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‘No miren arriba’

‘No miren arriba’ pone el dedo en esa inmensa llaga que es el perverso manejo del poder en estos tiempos

2 de enero de 2022 Por:

¿Hasta dónde llegará ‘No miren arriba’, la película de Netflix dirigida por el estadounidense Adam McKay? ¿Quizás algunos Óscares de relevancia? Lo sabremos en un par de meses. No sería extraño. Por fuerza de las actuales circunstancias de la pandemia, el cine se ha hecho televisión y, como tantas otras cosas, no volverá a ser igual que antes.

Entro de una a mojarme con el tema: me gustó ‘No miren arriba’. Pone el dedo en esa inmensa llaga que es el perverso manejo del poder en estos tiempos y los increíbles grados de imbecilidad que llegan a tener muchos de quienes lo detentan.

Para ello, qué mejor recurso que el cine satírico. De pronto por eso, la propuesta no llegue a calar en todos los públicos. Y es que cada vez nos está costando más reírnos de nuestras tragedias, eternas compañeras de viaje de este planeta.

La cinta (“en realidad un documental”, según el astrofísico Neil deGrasse Tyson) logra precisamente eso, burlarse. De lo que son ellos, quienes mandan, pero también de nosotros, que somos quienes los llevamos a mandar. Ahí está buena parte de nuestros males actuales: en la irresponsabilidad, además recurrente, de entregar a los menos capaces y a los menos honestos el mando de este gigantesco reality del que somos parte. Lo que no es casualidad que esté pasando en tantos lugares del mundo al mismo tiempo.

Porque ahí, en la cinta de McKay, queda claro que la mayor parte de la dirigencia ha demostrado, con creces, que la ignorancia le ganó a la ineptitud. Eso sí, sin prescindir de ella porque no pueden vivir la una sin la otra, son consustanciales.

Y la siempre genial Meryl Streep los representa a la perfección haciendo de presidenta Janie Orlean. Tanto con esa permanente levedad de la que hacen gala en cada una de sus salidas en público, cosa que han terminado en convertir en mérito. Bueno, hay que admitir que no debe ser fácil escapar de la realidad a cada instante y salir indemne. Aunque para eso están sus asesores de imagen, esa nueva generación de poder detrás del trono de un reino que ellos mismos inventaron, como ya lo sabemos y lo padecemos.

Imagino que a millones de espectadores de la película les habrá ocurrido que eso que están viendo y les saca, solo en principio, una sonrisa, resulta ser lo mismo que ven a diario en el lugar que habiten.

McKay y los suyos también aciertan al desnudar a los altos mandos y a ese otro renglón nada despreciable, el de los lamesuelas profesionales, esos expertos en incordios y estratagemas. Gente que, por lo general, se prepara en prestigiosas universidades en las que se gradúan de otras cosas para terminar haciendo lo mismo: brillar por su opacidad e inmejorables capacidades para el servilismo y otras vergüenzas.

Ese personaje tan cotidiano resulta ser Jason Orlean, hijo de la presidenta y jefe de gabinete (ministro, sí, eso es, un ministro), al que el genial Jonah Hill le da algo más que vida. Un tipo engreído, lambón, fatuo y repugnante, aparte de delfín, que no nos resulta extraño. Todo lo contrario, solo al verlo me corrieron por la cabeza dos o tres nombres en los que bien se pudo inspirar el director, hasta el punto de que no descarto que así haya sido.

Y podría seguir con periodismo convertido en lo que no es o con el coronel Drask (Ron Perlman) y su rol de militar histriónico, siempre en pie de guerra. O con la ciencia al servicio de la política y no lo contrario, cómo debería ser.

Mejor, saquen un par de horas para ver cómo una especie, la nuestra, decidió tirarse al vacío. Aunque menos mal todavía nos queda la sátira: “El arma más eficaz, según Darío Fo, contra ese poder que no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, será porque la risa libera al hombre de sus miedos”.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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