ciudad. Hace 23 años que el padre es testigo de toda la gratitud de la que es capaz cada uno de ellos.
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Puestos a enumerar, el padre José González habla de dos milagros esenciales en su vida. Cuando era niño y vivía en Dagua, en donde nació, se había hecho acólito de la iglesia del pueblo y quería estar en todas las misas del domingo. La vocación no fue algo que encontró, fue algo que sencillamente lo había atrapado sin que se percatara: al terminar el bachillerato ya sabía que su futuro era ser sacerdote. Así que se inscribió en el Seminario de Cali y años después, a mediados de los 80, fue ordenado diácono y enviado al Caquetá.
- Una prueba difícil, de entrada...
-Sí, bastante. Yo primero estuve en San Vicente del Caguán, luego en Puerto Betania, en Tres Esquinas y por último en Santa Rosa. Muy duro, era una zona controlada por la guerrilla en la que se hacía lo que ellos dijeran. Pero también era muy bonito, porque con el padre Jesús Orlando Arenas teníamos que caminar por trochas en medio de aguaceros y atravesar ríos para llegar hasta las veredas, y cuando llegábamos a una veredita la gente nos estaba esperando. Eso era muy bonito y reconfortante...
- Y cómo fue el milagro, entonces.
- Pues fíjese que un día estábamos en una vereda y teníamos que dar misa al día siguiente. Así que decidimos quedarnos a dormir en la casa de un campesino. Como el calor era tan fuerte, decidimos colgar unas hamacas en las afueras de la casa, bajo un árbol y dormirnos. Al día siguiente nos levanta el dueño de la finca a decirnos que una bestia, de esas de la selva del Caquetá, se le había comido dos terneros, ahí a unos metros de nosotros, y ni nos dimos cuenta. Eso fue un milagro, porque si la bestia o el tigre o lo que hubiera sido llega con más hambre, nos come a todos. Yo no sé cómo fue que nos salvamos, pero en todo caso fue un milagro...
- Y el segundo milagro...
- Ese fue el del trasplante.
En 1982, cuando el padre cursaba tercer año de filosofía, le fue descubierta una diabetes tipo 1. El 30 de enero de 2012 el padre, convertido ya en la materialización caleña de la parábola del Buen Samaritano, luego de haber perdido un riñón, recibió en la Clínica Valle del Lilí un trasplante de ese órgano, y otro de páncreas. Tres meses después del trasplante y contra toda indicación médica, estaba de nuevo en el centro de Cali abrazando a los olvidados de Dios.
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- Por qué lo considera un milagro, padre. La ciencia ha avanzado mucho y uno podría decir más bien que todo salió bien gracias al gran trabajo de los médicos...
- Hombre, sí. Pero que a uno le puedan realizar una cirugía tan compleja es un milagro, Dios ha puesto ese conocimiento en los médicos. Es que cuando uno es el que vive esa situación, entiende todo lo que significa poderse recuperar. En Cali nadie sabía que yo sufría de diabetes, hasta que me operaron. Pero para mí, como lo es para cualquier persona que padece esa enfermedad, aplicarme la insulina, tener que andar con un bombón todo el tiempo y luego, cuando hice falla renal, realizarme la diálisis, para mí que experimenté todo eso tan complicado, saber que estoy curado ahora es un milagro de Dios...
- Y ahora está muy bien...
- Sí. No le digo que a mí me operaron el 30 de enero de 2012, y a los tres meses yo ya salí a dar misa y a atender a la gente en Samaritanos. Y desde entonces todo ha estado muy bien.
El padre José González, sin embargo, no ha olvidado los hábitos a que lo obligó la diabetes. El café lo bebe sin azúcar, nunca se come una ensalada cruda y prefiere lavarse los dientes con agua de botella. Hay días, entre la intensidad agotadora de los Samaritanos y la solemnidad de las misas, que decide tener un exceso. Entonces se come un helado.
El incansable
Es incansable. El padre José González oficia misa todos los días a las 8:00 a.m. en la iglesia del barrio la Flora. Luego asiste a la Vicaría para la Paz y la Reconciliación de la Arquidiócesis de Cali, en donde es vicario, y desde donde se manejan todos los programas para mejorar las condiciones de violencia urbana de la ciudad.
Allí se concibió la idea del ‘Rosario al Sitio’: cada viernes, luego de analizar las zonas que más homicidios han tenido en la semana, se elige una y a las 7:00 p.m. el padre José llega hasta ese lugar, sin importar el barrio, la distancia o el peligro, y reza durante al menos una hora.
Si es martes, por otra parte, el sacerdote llega a las 7:00 p.m. a la iglesia del barrio Fray Damián, en el centro de la ciudad, en donde oficia una de las misas más largas y ceremoniosas que cualquier católico puede presenciar en la ciudad.
A esa eucaristía asisten decenas de habitantes de calle y los Samaritanos. A todos, luego del Padre Nuestro, el padre José tiene la costumbre innegociable de darles el saludo de la paz uno a uno. Es una de las formas de definir su carácter: la paz para todos, para cada uno de los que se congregan alrededor del mismo Dios.
Terminada la celebración, el sacerdote recorre junto a su grupo de Samaritanos las calles del centro de la ciudad, entregando la agua de panela o el chocolate o la colada con pan a cada uno de los hombres y mujeres y niños y ancianos que lo deseen.
El día, entonces, que debió empezar a las 5:00 de la madrugada, termina alrededor de las 11:00 de la noche, con la oración final.
Y cuando todo acaba cada martes, cuando decenas de hombres olvidados de los hombres ya recibieron su pan de ese día y el padre José González se va a dormir, no hay duda de que el mundo, con toda su oscuridad, ha sido un lugar mejor.
"Yo creo que Cali ha avanzado mucho"
¿Qué siente que le hace falta a la ciudad en lo que tiene que ver con el trato a los habitantes de calle?
Yo creo que Cali ha avanzado mucho. Ahora, por ejemplo, tenemos un móvil que va a los lugares en donde están los habitantes de calle y les lleva atención integral, que los ayuda a tomar un baño, les corta el cabello, les ofrece ropa, los dignifica. Eso es un gran logro. Y ahora ya está a punto de salir la política de habitante de calle, con la que esperamos tener un gran espacio en el que podamos tener a todas las personas que viven en esta condición en la ciudad.
¿Puede darnos más detalles de ese proyecto?
Es un proyecto más grande que mi cabeza... Yo lo que deseo y ya le he planteado al Alcalde es un complejo con edificios para niños, mujeres y hombres, con canchas de fútbol, de baloncesto, con un lugar para enseñarles talleres de panadería y otras cosas, en donde todas estas personas puedan iniciar su proceso de resocialización y de abandono del consumo de drogas. Porque la Alcaldía está trabajando en Ciudad Paraíso, que a mí me parece un proyecto necesario, lo que me preocupa es qué van a hacer con las personas que habitan en El Calvario. De ahí viene la idea de tener este lugar en el que ellos puedan estar y hacer un proceso de resocialización.
¿Y ese proyecto qué tan avanzado está?
Pues yo ya tengo arquitectos trabajando, ya es una idea que está corriendo. Pero, claro, necesitamos que la empresa privada y pública se nos unan.
¿Qué lo motiva a usted todos los días a ayudar a tantas personas que para muchos otros caleños son personas que “no tienen remedio”?
Yo he visto mucha gente sufrir demasiado y he llorado mucho junto a los habitantes de la calle. Un adicto es un enfermo, y ha sido enfermado por la sociedad, por esas personas que ganan dinero vendiendo droga, intoxicando a los demás. A los adictos debemos tratarlos como enfermos y dignificarlos. Eso es lo que me motiva.
¿Qué piensa de la crisis actual de la iglesia respecto a la falta de jóvenes que deseen ser sacerdotes?
Dios siempre llama, pero a la Iglesia le ha faltado trabajar por la vocación con alegría, nos ha faltado mostrar a las personas lo que hacemos con alegría. Creo también que nuestros pecados han alejado a la gente. La Iglesia se arrepiente de los pecados cometidos, como el tema de los abusos, y estamos trabajando en corregir. La Iglesia y el Papa están atentos para corregir.
¿Tiene tentaciones?
Siempre hay tentaciones, el que no tiene tentaciones está congelado o está muerto.
¿Qué opina del matrimonio para sacerdotes?
El matrimonio no es la solución. El que no está centrado en su vocación, que mejor se vaya a otro lado. Al sacerdocio uno debe entregarse por completo.
¿Mujeres sacerdotes?
Para allá vamos, pero creo que todo se dará a su tiempo. No se trata de que yo esté en acuerdo o en desacuerdo, yo creo que para allá vamos, pero todo es un proceso y las cosas llegarán a su tiempo.
¿Matrimonio homosexual?
Te contesto de dos maneras: la Biblia nos dice que la mujer y el hombre dejarán a sus padres para ser una sola carne entre ellos dos, así que lo que nos manda la Biblia es matrimonio entre hombre y mujer. Pero yo respeto las uniones homosexuales y creo que la sociedad no debe marginarlos, debe aceptarlos con respeto.
¿Pero cree que la Iglesia debe bendecir esas uniones?
El Papa nos dará la pista sobre lo que debemos hacer.