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Adiós a las armas

En acto simbólico pero de gran contenido para Colombia, las Farc hicieron entrega del último porcentaje de las armas que tenían en su poder, en cumplimiento de los acuerdos alcanzados con el Gobierno Nacional.

27 de junio de 2017 Por: Editorial .

En acto simbólico pero de gran contenido para Colombia, las Farc hicieron entrega del último porcentaje de las armas que tenían en su poder, en cumplimiento de los acuerdos alcanzados con el Gobierno Nacional. Puede decirse ya que con ello se pone fin oficial a sus 53 años de violencia y se da paso a la reintegración de sus integrantes a la sociedad.

Ayer, la ONU certificó que se había hecho entrega de 7132 armas personales en las Zonas Veredales de Desmovilización y que avanza la destrucción de las más de 900 ‘caletas’ que, según se sabe, las Farc tenían en muchos puntos de nuestra geografía. Por su parte, la Registraduría Nacional del Estado Civil entregó el listado de las 7085 personas que pertenecen a esa organización y quienes deben ser sujetos de las normas especiales que se consagraron en el acuerdo y ahora hacen trámite en el Congreso de la República.

Sin duda alguna, y no obstante las polémicas que se han presentado acerca de la negociación y del acuerdo mismo, el hecho debe reconocerse como un hito que marca una nueva etapa en la historia de nuestra Nación. Ella se inició desde el momento en que se logró por medios pacíficos dar por terminado un conflicto inútil en el cual murieron miles de colombianos, se produjeron daños incalculables a la sociedad y se destruyeron muchas posibilidades de progreso.

Según las expresiones de sus jefes, todo indica entonces que las Farc dejan de existir como movimiento armado. Es decir, que renuncian de manera irrevocable al uso de las armas, y se preparan para participar en la política de manera pacífica, respetando la Constitución y a los ciudadanos todos, incluidos los que no están de acuerdo con ellos y con sus postulados.

Ahora es el momento para invocar la grandeza y para reconocer en toda su dimensión la trascendencia de lo alcanzado, que ya se vislumbró con la ausencia de confrontaciones en el año inmediatamente anterior, cuando se llegó al cese bilateral de fuegos. Y de hacer lo posible porque el proceso tenga el final que todos esperamos, la concordia y la reconciliación que necesita Colombia.

Ahora empieza una etapa aún más difícil que la de por si ardua negociación. Es la de abrir los espacios necesarios para que se produzca la reintegración de los integrantes de las Farc, sin olvidar el pasado y los crímenes que cometieron. La de lograr que participen en la vida nacional, que reparen a las víctimas que dejaron en su larga existencia y que tomen distancia de actividades como el narcotráfico.

Debe quedar claro también que la oposición puede seguir actuando como hasta ahora lo ha hecho. De eso se trata la democracia, de poder disentir, de resolver las diferencias políticas mediante la decisión de las mayorías, de ejercer la vocería de quienes no están de acuerdo con las determinaciones oficiales.

Pero también es el momento de la responsabilidad para hacer posible esa reconciliación que no hace mucho era un imposible en Colombia. Hoy está más cerca y requiere de fórmulas y compromisos para hacer factible el fin de la violencia. En otros términos, para poder decir que Colombia le dijo adiós a las armas.

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