Un golpe de opinión

Era cuestión de tiempo que el polvorín social estallara en Sri Lanka.
Los malos manejos fiscales, la corrupción y el nepotismo llevaron a que la nación insular asiática vaciara sus arcas, no cumpliera los compromisos de su deuda externa ni tuviera acceso a divisas para pagar sus importaciones.

Como consecuencia, la inflación llegó al 30%, los bienes básicos empezaron a escasear y hace una semana el gobierno anunció que quedaba poco combustible por lo que prohibió la venta, obligando a que las escuelas cerraran y los 22 millones de habitantes tuvieran que trabajar desde casa.

Entonces llegaron las protestas que se concentraron en la capital Colombo, los manifestantes se tomaron la residencia presidencial y otras sedes gubernamentales, con lo que obligaron a dimitir al presidente Gotabaya Rajapaksa.

Dicen los expertos que la crisis se forjó desde la guerra civil, en 2009, y el gobierno entrante tuvo una política financiera inadecuada, acumuló deudas para hacer obras de infraestructura innecesarias y se repartió el poder entre la familia, además de mostrar rasgos de autoritarismo.

A ello se sumó la pandemia del Covid-19, que dejó a la nación sin su principal fuente de ingresos, el turismo internacional.

Con la dimisión de Rajapaska, y hace unas semanas la de su hermano que era el primer ministro, el parlamento de Sri Lanka espera una “transición pacífica del poder”.

Lo que no se sabe es cómo se saldrá de la crisis financiera, cómo seguirá funcionando el país y se importarán los alimentos, medicinas y combustible que reclama su población.