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En el lanzamiento de la nueva sociedad de los desmovilizados se realizó una exposición fotográfica del proceso que adelantaron. | Foto: Raúl Palacios / El Pais

FARC

La historia de los desmovilizados que cambiaron armas por los cultivos en Toro, Valle

Veinte desmovilizados de los grupos armados se asociaron para cultivar y comercializar ají y maíz en Toro, Valle. Crónica sobre los pequeños actos de paz con los que se intenta construir una nueva Colombia.

13 de noviembre de 2017 Por: Santiago Cruz Hoyos / Reportero de El País

El almuerzo podría ser visto como una postal de la paz en Colombia. Alrededor de las tres mesas que forman una especie de U están sentados periodistas, funcionarios del Gobierno Nacional, alcaldes, empresarios y desmovilizados de la guerrilla de las Farc, el ELN y los grupos paramilitares. Pese a la guerra que los dividió en bandos de ‘buenos’ y ‘malos’ durante por lo menos 60 años, conversan animosamente.

– ¿La sopa es de maíz o de zanahoria? – le pregunta un desmovilizado de las Farc a un periodista, y este saborea, piensa por un momento, y concluye que definitivamente es zanahoria.
Enseguida retoman una entretenida charla.

– Si las oportunidades que está ofreciendo ahora el Gobierno nos las hubiera dado hace 20 años, nadie habría tomado las armas– comenta otro de los desmovilizados mientras pide que le acerquen la jarra del agua.

Uno más le responde:

– Pero si no hubiéramos sido guerrilleros, no estaríamos sentados con gente tan importante–. Algunos asienten.

– Esta mesa es la representación a escala del país que se está intentando construir, un país donde empezamos a caber todos– anota un reportero cuando corta un trozo de carne.

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El almuerzo lo ofreció hace unos días la Agencia Colombiana para la Reincorporación en el municipio de Toro, Valle, ubicado a 3 horas de Cali. Allí, 20 desmovilizados de diferentes grupos armados se encontraron para hacer su proceso de ‘normalización’ a la sociedad.

En la finca La Condesa, y durante tres meses, fueron formados en fruticultura. Al final decidieron hacer algo con ese conocimiento, así que se asociaron en una SAS: (Sociedad de Acciones Simplificadas). Cada desmovilizado aportó el capital semilla que les ofrece el Estado para empezar una nueva vida, $8 millones, y con ello conformaron la empresa.

– Somos accionistas y obreros– dijo antes del almuerzo Aldemar, uno de los representantes del emprendimiento.

Con el apoyo de varios socios, entre ellos el grupo empresarial Grajales y la Agencia para la Reincorporación y la Normalización, la compañía de los desmovilizados se dedicará a cultivar y comercializar ají y maíz en 17 hectáreas de tierra que tienen, de momento, en arriendo. Pero hay un detalle más.

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Todos los que conforman la empresa rozan e incluso superan los 50 años de edad. Tal vez por ello en la Agencia para la Reincorporación y la Normalización los presentaron como “adultos mayores en reintegración hacen empresa”, quizá un gancho para despertar la curiosidad de la prensa, aunque por supuesto ellos no se sienten ancianos. A los 50 todavía aseguran tener la vitalidad intacta para trabajar la tierra.

Raúl, uno de los integrantes de la sociedad, dice que en su caso no podría laborar en los cultivos por dolores en la columna, pero se dedicará a las labores de vigilancia. Todos se las apañan para sacar adelante el proyecto. Si conseguir un empleo es de por sí un asunto complicado para cualquier colombiano, lo es aún más si se tiene más de 40, y todo se hace todavía más cuesta arriba si eres desmovilizado. Por eso, comentaba Aldemar, decidieron ser sus propios jefes.

El acto de lanzamiento a los medios de la nueva empresa incluyó una presentación de uno de los grupos de danza de Toro, conformado por madres cabeza de hogar del municipio y desmovilizados. Aquello tenía un propósito: enviar el mensaje de que la reincorporación a la sociedad no es solo responsabilidad del Gobierno y los exguerrilleros o exparamilitares. También de los espacios que abra la comunidad.

Una vez finalizó la presentación del grupo de danzas, habló el Alcalde de Toro, Julián Bedoya, quien pese a que pertenece al Centro Democrático, uno de los partidos políticos que se han opuesto a algunos de los puntos del Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las Farc, respalda los proyectos de desmovilización que se realicen en su municipio.

“Este es un proceso de dignificación de las personas muy importante para Colombia: un hecho concreto de paz que ellos hicieron. Cambiaron los fusiles por las palas. Eso es algo que tiene un valor enorme. Es cierto que las acciones pequeñas transforman sociedades”, dijo.

Enseguida monseñor José Alejandro Castaño, Obispo de Cartago, recordó algunas de las palabras del Papa Francisco en su visita a Colombia. “Basta que haya una persona de bien, para que florezca la esperanza. Todos podemos ser esa persona. Ustedes ya lo son”.

Una vez finalizados los discursos, los desmovilizados hicieron un recorrido por los cultivos donde fueron capacitados en fruticultura y contaron sus historias. La mayoría coincidió en que si tomaron las armas fue porque no tuvieron una mejor alternativa.

– Yo era jornalero y una vez pasaron los muchachos y me propusieron estar en sus filas. Estaba cansado de trabajar tan duro y no tener lo suficiente. Como campesino la vida es difícil, así que di tres pasos y me fui con ellos. En el frente 14 de las Farc duré 13 años– decía Luis Hernán, a quien ya la edad le ha pasado factura con algunos dientes caídos.

En su frente lleva tatuada una estrella de David debido a que cuando era niño su mamá le contaba las aventuras de aquel guerrero que derrotó a Goliat. En los días de combates con el Ejército, la estrella en su frente funcionaba como talismán. En cualquier caso Luis Hernán está de acuerdo con la mayoría de sus compañeros: a la guerra no volverá.

La vida, intervino William, el más joven del grupo (43 años), te da una oportunidad, pero quizá no dos.

– Al bosque vuelvo, pero con una comisión de turistas a mostrarles dónde se libró la guerra. Pero como individuo alzado en armas no. Uno como guerrillero siempre estaba entre dos filos: la vida o la muerte. Y levantarse todos los días con esa sensación es muy duro. No se lo deseo a nadie. Esta vida en la legalidad es una segunda oportunidad que no voy a desaprovechar.

– ¿Pero por qué algunos exguerrilleros están conformando disidencias?, le interrogó un reportero.

– Lo que decían los guerrilleros en las zonas veredales, donde yo estuve, es que la demora era que les dieran los papeles como ciudadanos, y se iban a hacer una nueva vida. La gente de las Farc está mamada de la guerra. Nadie quiere seguir exponiendo el pecho para que lo maten. Tal vez las disidencias la formen mandos medios, porque les da miedo afrontar a la justicia. Pero la base como tal no. Si a las Farc le toca devolverse para la montaña por algún motivo, que no creo que pase, lo harían los mandos medios y el Secretariado. Nadie más. La base quiere una nueva vida, una como la de cualquier persona. Yo lo que quiero es un proyecto de vida para que cuando esté más viejo, tenga dónde conseguir la comida.

En la carretera que bordea los cultivos pasa una patrulla de la policía y algunos de los desmovilizados agitan su mano, saludando. Una metáfora más de un país en el que es cierto que podemos caber todos.

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