Gracias, siempre

Quién sabe cuánto tardaremos en entender lo que se ha perdido (y cuánto más vamos a perder). Solo en fallecidos en el mundo -según las cifras más recientes- estamos en 1.670.000 (algo así como si la población de Quito, Ecuador.

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20 de dic de 2020, 11:40 p. m.

Actualizado el 24 de may de 2023, 12:46 a. m.

Ahora que ya hay vacunas y que Colombia hace parte de ese circuito que puede frenar de verdad la velocidad mortal de la pandemia, no sobra mirar lo que hemos recorrido para llegar al punto actual, cuando coinciden en el planeta cifras tan altas de contagio y muertes con el advenimiento de la esperanza.

Quién sabe cuánto tardaremos en entender lo que se ha perdido (y cuánto más vamos a perder). Solo en fallecidos en el mundo -según las cifras más recientes- estamos en 1.670.000 (algo así como si la población de Quito, Ecuador, desapareciera de un día para otro), mientras que en Colombia pasamos el umbral de las 40.000 (un número aproximado al de los habitantes que tiene Sevilla, Valle).

Las pérdidas económicas, según cálculos del FMI en octubre pasado, superan los 11,7 billones de dólares. Sin ser experto, imagino que ese descalabro tendrá un significado para las naciones más pudientes (que tienen de dónde echar mano o mayor acceso a crédito) y otro, bien diferente, para quienes ya venían (¿veníamos?) en dificultades. Sin excepción, no sólo somos ahora más pobres sino además estamos muy lejos de cualquier tipo de las soluciones urgentes que pretendíamos hace un año.

Al lado de eso, hay un tema no menor que despierta la preocupación de los expertos: los retrocesos. Y en especial uno, el de la educación. Si es ella uno de los factores más evidentes de transformación de la sociedad, ¿cuánto habremos echado para atrás por cuenta de millones de profesores y estudiantes obligados a cambiar de modelos de manera tan abrupta, a lo que hay que agregar la situación de tantos otros que ni siquiera tuvieron los medios (internet, por ejemplo) para hacerlo o que se vieron obligados a desertar?

A esa lista de efectos e infortunios se suman muchos más que se pueden llamar menos democracia, recesión, quiebra, desempleo, desplazamiento, xenofobia, criminalidad e indolencia. Y no sé cuántas pestes adicionales. ¿Quizás algunas susceptibles de un menor manejo?
De pronto, ya lo dirán los generales después de la guerra. Aunque hay quienes se han atrevido a servir de pontífices durante estos meses, llevados por exclusivos apetitos personales y en uso de la peor expresión de la condición humana. Ni falta que hace nombrarlos.

Sin embargo, en medio de un panorama tan sombrío hay que decir que esta pesadilla pudo ser más terrible de lo que ya ha sido y de la que solo tienen autoridad para hablar quienes han perdido a sus seres queridos o han padecido el Covid-19 y lo han superado, no sin lidiar ahora con las secuelas que deja.

Y las razones de que no estemos peor son seres de carne y hueso que han puesto todo a cambio de nada para sacarnos adelante. En primera fila, el personal médico, expresión que, me parece, se queda corta.
Porque así como la humanidad les debe tanto a estos héroes de la medicina y la enfermería que han librado esta batalla en el frente, también entran ahí aquellos oficios cercanos a la actividad (desde camilleros y conductores de ambulancias hasta personal de lavandería, seguridad, administrativos y demás). Todos juntos han permitido una oportunidad más de vivir a muchos y van a seguir tratando de que así sea, quién sabe durante cuánto tiempo más.

Vale recordarlos con inmensa admiración a ellos y a sus familias. Y más a quienes los perdieron para siempre en cumplimiento de su labor. Su juramento no ha sido ni fue en vano.

Y hay quienes también nos han abierto esa otra puerta de la esperanza con horas y horas de trabajo en silencio en los que no ha habido ni días ni noches, sino jornadas eternas para alcanzar la vacuna. A ellos, a los miembros de esos equipos científicos en los que todos terminan siendo hormigas, decir gracias, como a sus otros colegas en la lucha por la vida, es poco, muy poco.

Aunque sí hay formas de hacer un homenaje concreto al esfuerzo de ambos. Por un lado, mantener el cuidado con el cumplimiento de todos los protocolos porque el bicho anda más suelto que nunca. Y por el otro, ponernos la vacuna tan pronto se pueda.

En esta Navidad, gracias a todos ellos. Gracias, siempre.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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