Del cine a la historia

Siempre habrá miles de motivos para que el cine se ocupe de ellos. Solo basta mirar las variadas carteleras de las que disponemos a diario en el teatro en que se han convertido nuestras propias casas

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2 de feb de 2020, 11:40 p. m.

Actualizado el 26 de abr de 2023, 01:06 p. m.

Siempre habrá miles de motivos para que el cine se ocupe de ellos. Solo basta mirar las variadas carteleras de las que disponemos a diario en el teatro en que se han convertido nuestras propias casas, por fenómenos como Netflix y Amazon Prime.

Allí, se puede tener la suerte de dar con Vivir dos veces (Netflix), para aprender que vale llegar a viejo con los sueños intactos. O topar con El ciudadano ilustre (en la misma plataforma de la tele), que sirve para ratificar eso de que el pasado siempre nos seguirá los pasos, hasta alcanzarnos. Ambas, con un genial actor de por medio, el argentino Óscar Martínez.

Son ellas, solo como ejemplo, historias que se desenvuelven en un barrio y en pueblo chico, lo que parecería más difícil no solo de hacer sino también de vender. Todo en aras de no morir en el intento de un medio tan competitivo, más aún ahora cuando su menú resulta tan abierto a los consumidores.

Pero si eso de atreverse a esa escala (hacer cine con pocos recursos y en medio de lo que, supongo, debe ser una lucha a cuerpo partido), más aún debe ser cuando se apunta a temas gruesos. O, quizás, más trillados.
Eso es lo que me sorprende de esta temporada post Globo de Oro y pre Óscares de la Academia. Que haya quienes se le midieran a vencer el reto de llover sobre mojado sin aburrir.

Son cuatro películas a las que sus directores supieron encontrar nuevos ángulos, hasta sacarlas de la obviedad a la que parecían condenadas. Además, todas atadas a la historia.

En esta simple apreciación de un no experto, comencemos por decir que Los dos papas tiene una enorme capacidad de concluir que quienes afrontan hoy los cada vez mayores desafíos de la Iglesia Católica, son seres humanos comunes y corrientes.

Eso, que a quien escribe le parece más que bueno, ayuda, de un lado, a quitar un aura de santidad que no existe. Y del otro, a que Benedicto XVI y Francisco se vean obligados a argumentar tanto aciertos como errores.
Claro está si uno acepta lo que dice Fernando Meirelles, director de la cinta, según el cual todo lo dicho allí corresponde a discursos, entrevistas y escritos de ellos. Es decir, lo único ficticio son algunas circunstancias en que los pone.

Sigamos con El Irlandés. Martin Scorsese hubiese podido dedicar esfuerzos y presupuesto a Jimmy Hoffa (Al Pacino) y algún reparto importante para enseñar el poder mafioso de ese jefe sindicalista en esas primeras décadas de la segunda mitad del siglo pasado en los Estados Unidos. Pero qué mejor hacerlo que con Frank Sheeran (Robert de Niro), el bravucón al que no le sobra nada en tres horas inmensas. Eso, si se viaja con algo de contexto en la maleta. Porque sin ese recurso, El Irlandés debe resultar intragable, como algunos la lamentan.

Sobre 1917 hay un reparo de entrada: es predecible. Y lo es, como tantas otras. Pero si hablamos de exhibición de cuánto es capaz de transmitir realidad bélica a quienes se sientan a verla, su grado de importancia supera cualquier expectativa, más aún con el suspenso que, por momentos, atrapa. Más tipo Dunkerke que Rescatando al soldado Ryan, la 1917 es ir a cine a ver cine.

Cerramos con JoJo Rabbit y el asombro con que uno se marcha de la sala. Porque de la supuesta banalidad que parece encerrar de entrada, esta película es capaz de hacer de ella una sátira sobre Adolf Hitler, convertido en caricatura. El director Taika Waititi, neozelandés, sale más que indemne luego de apostar todo o nada a una comedia en la que logra que, aparte de hacernos reír, al final nos pongamos muy serios.

Sigue en Twitter @VictorDiusabaR

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