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Hambre, angustia y abandono deja el invierno a su paso; el Valle bajo el agua

La Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca pronosticó que las lluvias se incrementarán en un 20% en enero próximo. Por su parte, el Ideam señaló que este invierno es el más fuerte de los últimos 37 años.

21 de noviembre de 2010 Por: Jessica Villamil Muñoz | Redacción de El País

La Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca pronosticó que las lluvias se incrementarán en un 20% en enero próximo. Por su parte, el Ideam señaló que este invierno es el más fuerte de los últimos 37 años.

El único adorno que cuelga de las paredes de la vivienda de José Hernán Ijín es una foto de su propia casa cubierta por agua. La imagen parece una réplica de la situación actual. En la memoria está intacta la fecha en que captó la fotografía: “5 de febrero de 1999”. Desde entonces el Cauca no se desbordaba en la vereda El Banco, en La Unión. El hombre cuenta que en el desespero sus hijos les echaron mano a la nevera, los colchones y los muebles y cada uno se fue a un refugio diferente. Al menos esta vez el río no se los llevó, piensa. Es que en sólo dos horas el Cauca creció hasta un metro de altura y sumergió todo lo que había a 200 metros de lo que era la orilla. Un centenar de hombres en La Victoria y La Unión trabaja como máquinas empacando arena en costales para hacer un dique. Parece ingenuo, pero creen que así podrán contener la fuerza de un río que ya inundó más de 7.000 hectáreas de cultivos de plátano, melón y yuca, entre otros. Los más espirituales se levantan a la madrugada para pedirle a Dios que pare el invierno.Arsenio Flórez, un abuelo de 75 años, se rehusa a desalojar su rancho en La Unión. Está sentado en una piedra y guarda la esperanza que cesen las lluvias y con ellas, los desbordamientos del Cauca. Pero un cielo de nubes negras pronostica que en poco tiempo la rústica casa de madera estará tan inundada como otras de la ribera del imponente río. Las imágenes son recurrentes. Las calles que antes se recorrían en bicicleta, ahora se transitan en chalupas en las que evacúan a las comunidades. Los tractores que se usaban en las labores de agricultura ahora sirven para trastear neveras, armarios, estufas, camas, gallinas y marranos.Guare, un corregimiento de Bolívar, en el norte del Valle, ahora es una Venecia fantasma. En menos de medio día sus habitantes corrieron a la parte alta del municipio huyendo de la inundación.Elizabet Murillas ha pasado toda su vida en esa población. Cuando era niña —cuenta— se sentía feliz con la llegada del invierno porque ya no tenía que caminar hasta el Cauca para jugar en el agua. Ahora comprende las preocupaciones de sus padres por este pueblo con el que siempre se ensaña el invierno: “Imagínese una inundación que dura entre dos y seis meses. Los cimientos de las casas se debilitan y entonces uno se pasa los otros seis meses del año intentando recuperar algo para volver a enfrentar las lluvias”.La mujer, que ahora se acerca a los 50 años, también aprendió a presagiar las tragedias. Primero el patio se vuelve fangoso y de repente el agua llega hasta el techo de la casa, explica.Mientras a Elizabet le preocupan los riesgos que corre su casa, a Henry González, en el vecino corregimiento de La Herradura, lo angustia su trabajo. Y es que el campesino ya se alistaba para empezar a recoger el maracuyá que sembró hace siete meses en la finca de su “patrón”.El fruto todavía está verde, pero él se monta en una chalupa y navega en medio de la plantación para ver qué rescata. “Es que en cada hectárea se invirtieron diez millones de pesos y ahora el patrón no tendrá cosecha y yo no tendré trabajo. Esta Navidad no es mía”, sentencia.Dice que el cauce normalmente está a dos kilómetros. Ahora el agua en algunas partes de la finca sobrepasa los tres metros de profundidad. Pesca de enfermedadesEn el Pacífico vallecaucano, pareciera que la creciente del río Anchicayá desapareció, pero la inundación se repite al menos una vez por semana. También el menú de las comunidades negras asentadas en las playas del río que atraviesa a Buenaventura.La única comida desde que empezó el invierno es bocadillo (banano dulce y pequeño). Los que no cuentan con suerte sólo toman agua que cae del cielo, porque a la zona no llegan las redes de acueducto y tampoco las ayudas humanitarias.Los peces son esquivos porque el Anchicayá está revuelto y los sembrados de plátano, papachina (tubérculo) y yuca permanecen bajo el agua. Algunos productos que se alcanzaron a rescatar ya se acabaron.Las casas no corrieron con mejor suerte. Los entablados se están pudriendo y las enfermedades respiratorias abundan porque la ropa siempre permanece húmeda. La escuela de la vereda El Bracito, donde se educan 60 niños, está apunto de irse al suelo. La creciente del río arrasó con la playa y tiene en peligro la estabilidad de las columnas que sostienen la institución.“Hace un año vinieron de la Alcaldía porque estábamos igual que hoy. Tomaron medidas y dijeron que volvían para hacer un muro de contención, pero estamos esperando que regresen”, sostiene María de Jesús Díaz, líder de la comunidad.Mientras tanto, el río se sigue ‘comiendo’ el terreno que poblaron 120 familias en El Bracito. Ahí ya no hay espacio para el juego y el único entretenimiento de los niños es ir hasta los sembrados a ver qué sirve de lo que desentierran.César Arboleda, voluntario del cuerpo de socorro de Zabaleta, viaja cada que puede por el Anchicayá. Le preocupa el estado de doce menores de edad que están en la guardería, porque las enfermedades estomacales parecen endémicas.En la otra orilla del río está la vereda Uname y aquí el problema son los brotes en la piel. Dicen que aparecen cada que las personas se meten al afluente cuando hay invierno.El socorrista manifiesta que la tragedia empeora porque nadie va al médico. Para ir al especialista hay que hacer un recorrido en lancha durante 30 minutos y ese viaje cuesta cinco mil pesos. Cuando se agrava el paciente la angustia es mayor porque el ‘privilegio’ de usar una lancha-ambulancia vale $40.000.El voluntariado tampoco tiene con qué ayudar, admite César Arboleda. La esperanza está fijada en lo que puedan hacer desde la Administración Municipal.“¿Es verdad que vienen ayudas?”El paso de una lancha por las veredas de Calle Larga, Santa Bárbara, El Llano, Coco, Taparal, Umanes y El Bracito, en Anchicayá, es crucial para sus habitantes. Ver a sus tripulantes con algún uniforme que permita pensar en organismos de socorro o portadores de ayuda es la esperanza que los mantiene firmes.Alguien que vino de afuera comentó que en la radio se informó que iban a trasladar ayudas humanitarias hasta las zonas ribereñas de los ríos San Juan y Anchicayá. Que les llevarían arroz, azúcar, enlatados y hasta colchonetas para hacer menos dolorosa la noche. Ese rumor corrió hace varios días y los niños se paran en la orilla para esperar a los visitantes.Nelly Zapata, profesora en una de las comunidades, pregunta con insistencia si esa versión es real porque hasta ahora ningún organismo se ha hecho presente.En la Gobernación del Valle —dicen altos funcionarios— los recursos por urgencia manifiesta ya fueron destinados y poco a poco se han ido entregando a algunos de los más de 32.000 damnificados que hay en todo el departamento. Y aunque a comienzos de semana la Cruz Roja precisó que no había cómo trasladarse al litoral, esta situación ya fue controlada. Este fin de semana partirá una embarcación para llevar mercados.María de Jesús Díaz, la líder de El Bracito, sentencia que en varias oportunidades ha estado a punto de buscar otra zona para habitar, pero en la Alcaldía “me dicen que no me vaya porque entonces a quién le van a entregar las ayudas. Lo malo es que ya llevamos dos meses de invierno y nada que se aparece nadie. ¿Será que es verdad que vienen las ayudas”.Don Arcesio, un abuelo de 81 años que vive sobre la carretera a Buga, en inmediaciones de la laguna de Sonso, ya perdió la fe. Señala que “primero bajará el Milagroso de la Cruz antes que lleguen los organismos de socorro”.Cuenta que siempre ha vivido en esa misma casa y que desde que tiene memoria cada que se levanta de su cama —por esta época— se moja los pies con el agua que se sale del Cauca. “Así me tenga que ir para la cárcel le voy a decir al mundo entero que aquí nunca viene nadie a ver cómo estoy”, precisa ofuscado.Su nieta, Johanna Valencia, de 9 años, se ve más tranquila. Chapucea en el río y narra que ya han pasado dos semanas y no ha podido ir a la escuela que queda frente a su casa. En el agua flotan las sillas y los pupitres de la institución.Ella y su abuelo están a más de un kilómetro del Cauca, pero cada que llega el invierno se afectan con las crecientes. Han hecho diques y con costales llenos de arena protegen la casa, pero el agua se sigue entrando. Arcesio sentencia que “la naturaleza es el único enemigo al que nunca se le gana una batalla”.Nuestros coterráneos necesitan su ayudaÚnase a la campaña de El País, la Cruz Roja del Valle y la Gobernación por los damnificados de la ola invernal. Lleve sus ayudas a la sede de la Cruz Roja, en la Carrera 38 bis 5-19, barrio San Fernando, de 8:00 a.m a 5:00 p.m., todos los días. Se reciben: Alimentos no perecederos (arroz, azúcar, café, sal, granos, leche en polvo, chocolate), colchonetas, carpas, frazadas, donaciones de sangre, elementos de aseo y enlatados.También puede consignar a la cuenta: 00151539-4 cuenta corriente Banco de Occidente a nombre de la Cruz Roja Valle del Cauca. Mayores informes en el teléfono: 518 42 00.

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