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Más que una final

Antes de hacerlo, ellas desafiaron los atavismos de una sociedad donde los machos tienen las únicas llaves de los hogares.

30 de octubre de 2022 Por:

La conquista de la Selección Colombia femenina sub 17 en India debe ser más que fútbol. Si algo deben tener claro quienes hoy son orgullo nacional es que esto encierra más que un subtítulo.

Aunque trascender más allá de las canchas no les será fácil. Igual, a ellas y a miles más que hoy incursionan en esa actividad en todos los rincones de Colombia.

Incluso, el hecho de que nuestro fútbol femenino crezca como lo está haciendo y se convierta en protagonista, tal cual acaba de quedar en evidencia en Asia, tiene el riesgo de terminar siendo nada más que un hecho simpático y admirable. Casi que una anécdota.

El asunto es más de fondo. Para comenzar, ¿cuántas mujeres juegan fútbol hoy en este país? ¿Y cuántas más lo hacen en barrios marginados y en áreas rurales?

Me meto en este segundo campo, valga la expresión, porque lo conozco de primera mano en Palmira y en el centro del Valle del Cauca.

Ahí, a lo largo de los últimos cinco años, he visto crecer, no solo deportivamente, a decenas de niñas que han sabido convertir un balón en la mejor disculpa para derrotar siglos de violencia y exclusión.

Además, sin ayuda del Estado, al que no le reclaman nada porque ya conocen su respuesta.

Y de ellas, de su convicción y de su voluntad infinita para no rendirse, hemos aprendido mucho. Tanto los que somos de aquí, como quienes desde otros lugares del mundo se enamoraron a la distancia y luego vinieron a apoyarlas mientras las ven correr tras un balón y un proyecto de vida.

Ellos, en este caso amigos nórdicos, han aportado implementos deportivos y métodos de vanguardia con los que mejoran las condiciones técnica y táctica en ese par de escuelas. Aparte de comulgar con ellas y con sus ilusiones. Por eso, en donde viven ven a esos ‘monos’ como si fuesen paisanos.

Es un trabajo silencioso, como debe ser. Mejor así, porque las aves rapaces de la politiquería y del mercantilismo rondan día y noche, a ver qué se llevan.

De proyectos similares en muchos rincones de Colombia provienen casi todas las Caicedo, Rodríguez y demás que hoy reciben el agradecimiento de un país. Y del mismo origen son sus mayores, autoras de otras páginas de gloria.

Antes de hacerlo, ellas desafiaron los atavismos de una sociedad donde los machos tienen las únicas llaves de los hogares.

Aún recuerdo al desafiante padre de tres hijas en un corregimiento de la Cordillera Central, dispuesto a negarles el derecho a asistir a los entrenamientos porque, según él, eso no iba con su naturaleza de mujeres.

Pero las tres sabían bien que estar ahí, junto a sus vecinas y compañeras, era más que fútbol: el punto de partida para romper cadenas.
Y la posibilidad de crecer. Por supuesto que todas ellas sueñan con ser Linda, la inmensa chica, o Catalina, la grande. Solo que, al lado, en la mochila de los sueños, llevan otros más a la mano.

Los que, por ejemplo, pronto harán de Valentina, a quien nadie conoce, una psicóloga. O los que le permitieron a Tatiana, Laura y Andrea ser auxiliares de enfermería. Sin dejar de amar la pelota.

Ya vienen en camino las subcampeonas mundiales. Al tren de la victoria y al carro de bomberos se subirán los de siempre. Comenzando, como no, por esta vergonzosa dirigencia del fútbol y los áulicos profesionales que les hacen coro. ¿Acaso a sueldo?

En cosa de días, todo esto de la India será nada más que ilustre pasado.
En cambio, miles de niñas y mujeres irán tras ese gran ejemplo. Para ganar partidos y campeonatos. Y para transformar una sociedad desde su propio espíritu, como ya lo hacen. Ese, campeonas nuestras, es su auténtico título.

AHORA EN Victor Diusaba Rojas