El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Puerto Resistencia

Es Puerto Resistencia, punto de acceso al Distrito de Aguablanca. El bastión de los que para unos son vándalos y para otros, héroes. Cuentan los vecinos que el pasado 28 de abril en ese lugar, un muchacho de 17 años

17 de mayo de 2021 Por: Vanessa De La Torre Sanclemente

Una olla que hierve al calor de la leña. Velas que alumbran por los que ya no están. Nombres escritos con pintura blanca sobre el piso roto de cemento. Libros donados por unos, que agarran libremente otros.
Llantas ardiendo. Huele a quemado, a droga, a chorizo, a todo. Unos cantan. Otros observan. Es un ambiente extraño, festivo, familiar y peligroso al mismo tiempo.

En una especie de tarima improvisada, un grupo de jóvenes - no es posible contarlos porque no se pueden mirar detalladamente- custodian la plaza y a su gente. Están totalmente cubiertos, encapuchados, con cascos de construcción en la cabeza, gafas y cámaras aislantes. Parecen salidos de una película. Son los de la “primera línea”.

Es Puerto Resistencia, punto de acceso al Distrito de Aguablanca. El bastión de los que para unos son vándalos y para otros, héroes. Cuentan los vecinos que el pasado 28 de abril en ese lugar, un muchacho de 17 años, Marcelo Agredo, le pegó una patada a un policía que estaba en una moto y como respuesta recibió dos tiros en la espalda que acabaron con su vida.

También, a las pocas horas, murió otro chico, Jeirson García, de 13 años, en circunstancias similares. Entonces, el barrio se llenó de dolor y solidaridad y los chicos que nunca tuvieron una oportunidad distinta a la delincuencia, recopilaron ese abandono, ese descontento.

Bloquearon las entradas, se enfrentaron como nunca a la policía, quemaron un CAI y se volvieron la autoridad. Desde entonces nadie, sin permiso de los de la “primera línea”, entra a Puerto Resistencia.

Con mi equipo de Caracol Radio transmitimos el programa que dirijo desde las esquinas de ese lugar, tratando de escuchar a esos jóvenes maltrechos y abandonados que tienen incendiada a Cali.

El mensaje fue unánime: jamás han tenido nada, no tienen ahora nada que perder. Por primera vez están siendo vistos y el país se está enterando de que existen.

Los cuidan las madres, amigas, tías y vecinas que confían en que gracias a su determinación -aunque sea tan violenta- el destino de un millón de personas que viven en Aguablanca, esta vez podría cambiar.

Adjudicarle exclusivamente a grupos delincuenciales la explosión social que se está viviendo en Cali es demasiado básico, elemental. Toca, si o si, hablar, negociar, dar, reinventar y apagar los odios con solidaridad, educación y oportunidades laborales.

Lo grave es que esto no parece haberse entendido y escasea el liderazgo capaz de hacerlo.

Sigue en Twitter @vanedelatorre