Cultura

Songorocosongo: de un patio entre amigos a una comunidad salsera en el corazón de Roldanillo

Lo que empezó como una reunión espontánea entre amigos terminó transformando el parque Elías Guerrero en un punto de encuentro donde la salsa, el barrio y la comunidad se reconocen cada vez que suena un bongó.

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Cada encuentro consolida una comunidad salsera que crece con el voz a voz.
Músicos y vecinos se mezclan en un formato espontáneo y barrial. | Foto: Especial para El País

13 de dic de 2025, 12:22 p. m.

Actualizado el 13 de dic de 2025, 01:33 p. m.

No hubo convocatoria oficial ni tarima. Tampoco permisos. Hubo, como casi siempre, amigos, instrumentos y ganas. “Songorocosongo nace de una reunión de amigos salseros”, dice Edgar Cruz, mientras intenta resumir una historia que en realidad empezó hace años, en patios prestados y salas improvisadas, donde la salsa siempre fue la excusa para reunirse.

No hubo tarima, ni afiches, ni permisos. Hubo, eso sí, un bongó apoyado en una banca, una conga que llegó cargada a pulso y un parlante que alguien conectó “a ver qué pasa”.

En Roldanillo, un viernes de feria de 2023, la salsa volvió a hacer lo que mejor sabe: reunir a la gente sin pedir permiso.

Todo comenzó mucho antes, claro. Songorocosongo —ese nombre que parece onomatopeya del tambor— nació hace quince o veinte años en patios prestados, salas de amigos y cocinas donde el sancocho hervía al mismo ritmo que un disco de Willie Colón.

Eran encuentros sin agenda, reuniones de melómanos que entendían la salsa como se entiende en el barrio: con comida, charla larga y música hasta que el cuerpo aguante.

El grupo creció casi sin darse cuenta. Llegaron músicos, se sumaron más amigos, y la tertulia dejó de caber en una sola casa. Cuando Roldanillo se volvió Pueblo Mágico y el parque Elías Guerrero se hizo peatonal, alguien lanzó la idea que cambiaría todo: ¿y si llevamos esto al parque?

Ese “esto” era lo de siempre: Trombón, bongó, conga, maracas, güiro, campana. Nada más. Pero ese viernes de feria, con turistas extranjeros que llenaban el pueblo por el parapente y la fiesta, la escena explotó.

El tráfico se apretó, los curiosos se quedaron, los gringos bailaron sin entender la letra pero sintiendo el golpe. La calle dejó de ser paso y se volvió pista.

La fiesta fue tan espontánea como poderosa. No hubo plan B porque no había plan A. Solo ganas. Y cuando se acabó, la pregunta empezó a circular como un coro pegajoso: ¿cuándo es la próxima?

La siguiente llegó al mes. Y después otra. Y otra más. Cada vez el parque más lleno, cada vez más niños, jóvenes, adultos y mayores bailando juntos.

La salsa, esa música que en Cali se defiende como patrimonio emocional, encontró en Roldanillo un nuevo espacio para respirar.

Al comienzo no hubo permisos, ni trámites, ni logística formal. Solo redes sociales y boca a boca. Luego, con el respaldo del alcalde y el buen comportamiento del público, la cosa se fue organizando sin perder el espíritu.

Documentar, pedir autorizaciones, cuidar que la aglomeración resista. La fiesta siguió, pero aprendió a caminar.

Songorocosongo no es un concierto. Es un ritual callejero. Música en vivo, salsa “de golpe”, como dicen ellos. Pueblo puro. Una imagen se repite: el trombón de Óscar Aponte rompiendo el aire del parque, mientras alguien marca el tiempo con la campana y otro responde desde la conga.

La gente entra y sale del círculo, baila una canción y se queda tres horas.

Giovanni Herrera, el “salsero mayor”, pone contexto y memoria. Fernando Cruz y Fernando Rivera sostienen la base melómana. Los músicos llegan, se suman, se relevan. Nadie es dueño del sonido, pero todos lo cuidan.

La referencia es clara: la salsa como nació, tirada en la calle, como una peña del Bronx neoyorquino, pero con acento vallecaucano. Sin filtros. Sin poses. Con goce.

Hoy, cada mes y medio, el parque Elías Guerrero vuelve a latir distinto. No es solo una fiesta: es una comunidad que se reconoce, que se espera, que se cuida. Roldanillo ganó un nuevo contenido cultural sin proponérselo, simplemente dejando que la música hiciera lo suyo.

La salsa salió de la casa. Y ya no quiere volver y para enero en el marco de 450 años de Roldanillo ya se prepara una fiesta al ritmo del songo y el wawanco, pero esa es otra historia que pronto se escribirá... “¿Habrá cama para tanta gente?”...

Periodista y comunicador social. Jefe de la redacción web de El País, especialista en marketing digital y gerencia del talento humano. Apasionado de las transformaciones y los desafíos.

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