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La vida de Constantina

En buen momento se le ha ocurrido a Rafael Ballén dejar por un rato sus profundas y letradas incursiones sobre la teoría del Estado para dedicar el más reciente libro al tema de la corrupción.

15 de octubre de 2017 Por: Víctor Diusabá Rojas

En buen momento se le ha ocurrido a Rafael Ballén dejar por un rato sus profundas y letradas incursiones sobre la teoría del Estado para dedicar el más reciente libro al tema de la corrupción.

Y sorprenderá a quienes lo conocemos bien que lo haga en género de novela. En ese sentido, yo diría -no a su favor, sino en la misma línea de su decisión- que si hay un camino más corto para ver los impresionantes alcances de este cáncer que se devora es aquel de la ficción.

Porque si bien ella, la ficción, se queda corta frente al monstruo de la realidad, uno encuentra que la corrupción pasa con tanta frecuencia ante nuestros ojos, y sin que hagamos mucho por ayudar a frenarla. Por el contrario, la hemos convertido casi que en paisaje. Es una especie de ‘House of cards’ a la criolla que este país escribe a diario y en la que abundan los malandros como Frank y las villanas al estilo de Claire, ajenos como ese par a la acción de la Justicia.

A la final, ‘La vida ejemplar de Constantina’, como se llama el libro de Ballén, es eso, una historia real que simula ser un invento. Nace en cualquier pueblo perdido de los tantos nuestros. Pero igual, querido Rafael, podría comenzar en un barrio de estrato medio o en una encopetada universidad.

Todo, en ese sueño de salir adelante, de trascender y de llegar alto en el que nos empeñamos los seres humanos. Solo que una vez aparece el atajo surge a la par la tentación de llegar primeros, y como sea, antes de los que se tomaron el trabajo de hacer la cola. Ese mismo trampolín que nos permite saltar por encima de la meritocracia. A propósito, ¿alguien sabe dónde anda la meritocracia?

Hay una constante allí, en esa carrera de desenfreno, tanto en los de arriba como en los de abajo que le apuestan a ese modelo de vida de antivalores. Es aquel denominador común de, una vez son llamados ellos a rendir cuentas, poner como atenuante su origen humilde o el pedigrí de los centros de educación donde se formaron.

“Comencé como escribiente en un juzgado y llegué a la magistratura luego de años de dedicación, esfuerzo y disciplina”, dice, más o menos, alguna frase de uno de los implicados de los escándalos que hoy sacuden al país. Valdría recordarle a él que igual como lo hacen millones de personas que no renuncian a sus sueños mientras salen a diario a conseguir su sustento diario y el de los suyos. Aunque, vaya paradoja, muchos estamos agradecidos de no haber llegado tan lejos como él para terminar en lo que está terminando.

Igual pasa con el otro extremo. Hace unos días circuló una carta de excompañeros de universidad (de prestigiosa universidad) de otro importante personaje nacional en líos con la Justicia por el tema Odebrecht. En el texto, los firmantes hacen énfasis en la procedencia académica de aquel por quien interceden, quizás con la esperanza de que los jueces se detengan en tal antecedente. Como se ve, poco han cambiado las cosas de La Colonia hasta nuestros días.

Pero sigamos con Constantina -la bella, seductora, hábil, sagaz y no tan ejemplar Constantina-, quien trepa y trepa hasta arañar el cielo de sus pretensiones. Muy segura del todo vale que, además de desvergüenza y mala leche, debe tener sangre fría para caminar en el filo de la cornisa. Aunque a diferencia con otros habitantes del bajo mundo, los corruptos apuestan menos pellejo y en cambio sí tienen indudables garantías de disfrutar el resultado de sus fechorías, tras el casi seguro leve paso por los tribunales y las prisiones exclusivas que se les conceden.

Bienvenido entonces este aporte, Rafael Ballén, quien presenta esta semana su libro en Cali. Un texto donde, parafraseando al cine o a la tele, aparte de los cambios de identidad todo es igualito a la Colombia de hoy.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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