La madrugada del sábado 9 de agosto de 2025 empezó con un carro montado en la grúa y una mujer repitiendo, una y otra vez, que el retén era ilegal.
El Spark plateado, propiedad de una pareja, ya tenía la sanción asegurada: el hombre al volante no quería soplar el alcohosensor y la esposa forcejeaba con los agentes, intentando impedir que subieran el vehículo.
“A mí no me han parado en un retén”, gritaba el sujeto, mientras la discusión se calentaba y uno de los policías sujetaba al conductor.
Eran las 12:24 a.m. y la escena se extendía por la Calle 8, entre carreras 8 y 9. Dos cuadras más allá, otro borracho se resistía a la prueba. Varias motos, al ver el control, giraban en U y escapaban por contravía.
El operativo no había empezado ahí. Andrés Felipe Tabares, uno de los enlaces operativos, explica que su grupo comenzó a las 7:00 p.m. en la Plazoleta Jairo Varela, seguido por controles en Bellas Artes, donde inmovilizaron seis motocicletas mal estacionadas.
A las 10:20 p.m. llegaron al CAM y, una hora después, se unieron con otro equipo que venía de una ruta más amplia: Emavi, Comuna 7, Comuna 8, Parque Villa Colombia, Bulevar del Río.
“En el bulevar nos estaban haciendo asonada, llegamos aquí buscando resguardo de la policía”, cuenta el enlace operativo Camilo González.
En este punto, la rutina es mecánica. Se revisa todo: documentos, chalecos reflectivos, luces, Soat, técnico mecánica, cinturón de seguridad y equipo de carretera.
Los conductores deben someterse a pruebas pasivas de tamizaje: un soplo rápido para detectar licor en el aliento. Si marca positivo, se pasa a la prueba formal. El límite legal es de entre 0 y 19 miligramos de alcohol por 100 mililitros de sangre, lo que según los agentes equivale a un cuarto de cerveza.
En la esquina de la Droguería La Rebaja, dos cuadras antes del retén, una moto gira bruscamente, los ocupantes caen al piso y, sin miramientos, se levantan y huyen. Minutos después, un taxista avisa que, a seis cuadras, un hombre corre gritando “¡retén, retén!”.
La noche avanza. Pasan once carros, una moto y tres taxis en apenas un minuto.
Un Spark GT color vino tinto recibe comparendo porque su extintor está vencido; recargado en enero de 2024, expiró en enero de 2025. La multa: 15 salarios mínimos diarios legales vigentes, es decir, $ 711.750, la sanción más común.
Pero el episodio más largo empieza después de la una de la mañana.
Un carro con cuatro ocupantes es detenido. El conductor, hijo del hombre mayor que lo acompaña, se niega a soplar. Durante 40 minutos los agentes intentan convencerlo.
El padre, visiblemente ebrio, se detiene en mitad de la calle, abre los brazos como un cristo y detiene a un carro que se aproxima para decir: “Hágalo, hágalo, aquí se va a hacer lo que se tiene que hacer”. Luego se arrodilla y, finalmente, se tumba en el suelo.
La fila de vehículos crece: catorce carros y dos motos esperando. El hombre se levanta dos minutos después, se altera, empuja a un policía y exige: “No me podés coger”.
Entre empujones, el uniformado saca el bolillo. El hijo se interpone y su pareja intenta mediar. Al negarse a realizar la prueba, inmovilizan el vehículo y aclaran que ellos solo informan la infracción, mientras que el encargado de imponerla de forma definitiva es el inspector de tránsito, quien puede determinar la multa máxima, que asciende a más de 68 millones de pesos, además de la suspensión de la licencia.
A la 1:43 a.m., los conos y reductores se recogen. El operativo se traslada a la Loma de la Cruz. Mientras los agentes instalan el puesto, varios motociclistas sin casco arrancan y desaparecen calle abajo.
En el nuevo retén, la lluvia empieza a caer. Un conductor, acompañado de su esposa, sopla y da negativo; al preguntarle por el operativo, se limita a decir que no tiene nada bueno que comentar.
Enseguida, un taxista llega confiado, pero la prueba preventiva marca positivo. Lo trasladan bajo techo para repetir el examen: 94 miligramos en la primera, 96 en la segunda. “Setenta más de lo que permite la ley”, dice el agente.
Su esposa, acompañada de su hija, insiste en que solo tomó dos cervezas y que venían del Bulevar; pide que le pongan una multa, pero que no se lleven el vehículo, aunque el taxi termina sobre la grúa.
“Cali no respeta día”, dice un agente que prefirió no ser nombrado. Los viernes y madrugadas de sábado, especialmente en la zona central, son movidos, según los agentes, por la rumba en la Calle del Sabor.
A las 3:00 a.m., en la Secretaría de Movilidad en Salomia, la sensación es extraña: la noche ha sido “relajada” para los estándares de tránsito. Solo ocurrió un caso con lesiones en la Calle Quinta.
Un funcionario explica que las horas más críticas suelen ser entre las 3:00 y las 5:00 a.m., cuando la gente sale de las discotecas. La velocidad y el alcohol se mezclan con semáforos en rojo y una sensación de calles vacías, particularmente en las intersecciones. “Hay noches con tres muertos, pero hoy no”, dice.
Poco después, el grupo de Tabares llega a dejar los implementos. En total, esa noche, solo su operativo dejó 96 órdenes de comparendo, 18 vehículos inmovilizados, dos pruebas positivas de alcoholemia de grado cero, una positiva de grado uno y dos renuencias a realizar la prueba.