Rey eterno

Ese señor al que, de niños, hicimos fuerza para que ganara en México el Mundial del 70, frente a la televisión en blanco y negro que lo pasó en directo.

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1 de ene de 2023, 11:40 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 05:40 a. m.

Somos hijos del mundo en que nacimos. Por fortuna, me tocó Pelé, el Rey. Como Alfredo Di Stéfano a mi padre, Diego Maradona a mis hijos y Lionel Messi a mis nietos.

Cada uno de ellos vivió y marcó su propia época y Lio lo hace ahora.
Durante largas épocas, auténticas eras. No han sido flor de un día. Esa es la diferencia con todos los demás.

Por ser eso, generacional, la memoria sobre Pelé funciona a su manera.
No siempre a punta de simples estadísticas, donde también manda.

Más bien regresa del pasado para recordarnos su incomparable calidad.
Tal cual lo atestiguan esos vídeos añejos que ahora desempolvan coleccionistas, medios de comunicación e hinchas.

Sin contar que, aparte, todos llevamos nuestro propio Pelé en el corazón. Ese señor al que, de niños, hicimos fuerza para que ganara en México el Mundial del 70, frente a la televisión en blanco y negro que lo pasó en directo.

El mismo monstruo de complexión atlética perfecta que puso a todos a hablar de él y de nadie más, porque no había nadie más grande. O porque, por pura carambola del destino, terminamos viéndolo, sin necesidad de frotarnos los ojos, en una cancha.

Ese, mi Pelé, sigue vivo desde aquel domingo 22 de enero de 1967 cuando fui a verlo a El Campín contra Millonarios. Perdimos 2 a 1 (sobra explicar por qué yo era del Santos) con goles que nos hizo un tal Eduardo Cassi. Delantero argentino que, valga decir, duró casi nada, porque luego desapareció.

Al igual que Melón, ese era su apellido, encargado de borrar al 10. Igual, me colgué la medalla de verlo desde una tribuna baja detrás del arco norte, así Pelé tuviera aquella vez un mal día. Eso fue lo de menos.

Quise luego volver a aplaudirle y me quedé por puertas cuando el fabuloso Brasil llegó a Bogotá a enfrentar a Colombia, en las eliminatorias camino a México. Nos ganaron, dos a cero. Y luego en el Maracaná, seis a dos.

En ese primer juego, el 6 de agosto de 1969, pasó algo que sirve para engrosar el inagotable anecdotario del genio:

Ocurre que el técnico de la Selección era Francisco 'Cobo' Zuluaga. A él no se le ocurrió otra cosa que hacerle marca individual. Para eso, eligió a Óscar 'Pacho' García.

Alguna revista de la época - quizás Deporte Gráfico o Vea Deportes - entrevistó luego a 'Pacho' sobre semejante experiencia.

Paisa y perro de presa en la cancha, García contó que la primera pelota que disputaron fue dividida. Quiso entonces anticipar, pero sintió que le faltaban el aire y las fuerzas. Entonces comprobó que Pelé no solo era el mejor del mundo con la pelota, también lo era con los codos.

Minutos después, vino un centro cercano a la portería colombiana a cargo de Luis Largacha. García vio la pelota tan alta que se limitó a seguirla con la mirada. Cuando fue a darse vuelta encontró unas rodillas que casi se elevaban a la altura de sus ojos. Allá arriba, a sus espaldas, el Rey metía un cabezazo de miedo.

Al rato, en el mismo partido, Pelé buscó a Mario Agudelo, volante todo talento de la época, ex Deportivo Cali, entre otros equipos, para llamarle la atención. Mario acababa de pegar una patada a un brasileño. "Usted juega bien, eso no es lo suyo", le reconvino.

Este breve retrato de Pelé, con nosotros de por medio, refleja a ese hombre que antes que fanatismos despertaba admiración general. De la que, además, cosa difícil, hizo el mejor uso. Lástima sí que, de tal bonhomía, sacaran provecho propio sinvergüenzas de la Fifa y políticos oportunistas.

Pelé se ha ido. Pero el Rey seguirá eterno, como el más grande de todos los tiempos. Bien lo dijo alguna vez Diego Armando Maradona: "Maradona es Maradona, (en cambio) Pelé es de otro planeta".

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