Vacas flacas
Estas son vacas flacas. Ya volverán las vacas gordas. Lo sabio está en no preguntar cuándo será.
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De los tantos años que pasé en salas de redacción, quizás la fauna periodística que más admiración mereció de mi parte fue la de las secciones económicas.
Siempre tuve la impresión que tenían menor margen de maniobra. Al final, era el suyo un mundo más mensurable que el de todos los demás.
Pero también hay que decir que, si alguien corría el riesgo de tragarse el sapo de un titular que, con el paso del tiempo, resultaba siendo una noticia en sentido contrario, eran ellos, los económicos.
No siempre responsabilidad suya. Porque así como la guerra es un tema tan serio como para no correr el riesgo de dejarlo a los militares, no sé si pase lo mismo con la economía y los economistas.
Escribo esto porque he recordado esta semana a mis viejos colegas del periodismo económico. Quisiera tenerlos de vuelta para que, como entonces, nos expliquen todo lo que está pasando. Y olfateen qué puede venir. A riesgo de que, ya lo dije, suceda algo muy diferente.
No hablo solo de Colombia. Eso sería caer en el peor de los ombliguismos. Aquí hay dos verdades. Una, existe un fenómeno mundial por la incertidumbre de una muy segura recesión orbital en camino. Dos, en medio de esa circunstancia, a Colombia le está yendo peor que a muchos por otra incertidumbre, la política.
Entonces, entender de dónde viene el acelerado empobrecimiento que nos hace más pobres de lo que ya veníamos siendo en alarmante progresión, debería ser más resultado de tener información que de un ataque de bilis.
Ello implica mirar aquí, pero sobre todo allá. Por ejemplo: ¿cuáles serían las proporciones de esa recesión?
Robert Kiyosaki, autor, entre otros, de ‘Padre rico, padre pobre’, dice que los mercados estadounidenses y el dólar van a colapsar “debido al aumento de precios del petróleo, la energía y los alimentos (El Tiempo)”.
Eso es como para poner las barbas en remojo. ¿O no?, digo. No tanto porque lo diga el escritor sino porque lo afirma el también empresario e inversor.
Y si enseguida él agrega que “el 40 % de los estadounidenses no tiene mil dólares. Así que cuando la inflación suba, vamos a acabar con el 50 % de la población estadounidense, y ahí es cuando empieza la revolución”. Eso es para dormir con un ojo abierto. Igual, para los europeos las noches también son largas. El euro ha caído al nivel más bajo de los últimos 20 años, hasta alcanzar casi la paridad frente al dólar.
Como dicen aquí en España, no es hora de irse de rositas con la cada vez más angustiosa escasez de gas por cuenta de la guerra de Ucrania, que no debería seguir siendo ajena. Más aún cuando no se le ve solución a la vista. Todo lo contrario.
Aunque veo también que Alemania busca encontrar las eventuales ventajas de una moneda débil. ¿Cuáles? “Una moneda débil también puede tener ventajas para la exportación, ya que los productos nacionales se venden más baratos en el extranjero, y así aumentan las ventas. Eso, al mismo tiempo, hace que se exporte el poder adquisitivo de quienes entonces pueden comprar productos alemanes y europeos más baratos”, dice una nota de la agencia de noticias DW.
Pregunto: ¿una fórmula así nos serviría a nosotros? No sobraría que los que entienden del tema le metan diente y nos cuenten.
En conclusión, no dependemos de nosotros mismos, pero si somos responsables de las decisiones que tomemos.
Por eso, si hay algo que debería tener en cuenta la sociedad colombiana en estos momentos es que no es aconsejable pegarse un tiro en el pie. Menos, en la oreja. Aquí, o todos perdemos o todos salimos vivos.
Y, además, algo que me repitió en una de esas salas de redacción Efraín Pachón, un viejo lobo: la economía es cíclica. Estas son vacas flacas. Ya volverán las vacas gordas. Lo sabio está en no preguntar cuándo será.
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