La cuestión

Al tejado de nuestras instituciones caen piedras todos los días. Ya sea lanzadas desde el fondo o desde la forma de hacer las cosas. Ahí está el daño que causan aquellos que, investidos para representarlas, las dejan mal paradas con sus entuertos, abusos y escándalos.

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4 de sept de 2022, 11:40 p. m.

Actualizado el 17 de may de 2023, 12:56 p. m.

Las clasificaciones, eso mismo que han dado en llamar tops, suelen mirarse con el cristal de las conveniencias. Nos gustan más o menos, de acuerdo con el mismo criterio de cómo nos va en la fiesta.

Esta que invito a mirar hoy, es una clasificación en la que bien valdría detenernos un poco. Quizás porque de lo que habla, la calidad institucional, tiene que ver con el todo. Porque, al final, si de lo que hablamos es de instancias que nos permiten, o nos acercan, a garantizar la seguridad y el bienestar colectivos, uno puede decir que de ello depende la calidad de vida en una sociedad.

Pues bien, en esa medición de calidad institucional ocupamos un puesto 107 a nivel mundial, lo que, sobra decir, es muy malo. Ahora, si del concierto americano se trata, somos 23. En el vecindario, tenemos por delante, entre otros, a Canadá, Uruguay, Costa Rica, Estados Unidos y Chile. Es decir, ninguna sorpresa. Y también a Panamá, Argentina, Brasil, Perú, Ecuador y México. Y por detrás de nosotros figuran Cuba, Bolivia, Haití, Nicaragua y Venezuela. Ni formas de sacar pecho.

El estudio lo hizo la Red Liberal de América Latina (Relial), junto a la Fundación Libertad y Progreso. Por supuesto, como lo dije antes, cada quien tiene derecho a sacar sus propias conclusiones. Más eso otro que está tan de moda: albergar temores de lo que probablemente escondan quienes hicieron la investigación.

Por mi parte, no tengo dudas de la grave crisis institucional por la que pasamos en Colombia. Además, desde hace rato. Mejor dicho, no necesito, aunque tampoco sobra, que me lo vengan a contar desde afuera.

Sí en cambio me gusta, y no me sorprende que sea Uruguay el puntero de los países latinoamericanos, con un puesto 20 en el mundo. Hace casi dos años dediqué una columna https://www.elpais.com.co/opinion/columnistas/victor-diusaba-rojas/leccion-de-pepe-y-julio.html a hablar de su fortaleza institucional, que no se viste ni de derecha ni de izquierda, sino de República Oriental.
¿Cuál es la receta de ellos?, le preguntan en la DW a Bertha Pantoja, presidenta de la Relial https://www.dw.com/es/uruguay-un-oasis-de-calidad-institucional-en-am%C3%A9rica- latina/a-62985886

Responde: “Estado de derecho, Estado de derecho, Estado de derecho (...) basado, entre otras cosas, en la negociación transparente con la oposición, en el cumplimiento de tratados internacionales y en la lucha contra la pobreza”. Y algo definitivo, la derrota de la corrupción.
Aquí, en cambio, marchamos en sentido contrario, más allá de la guerra que padecemos. Al tejado de nuestras instituciones caen piedras todos los días. Ya sea lanzadas desde el fondo o desde la forma de hacer las cosas. Ahí está el daño que causan aquellos que, investidos para representarlas, las dejan mal paradas con sus entuertos, abusos y escándalos. ¿Acaso creemos que esos desgastes solo se reducen a simples desprestigios personales?

Y eso que apenas hablamos de una parte del problema. Porque a la institucionalidad también le pega de frente esa vieja costumbre de convertir las políticas de Estado en ideas peregrinas. Eso me hizo caer en cuenta en estos días un viejo amigo, que ha recorrido este país como nadie.

En el tema de cultivos ilícitos y batalla contra el narcotráfico, pregunta él, ¿en cuántas cruzadas vamos? Más de seis en los últimos tiempos. ¿Con cuáles resultados? Los lamentables que todos conocemos. ¿Y en materia de reforma agraria, cuánto hay para rescatar desde la tierra prometida del Incora de Carlos Lleras Restrepo hasta el último capítulo casi en blanco de la restitución? Poco y nada. ¿Con qué derecho, entonces, le pedimos al campesino de esas extensas regiones que crea, en qué y en quiénes?

Ahí queda claro una vez más que en Colombia presumimos saber el qué, pero jamás el cómo. Tal cual deja ver también el arranque del gobierno de Gustavo Petro. He ahí la cuestión, la eterna cuestión.

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